– Subamos. – nos dice.
Y el misterio se mantiene al menos treinta segundos más hasta que llegamos a la puerta.

El que habla es Ramiro López Dau, uno de tantos españoles con talento desbordante que decidió irse a un lugar donde lo trataran mejor. Primero, Pixar; Ahora, la que está a punto de convertirse en la gran empresa de la Realidad Virtual: Oculus.

Tras acosarle a través de un montón de amigos en común Roberto (mi socio) y yo hemos quedado con él en San Francisco.

– Veníos y tomamos algo- nos dijo en un email. Y claro, sabiendo que la oficina de Oculus estaba en Facebook, en Palo Alto, nos preguntamos: “¿Nos habrá citado en su casa en la ciudad? “ Nervios.

Pero no. Tras esos treinta segundos, la duda se revela. En la puerta pone Oculus Story Studios, la rama creativa del recién nacido gigante. – Preferimos estar aparte, lejos de las oficinas, para desarrollar la parte creativa-

Y tanto si la desarrollan. Con total libertad y sin instrucciones, se han propuesto crear cinco cortometrajes para el próximo año, cuando Oculus C1, el primer modelo comercial, desembarque en las tiendas.

A Ramiro le ha tocado dirigir Henry, el segundo de los cortos. Nos hace pasar a la sala donde pasaremos las próximas dos horas, viendo Henry, sí, pero también hablando del futuro del cine y de los contenidos. Y aunque llevamos meses trabajando con la realidad virtual en nuestro estudio, es la primera vez que vamos a probar las nuevas gafas de Oculus y el que las pocas personas que lo han visto coinciden en llamar “uno de los mejores contenidos hechos para VR hasta la fecha”.

Henry es un puerco espín. Adora abrazar a sus amigos pero, claro, ellos no tanto. Tras pinchazos y pinchazos, todos se han alejado y hoy, que es su cumpleaños, lo está celebrando solo en su pequeña cabaña. Tararea en la cocina mientras recoge algunos platos y luego aparece con una hermosa tarta de cumpleaños. Está un poco triste. Pide un deseo antes de soplar las velas: “tener amigos”.

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La animación es muy parecida a la de Pixar. La historia es simple, sencilla, pero increíblemente emocional. Dura apenas diez minutos. Y consigue algo increíble: durante esos diez minutos, me olvidé de que el mundo existía. El mundo de afuera, quiero decir. Porque el mundo “de adentro” estaba lleno de globos bailando y cantando a mi alrededor, de peripecias, de momentos tristes y alegres y de un personaje al que casi casi puedes tocar, con un realismo y volúmenes que no había visto hasta ahora, que te sigue con la mirada cuando te mueves de un lado a otro. Convirtió aquella cabaña y la alfombra en la que estaba sentado en el mundo real y en el virtual, en una experiencia mágica. En un lugar feliz de infancia en el que habría pasado muchas horas más. Simplemente oyendo a Henry hablar, contar cosas, enseñarme cosas.

Es en lo segundo que pienso. Pienso en que cualquier niño querría pasar horas con él y cualquier cosa que él le enseñara se le quedaría grabada para siempre. Lo primero es: “cualquier padre que vea esto y no le compre unas Oculus a su hijo la siguiente navidad es un irresponsable.»

Es así de potente. Así de simple. Así de mágico.

Y lo mejor es que no es una experiencia de realidad virtual para lucirse. No hay explosiones, ni acciones que provoquen vértigo ni ninguno de esos trucos que usamos continuamente en los comienzos para impresionar. Es mucho más simple que eso: es una buena historia, en un entorno completamente inmersivo, con un personaje que te mira a los ojos, que te hace parte, y donde tú eres, en el fondo, un personaje más.

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Más tarde esa misma semana… golpe de suerte. Un amigo que trabaja en JauntVR nos deja probar el HTC Vive, la competencia de Oculus, también con fecha de salida oficial para 2016. “Sólo hay unos 60 de estos en todo el mundo, entregados a algunos desarrolladores escogidos, nos dice”. Y pasamos la siguiente hora sumergidos en un barco hundido o manipulando las tripas de un robot que se extienden ante nosotros en el aire, permitiéndonos girar una a una cada una de sus válvulas y engranajes, descubriéndolo por dentro, arreglándolo, y volviendo a colocar todo en su lugar.

Pero lo mejor viene al final. -¿Habéis probado Tiltbrush?- nos dice.

Tiltbrush es como el paint de windows 95… sólo que en tres dimensiones. Con una mano controlas el tipo de pincel, el color, el grosor… con la otra, pintas. Arriba, abajo, delante, detrás… y en profundidad. Más que pintar, esculpes. De pronto, te encuentras rodeado de trazos mágicos que brillan y se mantienen flotando frente a ti. Trazos que puedes rodear físicamente para ver desde otro ángulo. Desde detrás, desde abajo. Uno de los pinceles es un arcoiris. Otro, estrellas que caen lentamente a tu alrededor. Otro copos de nieve.

A los quince minutos, Roberto me da un toque en el hombre. -Venga tío, que me toca-. Para entonces, yo llevo quince minutos en éxtasis. Soy un niño. Creo en la magia. No quiero salir. Pienso que cualquier tristeza puede curarse con pasar unos minutos ahí dentro.

Y me da un poco de vértigo porque esto es sólo el comienzo. Los inicios de los inicios de algo que, cada vez me doy más cuenta, va a ser mucho, muchísimo más grande de lo que incluso nos atrevemos a imaginar.

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Glen Keane – Step into the Page from Future Of StoryTelling on Vimeo.

PD: Valve ha considerado que nuestro estudio, Future Lighthouse, debía ser uno de esos pocos afortunados desarrolladores en poseer un Dev Kit del HTC Vive y nos ha enviado uno a nuestras oficinas de Madrid. Si eres un artista visual y te interesaría trastear con él, experimentar un rato, escríbenos a hi@futurelighthouse.com con una muestra de tu trabajo gráfico e intentaremos organizar una visita para explorar juntos las posibilidades de Tiltbrush 🙂

Fotografía de Henry y logo propiedad de Oculus Story Studio.