Me vais a tener que perdonar los tacos, casi como siempre, pero puede que hoy un poquito más de lo normal. Porque este post tiene un poco de rabia, pero prometo que también tiene algo de reflexión.

La verdad es que tampoco tengo mucho más que decir que lo que anticipa el título, lo que sí voy a hacer es contaros por qué.

El otro día celebramos la asamblea anual de este maravilloso proyecto que es Innovación Audiovisual, charlando entre nosotros salieron propuestas de formatos, de contenidos, de ideas en general. A donde voy es que en todo momento salió a reducir un denominador común: no sabemos qué va a pasar. Pensamos que como individuos podemos dar nuestra opinión o reflexionar juntos, pero nunca promulgar dogmas sobre lo que viene o lo que vendrá. Eso me gustó. Mucho. 

Me gustó porque no hay nada más fidedigno, no tenemos ni puta idea de qué va a pasar, ni con el contenido audiovisual, ni con la comunicación, ni con las marcas, ni con la economía, ni con nada. Igual que hace unos meses no sabíamos que íbamos a pasar tanto tiempo encerrados en casa. Y creedme que en este proyecto hay personas muy inteligentes.

Durante todo lo que llevamos de cuarentena, no me ha faltado tiempo para ver y leer a chamanes de sofá y sofistas de Happy Meal que dicen saber lo que tenemos que hacer. Toma ya. Con dos cojones. O dos ovarios. Lo que usted prefiera.

Estos gurús delebles saben lo que las marcas tenemos que hacer. Yo, desde luego, no lo sé, y me juego el sueldo en crear y comunicar una marca, no lo sabe la gente que más estimo intelectualmente, pero ellos sí. Saben cómo va a cambiar la televisión, la educación, la economía, la comunicación, qué coño (o polla), la vida.

Nada más lejos de la realidad. Si lo supieran solo habría dos opciones:

  1. Lo estarían haciendo ellos.
  2. Venderían el secreto a precio de oro.

 

Así que prefiero quedarme con las dos opciones más plausibles:

  1. Intentan estafarnos.
  2. Desde la necedad más absoluta creen que lo saben.

 

Así que eso nos da lugar a una única opción:

  1. No hacerles ni puto caso.

 

Pero, oigan, no todo van a ser rabietas pseudo infantiles, hay varias cosas buenas en esto. Lo primero es que la identificación de futurólogos de burdel se ha vuelto más fácil que nunca. Punto a nuestro favor. Segundo, esto nos obliga a reafirmar que ‘No tengo ni idea’ hay que decirlo más. Mucho más, de hecho.

En este sentido, me parece harto curioso que el no saber tenga cierta denotación peyorativa, más aún cuando la historia del pensamiento occidental se fundamenta sobre las bases socrático-platónicas y su famosa -y descontextualizada- aporía “Solo sé que no sé nada”. Tal vez sea culpa de los filósofos helenísticos, pero este es un berenjenal en el que, por salud mental, no nos vamos a meter ahora. 

Solo un apunte más y cierro el tema helenístico, prometido. Pero es que, siguiendo a los epicúreos, peor sería creer que se sabe sin saber, que reconocerse como no sabedor. Si no creen en los del Jardín, al menos creanle a uno que peca mucho de esto.

Para más INRI, la lógica básica nos lleva a afirmar lo siguiente -con perdón por la aliteración innecesaria-: si el saber es un juicio, es porque la sapiencia es un concepto mental que solo existe por su contrario, el no-saber. Ojo, voy a usar la forma prestada del alemán ‘kein(e)’ de la negación del sustantivo en la propia palabra (a través del uso del ‘no-’), puesto que expresa con fidelidad lo que intento transmitir. Lo cual no ocurre con el antónimo usual en castellano, ignorancia, que yo mismo definiría como “no saber que no se sabe”. Por ende, si no existiera el no-saber, no existiría el saber. Tanto es así, que la única condición indispensable para que se de el saber, es el no-saber. Solo el que no-sabe, puede llegar a saber.

A estas alturas me imagino lo que muchos estarán pensando: ¿tiene esto algo que ver con la innovación audiovisual? Pues no. Y sí. Mucho. ¿Por qué?

Porque para la innovación es imprescindible el no-saber, es más, no tener ni puta idea. No tan rápido, dame un voto de confianza y déjame desarrollar mi propuesta, por favor.

Para comenzar, si atendemos a la etimología de innovación, descubrimos que esta palabra la forman tres componentes diferentes: el prefijo ‘In-’ (entrar en, estar) el adjetivo ‘nova’/’novus’ (nuevo) y el sufijo ‘-ción’ (acción/efecto). Es decir innovar sería “la acción de crear lo nuevo”.

Si es así, puesto que ya sabemos que no es posible innovar sin crear, deberíamos entrar, o eso me parece a mí, en lo necesario para dar lugar a la creatividad. Para ilustrarnos, le cedo la palabra a un tipo más listo que yo:

 

 

Es decir, el proceso creativo comienza con la detección de lo que no vale, de lo que no sé. Vuelve a ser lógica básica. Si la creatividad existe para resolver un problema, es porque no sabemos cómo resolverlo, si supiéramos, no necesitaríamos creatividad.

Más allá, el mero hecho de la imprevisibilidad de la situación en lo que nos encontramos ahora (un estado de confinamiento mental y físico producido por el terror a un biovirus) pone de manifiesto que, antes, simplemente, teníamos una ilusión de certidumbre, un estado que nos impulsa(ba) hacia un determinismo que, como ya hemos visto, aniquila la creatividad.

Qué mejor que terminar con una cita de otra persona con más capacidades que yo que, al menos a mí, me ha tenido pensando unos cuantos días. El filósofo italiano Bifo Berardi escribe en su Crónica de la psicodeflación: “Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción. […] No hay pánico, no hay miedo. Solo silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos”.

Hasta aquí llega mi alegato por el no-saber, por la creatividad y el pensamiento crítico, a mi parecer, las únicas guías de supervivencia intelectual a una situación que nos obliga a pensar. Y oigan, ya que nos obliga, al menos hagámoslo con gusto, ¿no?

Gracias por haber leído hasta aquí 🙂

PD: Perdonad, de nuevo, los tacos.

PD II:: Si, por alguna casualidad, crees que tienes la receta del éxito para las marcas, la economía, el contenido, o cualquiera que sea tu especialidad, bloquéame. Si ya me tienes bloqueado, desbloquéame. Ahora vuelve a bloquearme. Disfrútalo.

Si consideras interesante reflexionar juntos sobre estas líneas, puedes hacerlo a través de mi cuenta de Twitter o LinkedIn.

También puedes seguirnos a Innovación Audiovisual en Twitter, LinkedIn, Facebook o Instagram.