Estamos a las puertas de final de año y, más allá de la celebración de ritos vacíos cuyo contenido ha sido substituido por el consumismo capitalista, parece una buena ocasión para detenerse, respirar y hacer un ejercicio de autocrítica desde esta ventana que se autodenomina “Innovación audiovisual”.

EN LA RECÁMARA
El funcionamiento interno de este blog es como sigue: cada mes o dos meses Eduardo Prádanos, fundador y alma mater de este proyecto, nos envía un calendario en el que aparecen asociados nombres y fechas.
Atendiendo a que una de las características principales de Innovación Av es la diversidad de perfiles de sus miembros, resulta difícil que “nos pisemos” los temas, por lo que cada uno se responsabiliza de generar y subir el contenido que desee en el momento indicado, de modo autónomo.
En mi caso concreto, y atendiendo al deseo de compaginar la reflexión con la noticia, tenía dos temas en la recámara de los que quería hablar. Ambos me parecen de actualidad y ambos tiene proyección de futuro.
Uno de ellos es la pasada edición (y ya van cinco) del Festival de Cine Creative Commons & New Media de Bogotá, liderado por esa fuerza de la naturaleza que es Alejandro Ángel Torres, acompañado por un equipo de gente maravillosa y unos invitados de lujo, entregados todos y todas a una causa tan bella como apasionante: #NarrarElFuturo.
El otro es el proyecto de otra persona imprescindible en estas lides de la Innovación : el Postfuturear de Elisabet Roselló, novísimo intento de desaprender nociones preconcebidas, olvidar historias limitantes y explorar futuros posibles (que están por escribir y, por lo tanto, podemos construirlos desde las perspectivas y fundamentos que mejor nos convengan).
Ambos resultan imprescindibles.
Finalmente, sin embargo, dedicaré este último post del año a hablar de otra iniciativa, que a su vez me permitirá realizar esa reflexión y autocrítica a la que me refería al inicio del texto.

UN TRABAJO Y UNA PELÍCULA
El pasado lunes tuve la oportunidad de asistir al primer pase privado de la más reciente producción del barcelonés Javier Rueda. (Otro nombre a tener en el radar).
Tengo que decir que, gracias al secretismo con el que envolvió el mensaje, tuve el raro placer de acudir a un visionado desconociéndolo absolutamente todo sobre la obra en cuestión. (Por no saber, confieso que hasta ignoraba el título del film y el nombre de las autores).
La invitación sólo indicaba fecha (17 de diciembre), hora (20:00) horas y lugar: la sala Zumzeig, proyecto cooperativo del que el productor barcelonés forma parte activa (Sigan apuntando, sigan).
Intentaré hacer los mínimos spoilers sobre la obra (“Un trabajo y una película”), que en breve iniciará su andadura por festivales y a la que le deseo la mejor de las suertes.
En cualquier caso, y lo adelanto, se trata de un trabajo experimental del que aunque lo supiéramos todo de nada serviría, pues la propuesta pone de manifiesto una verdad tan clara como olvidada: el cine es experiencia. Da igual que te hablen de un film ni lo que te cuenten de él: nada es comparable a su visionado. Y aquí, en este caso, la palabra visionado resulta evidentemente pobre: el cine (desde la perspectiva del espectador) es mucho más que una mirada observacional. El juego entre imagen y banda sonora ofrece una nueva dimensión del trabajo, así como experimentarlo en una sala de proyección: a oscuras, rodeado de extraños que, junto a ti, modulan con sus reacciones la temperatura del lugar. Risas compartidas, complicidad en el asombro y otras emociones que recorren las filas de butacas y crean una capa nueva sobre la obra. Es la magia del cine.
La película es en sí misma una pregunta y su respuesta imposible: sobre el trabajo del actor, sobre la vida, la acción y la narración, sobre la fotografía y el medio cinematográfico, sobre su sentido y su significado, si lo tiene. Como digo, el film lanza una cuestión y a la vez la contesta diciendo que tal cosa es imposible, creando así una paradoja difícil de resolver. No digo imposible, porque también cada espectador está en su derecho de hacerlo por su cuenta, aunque sea desde su percepción y creencias personales, parciales y subjetivas.
No es un tema nuevo (otras muchas obras se han enfrentado a estos asuntos) pero, en tanto que la película lo es (recordemos que es un film por estrenar), supone una revisitación de algo que, en lo concreto, nunca antes habíamos visitado y que en lo abstracto nunca nos abandonó. Por último, de ese juego de capas también resulta un discurso fresco y original.
Preguntarnos (re-preguntarnos) las cuestiones básicas sobre el cine nos ofrece la oportunidad de limpiar nuestra mirada, de volver, en la medida de lo posible, a aquel estadio original en el que los pioneros de este medio jugaban con él, explorando las posibilidades y límites que ofrecía.

PERPETUA INNOVACIÓN
¿Y eso qué tiene que ver con la innovación audiovisual? Para mí, todo. (Y agradezco la invitación de Javier por brindarme la oportunidad de escribir y compartir estas líneas).
Innovar es hacerse preguntas y dar respuestas (por muy provisionales que sean) sobre cuestiones que nos afectan. Innovar es re-formular viejos conceptos e ideas para que creen nuevas formas. Innovar es mirar de nuevo, por primera vez.
Enlazando con cuestiones que ya habíamos tratado: la innovación es un proceso mucho más que un resultado, una actitud más que un hecho concreto. Si queremos hacer innovación audiovisual debemos adoptar esa posición para seguir explorando con la intención de encontrar respuestas provisionales que nos lancen nuevas preguntas.
Para los que no creemos en el progreso, lo que nos queda es el cambio. Innovar supone abrir camino para que los que nos sucedan (con distintas inquietudes a las nuestras) puedan transitar con comodidad por lo que considerarán vías seguras. Eso es lo que debería alimentar tanto nuestra intención como nuestro trabajo: sin miedo a crear paradojas, abandonarnos a vivir en ellas.

Fotografías:
Imágenes cortesía de “Un trabajo y una película”, todos los derechos reservados.

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