Vamos a romper un poco las reglas. Un maestro que tuve me dijo que todo buen artículo tiene una introducción que te engancha, un desarrollo y un desenlace. Pero puede ser que mi (sana) locura quiera demostrarle que en ocasiones, una introducción bizarra (de valiente ojo) con un poco de expectativas, puede hacer que ese lector anónimo (vamos, tú), que pierde el tiempo en leerme, disfrute.

Dicho esto, comencemos con un cuento.

 

Tenía 15 años. Pubertad, instituto, chicas y chicos preparándose para los más locos años de su vida. Y cae justo un viaje. Terminando el ciclo, todo el instituto decide irse a los Pirineos una semana.

Papá entra en la habitación: “toma hijo, te dejo un teléfono móvil para que podamos hablar estos días”. Pero no es solo para llamadas, es una moda que por dentro, el hijo, quería ante todo “como sus amigos”. Llegan los toques, el SMS, la facilidad para acercarse a las chicas porque sin saberlo, habías roto el hielo. El segundo móvil tenía el snake y los juegos que te podías descargar según un loco número que venía en la parte trasera de las revistas.

Ya en la universidad, tras ratear el wifi para poder enviar WhatsApps a los amigos de la uni y así, ahorrarse 15 céntimos por los mensajes, abandonar el móvil pasa a ser más complicado pero mucho más. Las consultas en él aumentan: la sabiduría y el conocimiento al alcance de la mano, una gran herramienta. Pero la concentración disminuye, Facebook, Twitter, Instagram no ayudan y encima, la vida de otras personas parece una fuente de entretenimiento inagotable.

Ya con 30 años, 15 años después de esa maquinita para llamar y dar toques, las conversaciones en ocasiones le resultan aburridas, cree que ha oído cada historia mil veces y almacena información útil a la vez que extravagante. Quiere dejar el teléfono porque recuerda las palabras de su madre: “es un vicio hijo, no sabes vivir sin él”. Lo intenta, de veras que lo intenta, pero sigue consultándolo más veces de lo quiere.

En la actualidad, ha pensado que una opción es apagar el móvil un rato e intentar ver en persona a sus amigos. Porque siente, que su mente desconecta y se siente un poquito más libre en un mundo plagado de información.  

 

 

Probablemente esta historia te suene un poco. También puede ser que la necesidad de apagar el teléfono porque sabes que estás (excesivamente) conectado es algo que, o bien has querido hacer, o lo has visto. Nuestra dependencia tiene un nombre: nomofobia.

La nomofobia (no mobile phone phobia) es el temor a ser incapaz de comunicarse a través del teléfono móvil u otros aparatos tecnológicos

Obviamente esto un síntoma que probablemente tiene diferentes grados de dependencia, aunque es más cercano de lo que creemos. El móvil es una herramienta fundamental en nuestro día a día: los vínculos sociales se basan en ellos, el modelo de consumo, el marujeo de Instagram (¡malditos Instagram Stories!), de hecho, nos cuesta ver esos “días sin móviles” y en ocasiones, aquellos momentos los contemplamos como un reto complejo de superar en la actualidad.

La problemática de esta historia que muchos conocemos como protagonistas o secundarios, es la ruptura de ciertos valores fundamentales. Cada vez se ven más casos de ansiedad, de dependencia y estrés, y el móvil, tiene algo que ver. A veces queremos desconectar, romper con todo, estamos completamente conectados y eso nos satisface y nos agobia al mismo tiempo. Vivir el momento presente como defienden las normas de la meditación (curiosamente tan de moda ahora, lo que indica que algo está pasando) comienza a ser una obligación para no perdernos en una cabeza desconcentrada, nerviosa y en ocasiones caótica. La tecnología que nos da tantas cosas buenas, nos ata, y nos está cambiando por dentro.

A veces la innovación, es un regalo envenenado. Piensa, ¿qué te ha cambiado el móvil? ¿Qué echas en falta? Yo, echo en falta el poder desconectar, apagar, y desaparecer 24 horas. A veces parece que tienes la obligación de estar disponible. Quizás, algo tendremos que hacer para ser un poco más felices ¿no crees? 😉

 

Este texto tiene una base sobre la que he trabajado. Hace una semana elaboré un test muy simple que ha nutrido la evolución del texto y del artículo. El planteamiento era sencillo: pregunta sobre los orígenes del móvil, algunas sobre aplicaciones y finalmente preguntas subjetivas sobre la actualidad. Compartí el enlace del test en el trabajo, en varios chats de WhatsApp, en mi Linkedin y en Twitter. Finalmente, 146 personas han contestado (¡gracias a todos!).

Lo más curioso de este test, son los datos obtenidos. De todas aquellas personas que respondieron el test el 54,8% tiene actualmente entre 25-35 años. El siguiente rango de edad más numeroso supone el 19,9% y tienen entre 36 y 45 años. El 93,2%, además, tienen estudios superiores. A la hora de preguntar por el primer teléfono, el 27,4% lo tuvo entre los 14-15 años, principalmente, por necesidad (47,9%) y también por “el resto lo tenía” (33,6%) y comienzos con el nuevo dispositivo eran principalmente para llamar a la familia (70,5%) y para enviar SMS (65,1%) respectivamente.

Actualmente, el 56,8% tiene más de 16 apps instaladas. Además, cuenta con una media de 3-5 (47,3%) cuentas en redes sociales abiertas. Se ha entendido redes sociales por ejemplo, Spotify, todo aquello que conlleve una comunidad en la que se puede compartir, pero también en la que se puede observar.

Queda reflejado que habitualmente somos conscientes de que consultamos mucho su móvil (46,6%) y que a veces es demasiado. Además, el móvil genera dependencia y adicción a pesar de los beneficios que trae: mantener el contacto con los que están lejos principalmente. De hecho, el 63,7% confirma que cuando se aburre navega mucho en redes sociales y que a veces siente que pierde el tiempo viendo fotos de otros (56,2%).  En contraposición a esa necesidad son bastante pacientes con la caída de WhatsApp aunque en ocasiones genera la pregunta de: ¿estoy enganchado? ¿Está el móvil cubriendo el tiempo que dedicábamos a otras cosas como la amistad, familia o los hobbies?

Entonces, ¿tenemos que buscar una solución o bien se está creando una nueva forma de consumo a la que tenemos que adaptarnos? ¿Hasta qué punto es necesidad o adicción? ¿Nos está afectando tanto como al personaje de la historia? Las respuestas están en cada uno, pero claro, siempre está bien debatirlo en conjunto.