En un entorno de conectividad digital irremisiblemente ligado a dispositivos en evolución expansiva y de hábitos adaptados a sus lógicas, la radio ha tenido que aprender a moldear su naturaleza y hasta su propio lenguaje para integrarse en el menú de entretenimiento que han impuesto las pantallas. La historia se repite: próximo a cumplir su primer centenario, el medio hertziano hubo de reinventarse a mediados del siglo XX con la llegada de la televisión y más tarde con la aparición del vídeo. Y a pesar de las profecías, logró que nadie ‘matase’ su estrella.

Con todo, aquellos inventos distaban de amenazar su impronta tanto como la eclosión de Internet y los rutilantes y omnipresentes smartphones, cuya caudalosa oferta de canales, redes sociales y propuestas interactivas tiende a desdibujar el alcance del contenido sonoro, que por si fuera poco ya no es patrimonio exclusivo de la radio: con ella compiten los consolidados servicios de música en streaming, los cada vez más valorados podcasts y los no menos pujantes audiolibros. Todos intentan exprimir las funcionalidades del móvil, terminal que canibaliza el consumo online, en especial entre el público de menor edad. Ese accesorio interpela a la vista. Y su uso precisa de los dedos. Y semejantes gestos, en apariencia inocuos, han condicionado el desarrollo del medio acústico por antonomasia, que aquí primero se ve y luego se escucha… con las consiguientes y contradictorias consecuencias.

Pero en el mercado han irrumpido con fuerza los smart speakers (altavoces inteligentes), receptores que interactúan con el usuario a través de la voz y ofrecen exclusivamente audio. Se trata del ingrediente identitario de la comunicación oral y también del único medio cuya actividad primigenia fue la de concebir, producir y difundir contenidos para el oído: de repente, la innovación tecnológica brinda un aliado y no un obstáculo. Ante la industria de radio se presenta una oportunidad excepcional para revertir una inercia histórica: ¿cómo aprovecharla?

Qué son los altavoces inteligentes

Pese a su apariencia externa, el elemento diferencial de los altavoces inteligentes –resultaría más preciso denominarlos “conectados”– radica en su interior: un asistente virtual que a través de complejos algoritmos basados en tecnología machine learning o aprendizaje automático comprende los gustos, hábitos y aficiones de quienes los usan (la lógica del software normalizado en los smartphones). Amazon equipó los primeros “cilindros” –la gama Echo– con Alexa en 2015, y Google proveyó con Assistant sus Google Home en 2016.

A ellos se sumarían Siri para los altavoces HomePod de Apple, Cortana de Microsoft –incrustado, entre otros, en los ‘parlantes’ de Harman Kardon– o Bixby, la réplica de Samsung de próxima integración en speakers. Aunque cada fabricante aspiraba a retener al usuario en sus respectivos y excluyentes entornos, se tiende hacia la compatibilidad entre diferentes plataformas: de hecho, los propietarios de Echo ya pueden realizar búsquedas a través de Cortana (y viceversa).

Si bien la interacción con estos equipos permite acceder a un amplísimo repertorio de servicios (consultar la hora, revisar la agenda personal, solicitar información de servicio, pedir un taxi, comprar productos y hasta tramitar operaciones bancarias), su naturaleza sonora incentiva el consumo de contenidos de audio de igual modo que los móviles han entronizado el vídeo como formato online más demandado: según el Smart Audio Report 2018 de NPR y Edison Research, casi siete de cada ocho estadounidenses (68%) utilizan este equipo para escuchar música, la opción preferida, a la que siguen conocer la previsión meteorológica (58%), la cartelera (52%) o la actualidad (el 37% dedica más de dos horas semanales a escuchar noticias). Aumenta también la demanda de podcasts y audiolibros: en conjunto, el 71% de quienes disponen de un altavoz inteligente dedica más tiempo que antes a contenidos sonoros.

Qué retos plantean a la radio

Medios y plataformas han identificado el potencial de estos altavoces –en España ya se comercializa Google Home y en breve se pondrán a la venta los Echo– como un atractivo y eficiente canal de distribución y comercialización de productos. Pero en lo que a creación de contenidos de audio se refiere, y sin menosprecio para los podcasts o los audiolibros, ninguno atesora la centenaria experiencia de la radio. ¿Cómo puede beneficiarse su industria de la ‘cultura de escucha’ que recuperan los smart speakers? Partiendo de que exigen investigación, inversión y tiempo; asumiendo –como la emblemática BBC– que la verdadera competencia la plantean hoy Spotify y los podcasts; actuando como un colectivo con campañas divulgativas que asocien los nuevos dispositivos a este medio; y afrontando con convicción los siguientes retos:

1. La experiencia de uso

Antes que los contenidos, el primer desafío se concreta en los gestos y códigos de interacción con el usuario: frente a un cilindro estático sin pantalla de navegación (es decir, sin un menú visual de selección), ¿cómo saber cuál es la oferta de audio disponible? Es aquí donde la antigüedad de la radio y de sus marcas (las analógicas y las emergentes online) representa una enorme ventaja frente a, por ejemplo, los podcasts o los audiolibros: existe un público cautivo del medio hertziano que buscará sus preferencias en directo o a la carta en este nuevo soporte (sucede en EEUU con cinco de cada diez nuevos compradores).

Por ello, resulta imprescindible que los desarrolladores de hardware software afinen los sistemas de reconocimiento de voz –la estrategia Voice First– para que los altavoces faciliten con inmediatez la sintonización de cadenas, estaciones, programas o locutores incluso bajo distintas interpelaciones: nada más desalentador que recibir un “no te entiendo” como respuesta. Puestos a pedir, sería estupendo incorporar aditivos como el timeshift, es decir, que se pueda detener por unos instantes la señal en directo para continuarla escuchando después o retroceder para recuperar un fragmento emitido: son opciones propias del audio bajo demanda que ahora tiene a su alcance la programación lineal.

2. La oferta de contenidos

Los altavoces inteligentes suponen una nueva ventana de distribución de las señales FM que incrementa su consumo (así ocurre en Reino Unido), pero ante todo encarnan un vehículo de acceso a infinitos contenidos de audio más allá de la música. La experiencia del podcast –cuya versatilidad ha contribuido a generar un hábito y a multiplicar su impacto publicitario– sirve de orientación para identificar áreas temáticas, géneros radiofónicos y nichos de audiencia desatendidos por la oferta tradicional.

Los operadores se están esforzando por incorporar producciones exclusivas para su consumo digital que complementan los repositorios configurados mediante la fragmentación de las parrillas. En general, se orientan a temas y públicos muy segmentados, pero reproducen los mismos esquemas que los emitidos en antena, es decir, “suenan igual que en radio”. Con los metadatos adecuados para su localización, en los altavoces pueden ganar mayor visibilidad y resultar más atractivos que en la escucha con auriculares.

Pero además la radio debería exprimir el inmenso valor de su archivo sonoro como refuerzo para contextualizar la actualidad: los fondos documentales que conforman sus piezas informativas (crónicas, reportajes, entrevistas, cortes de voz, incluso algunas tertulias), convenientemente etiquetados, merecen ser sugeridos ante búsquedas de voz relacionadas con personajes o asuntos de interés periodístico, cultural, económico… Algo así como una “wikipedia” sonora que ningún otro medio está en condiciones de suministrar y que terminaría de poner en valor el titánico trabajo de este departamento.

3. La credibilidad y proximidad del medio

En la era contemporánea de la ‘posverdad’ y las noticias falsas, la radio se mantiene como el medio de comunicación que goza de mayor credibilidad entre los ciudadanos. Y esa virtud, unida a su inmediatez, cobra enorme relevancia en los altavoces inteligentes ante búsquedas de información oral, pues el usuario tenderá a otorgar mayor confianza a los contenidos definidos por sus emisoras de referencia.

Como ocurrió con las alertas para móviles o con la secuencia antena-Internet-redes, para el medio sonoro no se trata tanto de replantear los procesos de creación del contenido como de aprender a distribuirlo en estos nuevos receptores. Por ejemplo, los boletines no han de estar supeditados a una cadencia horaria ni limitados a los de alcance nacional: ¿y si las emisoras territoriales comienzan a producir breves resúmenes para estos dispositivos aunque no suenen en FM? ¿O va a permitir la industria radiofónica que, pese a disponer de una red tan extensa y cualificada, ocupen este vacío una vez más los medios digitales?

4. La capacidad para innovar

El entorno del podcasting ha (re)descubierto las posibilidades del sonido para construir atractivas historias y seducir desde narrativas y combinaciones de elementos del lenguaje radiofónico alternativas a las de un medio demasiado constreñido en los últimos años por sus propias estructuras de gestión: los magazines contenedores, las recurrentes tertulias o las despersonalizadas fórmulas musicales han restado alicientes a la radio como excusa para la distracción, la sorpresa y la fascinación.

Estas últimas son las sensaciones que despiertan experiencias como The Inspector Chamber, una ficción de aventuras que discurre según las respuestas que cada oyente proporciona a su protagonista, y que da lugar al disfrute de historias personalizadas, inmersivas y dinámicas. Tan estimulante proyecto ha sido desarrollado por el área de innovación de BBC, cuyos responsables se han propuesto diseñar contenidos de audio con una cuidada narración que al mismo tiempo transmitan al usuario la sensación de que se participa en un juego. Es decir, la radio como excusa para la distracción, la sorpresa y la fascinación: ¡se puede!

5. La oportunidad de llegar a nuevos públicos

Los smartphones ya son parte indisociable de una generación de jóvenes cuyo consumo digital depende cada vez más de este dispositivo (la mitad de los adolescentes españoles ya navega solo a través del móvil), y cuya vinculación a lo visual se evidencia con el uso de YouTube para oír música. Pero la introducción en los hogares de los smart speakers revela un sugerente efecto de atracción entre los más pequeños, quienes no sólo se divierten charlando con los asistentes, sino que además naturalizan el hábito de escucha que tanto han marginado las pantallas.

Conscientes de este efecto, hasta las marcas han comenzado a explotar el potencial de los altavoces para captar la atención infantil, ese público por el que la radio no se preocupa ni en los estudios de audiencia. “Alexa, start Chompers”, debe decir en alto un niño para que la mascota creada por Gimlet Media (una red de podcast, no una emisora de radio) le acompañe al cepillarse los dientes por la mañana y por la noche. Un éxito. Y una advertencia: si a los peques les cautiva el audio bajo demanda y entre sus oferentes no se hace un hueco la radio, tal vez ocurra lo mismo que con el vídeo: que aunque acaba de llegar, la ‘televisión’ del presente se llama Netflix.


Imagen principal: montaje a partir de fotografía en Pinterest de iOSMAC http://bit.ly/Pinterest_iOSMac

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