Veinte

Hace veinte años que comencé a conectarme a Internet de forma mas o menos regular.  No podría señalar la fecha exacta pero lo que es seguro es que alrededor de la primavera de 1995 me conecté a esa cosa llamada Internet con el único modem de 14.4k del que disponía la empresa de servicios IT para la que trabajaba entonces. Este post pretende celebrar estas dos décadas de conectividad y constituye el extracto en exclusiva para este blog de un presunto libro que algún día se me pasó por la cabeza escribir.

Dos años antes de este hecho tan vital ya habían aparecido los primeros servicios ISP dirigidos al usuario. De forma destacada la empresa Goya Servicios Telemáticos. Podía decirse que a mediados de los noventa lo que había sido un medio solo para muy iniciados empezaba a tener visibilidad. La prensa, por ejemplo, dedicaba artículos informando del nacimiento de esta extraña empresa que ofrecía acceso a un conjunto de servicios englobados en Internet y que para el público en genera constituía un esnobismo como el que después se le atribuiría al uso del teléfono móvil.

El caso es que allí estaba yo en esta empresa de servicios tecnológicos mendigando minutos de uso de aquél dispositivo con un sonido tan distintivo – de hecho llegué a desarrollar una “respuesta condicionada” estilo perro de Paulov que me hacía acudir al lugar desde el que se originaba el sonido del módem conectándose- minutos que se fueron haciendo más y más demandados en la medida en que más compañeros se sentían atraídos por explorar que había detrás de todo esto. Lo que había detrás en aquellos momentos y que tan fascinante me resultaba era que de pronto podías acceder a servidores remotos que contenía lo que ya para entonces parecía una información inabarcable como eran bibliotecas de facultades norteamericanas, centros de investigación, algunas webs muy primitivas de empresas por aquél entonces innovadoras, etc. Una parte ínfima de lo que después ha llegado a ser la agregación de información y contenidos dentro de la Red. La comparación era del tipo “¿Cuántos CD-ROM harían falta para almacenar todo esto?”.

Por supuesto yo no era ningún internauta pionero en la exploración de los oceános digitales. Es más, tampoco la conectividad entre ordenadores era algo nuevo para mí. En aquellos tiempos a esa conectividad se la denominaba en su conjunto como “Teleinformática”. Habían aparecido desde hacía tiempo las entonces famosas BBS vinculadas a la conexión vía telefónica y cuyos servicios serían paulatinamente absorbidas por Internet. Las BBS tenían un aire de cierto romanticismo futurista. Aquellas pantallas negras con letras verdes y grafismo con código ASCII le daban a uno la sensación de que en cualquier momento entraría en algún lugar dónde se guardaban los grandes secretos del mundo. Aquella época de la película “Juegos de Guerra”.

Así comenzaba todo este lío para mí. Cada vez más y más atraído y sorprendido por lo que iba viendo en aquella ventana a la información sin límites. Tan motivado estaba que junto con otro compañero sugerimos al director de la empresa que debíamos reorientar todos los servicios a este nuevo fenómeno. Yo fui de los que tuve que escuchar en vivo eso de “olvidadlo, este tema de Internet es una moda tecnológica más“.

Necesitaba más y más tiempo conectado, quería verlo todo. Aún estaba convencido de que toda esa información tendría algún límite, de que era posible abordarla completamente. Tenía que contratar una conexión en casa. Pero en aquella época contratar un ISP sonaba a precios disparatados. Aún no existían ni siquiera los servicios tipo tarifa plana. Mi nueva necesidad me llevo a contratar con lo que me parecía una oscura empresa llamada World Internet Service que me cobraba un fijo asequible al mes por conectarme un máximo de 45 horas. Por supuesto me parecía que con 45 horas tenía más que que de sobra. Había que ser muy adicto para pasar más tiempo navegando.

Hablo de navegar porque ya existían los navegadores o browsers. Como bien es sabido, es precisamente la aparición de la world wide web, que organizaba el contenido a través del hipertexto desarrollado por Tim Berners-Lee para organizar las información del CERN, la que dio alas a la puesta en marcha de una Internet accesible para las masas. El navegador por excelencia en aquellos tiempos era el NCSA Mosaic. No era fácil de instalar y tampoco era demasiado intuitivo. Las incompatibilidades eran el pan nuestro de cada día. Muchas páginas no se visualizaban y eso que el aspecto gráfico era de lo más simple y que las imágenes eran escasas. Por supuesto nada audiovisual. Por eso cuando apareció NetScape supuso toda una revolución en la navegación, a la par que los modems habían ido llegando a velocidades tan enormes como 48k y posteriormente 56k. NetScape era realmente cool. Llegó a tener oficina en España y estuvo a punto de hacer lo que muchos años después conseguiría Google de una forma diferente: que todas las webs se desarrollarán teniendo en cuenta el funcionamiento del browser. La estandarización, que siempre es un problema en los temas tecnológicos, fue el objetivo que se marco una organización que por aquél entonces sonaba a algo así como “el gobierno mundial en la sombra”, el W3C. Por cierto que aún estoy conectado a las actividades de algunas de sus secciones, especialmente al grupo de trabajo sobre W3C Televisión en Internet, muy recomendable pasarse por ahí.

Realmente lo que uno encontraba en Internet a mediados de los 90 era en cierta medida muy diferente a lo que es hoy la Red. Se me antoja más parecido a lo que actualmente es la Deep Internet (para algunos, la Dark Internet). Sin reglas, sin restricciones. Por ejemplo las webs que abordaban técnicas de hacking estaban accesibles a cualquiera. Solo había que ser capaz de encontrarlas en un mundo sin buscadores potentes. No es que tuviera la intención de convertirme en Mr White/Heisenberg pero puede haber cocinado MDMA en casa. Todo lo necesario para el aprendizaje estaba allí. Y también diferentes modelos de bombas caseras, como engañar a los cajeros automáticos y todo tipo de trucos para “fastidiar al sistema” como decían en la película Hackers de 1995 y que creo que es lo primero que protagonizó Angelina Jollie. Todo esto lo consultaba siempre estando online. El tema descargas llegaría después, cuando a finales de la década apareciese en le horizonte ese invento de satán que sería Napster.

Seguramente conozcas muchos de estos detalles que comento, es ya historia común de la Humanidad pero para mi experiencia personal aquello era un momento del comienzo de algo que, aún hoy, no sabíamos a dónde conducía. Leía off line todo lo que podía relacionado con Internet. Dos de las obras de cabecera para mi fueron los tres tomos de Manuel Castells sobre la Era de la Información y Funky Business de los economistas suecos Jonas Ridderstrale y Kjell Nordström. Especialmente este último, publicado en el año 2000, era para mí un auténtico libro rojo de la nueva revolución digital. El libro está plagado de proclamas a la conquista del capitalismo por parte del “nuevo proletariado digital”, un nuevo proletariado formado y conectado que haría realidad el sueño marxista de la conquista definitiva del sistema económico. No haría falta otra revolución. Desde Internet construiríamos un nuevo sistema, se lo íbamos a quitar todo a las grandes corporaciones para crear una especie de socialismo perfecto, un capitalismo digital de nuevo cuño. Esto era para todos. Todos podríamos ser ricos. Tan dado como soy al idealismo de proclamas instantáneos, mis ojos brillaban mientras pensaba en lo irónico de que resultaba el hecho de que el sistema hubiera puesto en nuestras manos la herramienta que nos serviría para tomar el poder económico mundial. Internet era nuestro, de los trabajadores del conocimiento, nunca dejaríamos que nos lo arrebataran. Como digo, idealismo finisecular.

De hecho en el año 2000 mi hambre de lo digital y las vicisitudes empresariales de la época (la empresa para la que trabajaba fue adquirida) acabé en Teknoland, el templo sagrado del desarrollo web. La madre de todas las agencias digitales. La nación digital por excelencia. No me detendré demasiado en contar detalles sobre Teknoland. Otros lo han hecho antes y mejor que pueda hacerlo yo – por ejemplo uno de sus fundadores, David Cantolla, en un simpático cómic- y la leyenda se ha ido extendiendo en la medida que los exteknolandeses iniciamos la diáspora tras la caída de la empresa (de hecho no soy el único exteknolandés en este blog, ¿verdad?). Lo último fue una web que recogía la misma imagen de numerosos teknolandeses veinte años después. Es una pena que ya no esté on line. Si no lo viste en su momento, aún puedes leer el artículo que publicó Yorokobu.

Internet y la tecnología calaban en el cine y la cultura. De igual forma que hoy series como “Halt and Catch Fire“ y “Silicon Valley“ de diferentes maneras y en épocas distintas se hacen eco del mundo del software y el emprendimiento en Internet, entonces el cine tiraba más hacia la ciencia-ficción. BrainStorm, una película de culto y que me parece extraordinaria, relataba la posibilidad de grabar las experiencias de una persona para poder ser experimentadas por otra con un extraño aparato. La idea sería retomada años después por “Días Extraños” de la oscarizada Kathryn Bigelow. El sueño (o pesadilla en este caso) de la realidad virtual era relatado algunos años antes por el film “El Cortador de Césped”. Entonces la ciencia ficción parecía algo que iba muy por delante y que de algún modo estaba desconectado de las posibilidades reales de la ciencia. Hoy hablamos de la influencia oculta de la ciencia ficción en el desarrollo científico algo de lo que se ha hecho eco incluso un reputado físico y divulgador como es Michio Kaku.

Que quede claro que no rindo tanta pleitesía al pasado como pueda parecer. Aunque como suele suceder, la nostalgia acuda a mí recordándome  a mi mismo en tales vicisitudes y con aquellos pensamientos digital-revolucionarios en la mente. Veo estos recuerdos como un paso mas hacia un futuro que, como decía, aún no somos capaces de dibujar muy nítidamente. Cierto es que aquél fin del año 2000, bajo la amenaza de un supuesto apocalipsis informático cuyos efectos no fueron sentidos por nadie, en plena Gran Vía de Madrid en uno de sus hoy clausurados cines, Teknoland, que cerraría tan solo cuatro meses después, hacía toda una demostración de fuerza a la par que justo en el cine de enfrente lo hacia Ya.com. La Gran Vía era un torbellino de trabajadores de empresas digitales que hacían creer engañosamente que aún conquistaríamos el mundo. No mucho tiempo antes habían comenzado los grandes descalabros de proyectos o demasiado ingenuos o demasiado pioneros. Puedes ponerle a esto como banda sonora el tema “The Whole of The Moon” de The Waterboys, especialmente cuando suena eso de

You climbed on the ladder
And you know how it feels
To get too high
Too far
Too soon

Entre esas sonoras caídas estuvo la de un gran proyecto de eCommerce destinado a rivalizar con Amazon y que se llamaba Diversia. No tuvieron otra idea de marketing mejor que regalar el primer pedido que hicieras con un importe máximo que creo que rondaba los 20 euros. Sólo tenías que abrirte la cuenta en Diversia y hacer el pedido. No sé si me creerás pero te prometo que sólo abrí una cuenta y pedí el disco de U2 All That You Can’t Leave Behind, pero no era lo habitual. Simplemente tenías que abrir otra cuenta de correo y rellenar otro registro. A la empresa llegaban los pedidos por decenas. Camionetas enteras descargaban allí. No fue muy buena idea.

Una época contradictoria, tal vez como cualquier otra, en la que veías a un señor que había fundado una empresa llamada Patagon vendiéndosela por una suma indecente al Banco de Santander. Si, aún podríamos hacer el asalto definitivo al sistema económico.

Regresando a los navegadores. NetScape había despertado el hambre de un gigante que aún no conocía rival. Microsoft decidió que conquistar Internet pasaba por controlar el punto de entrada. Por cierto una estrategia que sigue siendo muy parecida para los que años después se convirtieron en los nuevos dominadores de Internet como son Google y Facebook. Así que ni cortos ni perezosos integraron Internet Explorer en Windows y promovieron por todos los medios la descarga de su browser. Internet Explorer 5 era la herramienta de asimilación al estilo de los Borgs de Star Trek. Recuerdo una imagen que circulaba por entonces en la que emulando el cartel original de la película Star Trek Primer Contacto en la que aparecía el texto “La Tierra. Población 9000 millones. Ninguno Humano. Toda resistencia es inutil”, se transformaba en : “La Tierra. Población 9000 millones. Ninguno utiliza NetScape. Internet Explorer:  Toda resistencia es inutil”. Y así comenzó lo que se llamó la guerra de los navegadores, cuyo triunfo temporal pudo apuntárselo Microsoft, que pagaría por ello en los tribunales y a quién no mucho tiempo después el nuevo gigante Google desplazaría con su Chrome. Las cenizas de NetScape como sabes fueron recogidas por Mozilla y son la base de Firefox. Todo un consuelo.

Ya te decía que sólo iba a escribir un extracto de mi supuesto libro, así que me voy a saltar gran parte de los acontecimientos posteriores. Además la parte “2.0” de estos veinte años la conoces de primera mano. Lo que no puedo hacer es dejar de referirme al impacto que tuvo la aparición del teléfono móvil en mi devenir vital. Y más aún cuando las llamadas PDAs (Personal Digital Assistants) se juntaron con todo aquello. Se veía venir. No tenía sentido andar por el mundo con mi teléfono Ericsson de tres centímetros de grosor en un bolsillo y la PDA con Windows CE marca Everex en otro. Aquello tenía que acabar unido y conectado. Pero aunque muchos lo intuíamos y hablábamos de como sería ese mundo de dispositivos táctiles con teléfono y servicios como los de una PDA, soló a Steve Jobs se le ocurrió ponerlo en marcha unos años después.

Antes de llegar a este mundo en el que Google se llevó por delante el dominio de Yahoo, un mundo en el que los buscadores se llamaban Altavista o Lycos, antes de que YouTube revolucionara todo lo que audiovisual en Internet. antes de las redes sociales, en 2003, visité por primera vez Silicon Valley para acudir a una reunión de la empresa de software para la que trabajaba en ese momento: Borland. En el Valle asomaban majestuosos los campus de Sun Microsystems, Silicon Graphics y de decenas de las grandes empresas de software que dominaban el mundo de la tecnología. Sun de hecho era ya leyenda con la puesta en marcha de Java, un lenguaje creado por una especie de hippie llamado James Gosling que soñaba con un lenguaje de programación que pudiera funcionar en cualquier dispositivo y que permitiera la interacción incluso entre ordenadores y frigoríficos o televisores (de ahí que Java fuera la primera opción para aproximarse a la conectividad en el televisor). Desde Sun se proclamaba “The Network is The Computer“.  Pues bien, diez años después, en mi última visita al Valle apenas asomaban empresas de aquella generación. El llamado Google Plex se ubica en lo que fue el antiguo campus de Silicon Graphics. Facebook reside en uno de los antaño campus de Sun. A los lados de la 101, la carretera que atraviesa el valle y cruza San Francisco, las empresas se llaman Evernote, Sales Force, etc. Internet y la  Nube lo son todo.

Tampoco puedo obviar el impacto de la eclosión del mundo de los blogs o bitácoras. Al principio auténticos relatos personales de sus autores. Hoy en día pocas cosas diferencian un blog profesional de una página web al uso. Entonces eran más bien recopilatorio de las experiencias vitales de sus autores. Sonara extraño pero yo estaba muy enganchado al que escribía Nacho Canut. Estoy especialmente orgulloso de haber sido coautor de un blog sobre sobre el impacto de la biónica y la cibernética en los seres humanos allá por el añ0 2005.

Es curioso que aquellas cenizas de NetScape reconvertidas en el proyecto Mozilla permitieran años después desarrollar un navegador como Tor, la puerta a la llamada Internet profunda. Dos años después de descubrirlo y usarlo con mucha precaución mi recomendación es que si vas a usarlo hazlo desde un ordenador en el que no tengas nada que temas perder, incluido el ordenador mismo, y a ser posible que no este conectado en tu red o la de tu empresa. De tal calibre son los riesgos. Ahí está todo lo malo y todo lo bueno, fiel reflejo de la Humanidad en proceso creciente de conectividad. Aunque tengo mis sospechas de que ya no se trata de una herramienta tan underground. Por ejemplo aparece en algún capitulo de House of Cards. Creo que todas las agencias de seguridad con suficientes capacidades tecnológicas andan explorando por ahí. Me hizo gracia que los atacantes de Ashley Madison decidieran publicar los datos obtenidos exclusivamente en la deep Internet lo que seguramente haya provocado una avalancha de cientos de periodistas acudiendo a la fuente en lugar tan peligroso en muchos aspectos. No sé como interpretarlo. O bien los atacantes querían rodearse de una aureola hacker o bien se trataba de tender una trampa a todos aquellos osados que seguramente, en muchos casos, tuvieran su primer contacto con las profundidades de la Internet no visible.

Han pasado veinte años. Windows 95 es sólo un recuerdo vintage. Ya no es Internet, sino la conectividad global como concepto superior lo que revoluciona el mundo día tras día conformando un nuevo universo en el que como el recientemente fallecido Oliver Sacks no somos otra cosa que antropólogos en Marte.

Photo Credit: Jorge Caballero Jiménez via Compfight cc