En mi Facebook tengo una compañera de universidad, lista y preparada, que comparte con frecuencia noticias apocalípticas como que Suecia está al borde de una guerra civil por el exceso de inmigrantes o que el Ejército ya va camino de Cataluña. No quiero dejar de ver lo que hace así que suelo denunciar como noticias falsas aquellos enlaces que me parecen inventados pero sigo observando con interés su comportamiento ¿Qué lleva a una persona –que además estudió periodismo- a compartir con tanta alegría enlaces de medios desconocidos? Supongo que sencillamente dicen lo que quiere oír y no se plantea si son veraces o no.

Inicialmente Facebook se lavó las manos cuando este problema empezó a surgir en Estados Unidos.  Se permitió incluso hablar de la supuesta relatividad de la verdad. Pero tras la victoria de Trump decidieron tomárselo más en serio. Los dos grandes amos del mundo digital, Google y Facebook, habían sido utilizados. Habían contribuido a esa victoria difundiendo noticias falsas sin control. Tras la crisis de imagen y la presión de los medios Facebook ha tomado algunas medidas como facilitar la denuncia de los contenidos falsos, crear comités de sabios de medios reputados que actúan como fact-checkers de los contenidos y añadir enlaces a medios verificados que aportan contexto a las publicaciones (Esta última medida está en pruebas actualmente). La opción de denunciar es sencilla pero abre la puerta a la manipulación. Cualquier malintencionado puede denunciar como falsa una noticia veraz con el único objetivo de dañar al medio que la publica. Los comités de sabios y el contexto parecen medidas útiles a primera vista pero siempre estarán condicionadas por la elección de los miembros de ese comité o de los medios que aportan contexto. En el caso de los anuncios pagados, herramienta en la que los hackers rusos que trataron de influir en la campaña estadounidense gastaron 100.000 dólares según cuenta aquí The Independent, Facebook acaba de anunciar la incorporación de 1.000 personas para realizar verificaciones manuales en un proceso que hasta ahora era completamente automático.

Con sus 2.000 millones de usuarios Facebook es la red más relevante pero no es la única por la que circulan y se multiplican los bulos. Twitter no tiene una actividad comparable a la red de Zuckerberg pero sigue siendo muy influyente y por lo tanto puede ser muy dañina cuando incluye contenido falso. Además, automatizar comportamientos en Twitter es bastante sencillo y cualquier usuario puede crear sin mucha complicación decenas de bots que replican o retuitean mensajes. Una de las recomendaciones más útiles para circular por Twitter es seguir a @malditobulo. Comprueban muchos de los contenidos más virales que circulan por la red y verifican si son ciertos o no. Encuentran muchos bulos, demasiados… Justo este creo que se lo voy a mandar a mi compañera de universidad.

Mayor problema supone WhatsApp. Un universo de más de 1.000 millones de usuarios pero tan cerrado que es casi imposible de rastrear. Las comunicaciones son privadas y encriptadas. Un agujero negro en el que se mueven con comodidad alertas de atentados inminentes, pasados fascistas de políticos o imágenes antiguas enviadas como actuales. Es difícil encontrar el origen del bulo porque no hay retuits ni compartidos y cada usuario ejerce como difusor creando un nuevo mensaje. Las propias organizaciones de fact checkers se sienten incapaces de frenar la propagación de los bulos en la app reina de la mensajería instantánea como reconocen en este interesante artículo de Poynter. A pesar de las dificultades a veces se logra dar con el autor y en España la Policía ha detenido recientemente a una mujer de 42 años que grabó un audio en el que alertaba de una supuesta operación terrorista en Málaga. Este delito está penado con una pena de entre tres meses y un año de prisión.

Aunque creo que cuando las compañías privadas adquieren las dimensiones y el dominio del mercado de Facebook o WhatsApp deben asumir también una responsabilidad extra y comprometerse a beneficiar a la sociedad, no creo que sean ellas las que deban luchar contra los bulos. Al menos no solo ellas. Tampoco son los medios de comunicación los que deban abanderar solos esta batalla. Todos los ciudadanos debemos sentirnos implicados en acabar con estas mentiras y todos los gobiernos democráticos también. No estamos hablando de una frivolidad que circula por la red sino de unos mensajes malintencionados que influyen en procesos electorales. Yo empezaría a combatir los bulos en las aulas. Igual que los chicos reciben sesiones especiales de salud sexual o normas de tráfico, deberían impartirles clases sobre cómo verificar lo que reciben en sus teléfonos móviles. Y ya de paso, que después les enseñen el proceso a sus padres. Este es un problema nuestro. No debemos dejarlo en manos de Marck Zuckerberg.

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