Siempre he sido consumidor de TV nacional. En parte porque trabajo en ella y en parte porque me gusta. Desde hace años me esfuerzo por seguir las series españolas ya que, como guionista, necesito estar al día de lo que se produce, de lo que funciona, de lo que patina, de cómo compañeros mejores que yo bregan con tramas, personajes y conflictos. Con los programas de entretenimiento me pasa algo parecido: cuando he trabajado en humor había que ver lo que hace la competencia para no pisarte, para innovar… y además me reía con muchos con esos programas. En el caso de los shows y realities de gran formato, aunque no me van mucho, de tanto en tanto sigo alguno. Bajo ningún concepto se me ocurriría sentarme a ver alguno de esos programas en sus ediciones americanas, inglesas u holandesas… pero la española si. Es el poder de lo indentitario.

Y sin embargo ya no veo series españolas. De hecho no veo TV nacional pasadas las 21:45 de la noche, salvo muy raras excepciones. Y lo digo con tristeza, porque no es una decisión que haya tomado voluntariamente, no. Me han empujado a ello las cadenas y sus estrategias de programación. Y como a mí, a millones de españoles.

La temporada de otoño ha constatado lo que es un secreto a voces: los españoles cada vez ven menos televisión en consumo lineal. Los motivos son muchos, desde los demenciales horarios de la franja de noche al aumento del consumo on demand gracias a la creciente oferta de plataformas OTT. Aunque las triquiñuelas de las cadenas han permitido maquillar algo los números de la cuota de share de sus contenidos (aquí hablamos desde retrasar la hora de inicio de los programas estrella a partir los programas e informativos en dos con falsos avances), todos los canales saben que en el dato del número de espectadores, el que más importa a los anunciantes (y, por tanto, a su modelo de negocio) no hay trampa ni cartón.

Una serie de éxito promediaba hace sólo un año unos 3 millones y medio de espectadores por emisión, con picos de 4 en el caso de estrenos o contenidos muy afianzados. No hablo ya de los tiempos (ahora tan lejanos) en los que un “Águila Roja” te hacía 6 millones de espectadores… son datos de hace 365 días. Hoy, por contra, rara es la serie que logra romper el techo de los 3 millones, las que andan entre 2 y 2´5 millones se consideran éxitos y muchas sobreviven en parrilla con datos inferiores a los 2 millones (cifra que aseguraba la cancelación o la no renovación hace bien poco). Paradójicamente esto sucede en el momento en que la gente más enganchada está a las series y cuando las ficciones nacionales son mejores productos, en forma y fondo.

Con los programas de entretenimiento pasa un poco lo mismo: el regreso triunfal de Operación Triunfo, por ejemplo, se está moviendo en 19% de share y menos de 3 millones en sus emisiones más exitosas. Las galas de hace años cosechaban 4 millones y pico semana tras semana. Incluso la desastrosa edición cancelada de 2011 logró una audiencia media superior a la que tiene, hasta ahora, OT 2017. Más allá del hundimiento de GH (sobre todo por desgaste y saturación), otros referentes como “Tu casa es la mía” o “Masterchef celebrity” también se han movido en números malos respecto a temporadas anteriores.

En términos medios, el prime time de las cadenas generalistas en abierto ha perdido en sólo un año unos 800 mil espectadores. Esto supone un tercio del total de su audiencia, en los casos de programas de mayor audiencia. Hace bien poco sucedió que, por primera vez, ninguna de las grandes cadenas alcanzase el 10% de cuota de pantalla diaria…

Si en cualquier empresa de otro sector se perdiera un 33% de sus clientes en un año y las perspectivas fueran a peor, os digo yo que rodaban cabezas y había catarsis del modelo de negocio… pero en la TV no. Ni hay cese de directivos, ni fichajes de nuevas cabezas pensantes, ni modificación de horarios, ni nuevas estrategias de programación.

Para ellos la solución pasa por una nueva triquiñuela con la que enmascarar datos de audiencia gracias a la conveniente inclusión de los “invitados” en sus audímetros (de este tema me gustaría hablar en un próximo post) y por una errática y poco consecuente labor de desarrollo de su presencia digital y del consumo bajo demanda de sus productos. Algo, esto último, que tampoco es fácil que sirva de nada mientras trufen la emisión de 2 o 3 anuncios que se repiten hasta el aborrecimiento, mientras la reproducción en streaming falle más que un motor Honda de fórmula 1, mientras la duración de sus series siga siendo de 20 minutazos más que toda la inmensa oferta con la que compiten y mientras continúen apareciendo series españoles muy atractivas (con presupuestos holgados, 50 minutos, creadores de renombre) producidas por las propias plataformas de pago.

 

Queremos volver a pegarnos a la pantalla de TV como antes.

 

Yo quiero volver a ver programas y series españolas. Muchos cientos de miles de espectadores lo queremos. Pero no estamos dispuestos a hacerlo en determinadas condiciones. Las soluciones, nada novedosas, pasan por aceptar de una vez la realidad del nuevo usuario, su poder y sus gustos de consumo. Y esto significa afrontar, al menos, estos hechos:

1) La eliminación del acces prime time tal y como lo conocemos. Los programas estrella deben empezar a las 21:30 como muy tarde. Esto sólo deja hueco para espacios muy cortos antes del horario de máxima audiencia y siempre y cuando se cumpla el punto 2. Los formatos que actualmente dominan con éxito la franja de mal llamado acces (ya que es el verdadero prime time y logra el minuto de oro cada noche) deben reconvertirse a un formato de 1 o 2 emisiones por semana ocupando el prime time de esos días.

2) Reducir la duración de los informativos de noche. Gran parte de este problema de horarios comenzó cuando, hace años, TVE alargó el Telediario para rentabilizar su alta audiencia y detrás hicieron lo mismo las privadas. Casi siempre el informativo de la noche es un calco del de mediodía, por lo que una versión más sucinta ayudaría a encajar los horarios. De la cobertura deportiva ya ni hablamos…

3) Potenciar el prime time hacia contenidos-evento. Aquí caben galas de talent-show, retransmisiones deportivas, estrenos de series que después pasan al on demand o últimos episodios con interacción de la audiencia, etc. El contenido debe justificar muy mucho (cada día más) que obligues al espectador a sentarse a verlo cuando tú dices en lugar de cuando a él le da la gana.

4) Fortalecer en serio sus plataformas web para ver contenidos. Mitele o Atrespayer no pueden seguir funcionando cómo lo hacen, ni técnica ni conceptualmente. Los grandes y bien dirigidos esfuerzos que se están haciendo con la creación de Playz o Flooxer tienen que integrase en las plataformas “madre” y ayudar a impulsarlas con sus contenidos originales y su público más joven. No hay que ceder a la tentación de desarrollar una marca nueva para atraer a los chavales, hay que lograr reposicionar la tuya para que pasen a verla como algo atractivo en lugar en un plomazo.

5) Acomodar la duración de ciertos contenidos de una vez por todas. Basta ya de series de 70 minutos y programas de humor de 120. Hay que dejar de mear con el viento en contra y asumir que los ingresos no han de llegar de hacer malabarismos con los datos de audiencia a costa de empeorar el producto.

6) Invertir, financiar y apoyar con decisión todas las tecnologías e iniciativas dirigidas a acomodar los anuncios a los gustos del usuario. Si no podemos evitar que la publicidad en el consumo lineal sea intrusiva, al menos trabajemos para que sea lo más personal e interesante posible para cada espectador. Y aquí caben muchos caminos a recorrer en los televisores conectados (desde anuncios segmentados por localización geográfica a publicidad adecuada al tiempo meteorológico que hace en ese momento).

Son sólo algunas líneas de actuación, pero creo que todas están llenas de sentido común. Así que señores directivos y programadores de canales de TV en abierto, por favor, considérenlos seriamente y devuélvannos el placer de ver las series y programas que nos gustan en unas condiciones dignas y acordes al año 2018.

Gracias.

Imagen by Diari La Veu y Stef Lewandowsky vía Flick.

 

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