En estos días, el conflicto está en nuestras televisiones y pantallas, adoptando diversas formas, dividiendo opiniones y generando un malestar que parece no tener fecha de caducidad. El conflicto es algo para lo que las sociedades no están preparadas, y sin embargo creo que hacemos mal pensando en el conflicto como un enemigo.

Jonathan Marks apunta con acierto en esta charla TED:

Constantemente se nos dice que el conflicto es malo, que el mutuo acuerdo es bueno; que el conflicto es malo, pero el consenso es bueno; que el conflicto es malo, y la colaboración es buena. Pero en mi opinión, esto es una visión muy simple del mundo. No podemos saber si el conflicto es malo a no ser que sepamos quiénes son los que combaten, por qué están combatiendo y cómo están combatiendo. Y los mutuos acuerdos pueden ser terribles, si dañan a la gente que no participa en el acuerdo, gente vulnerable, sin poder, a quienes tenemos la obligación de proteger.

El conflicto es un arma poderosa para el creador, que puede convertirse en un aliado en cuatro frentes:

  1. El conflicto como innovación

Karl Marx hizo de la lucha de clases el componente imprescindible para el cambio social, el conflicto se configura así como la herramienta del progreso. Como individuos, quizá no está en nuestra mano cambiar el curso de la historia, pero sí es necesario que empecemos darle un valor más disruptivo a la innovación. La innovación es necesariamente conflicto, porque se tambalea el orden establecido, y es habitual que sus garantes no quieran que nada cambie. La innovación no es ese camino asfaltado que nos conduce con luces de neón a un futuro mejor. La innovación consiste en romper en pedazos, buscar entre las ruinas, enfrentarse a lo que sin reflexión se da por bueno. Necesita ser sometida sin piedad a los criterios de la reproducibilidad y la refutabilidad del método científico, con un espacio necesario para la experimentación y una cultura que no condene el fracaso.

Destruir para construir

Ser un innovador es ser un conflictivo (un radical), que no se conforma y que quiere hacerlo distinto. Creo que a veces a la etiqueta de la innovación (demasiado vinculada innecesariamente a las nuevas tecnologías) se le otorga unas connotaciones positivas que la acomodan: la innovación debería ser un grano en el culo para todos, empezando para los propios creadores, aunque nos convirtamos en esas burbujas blancas que ayudan a descorchar la botella pero luego desaparecen.

  1. El conflicto como motor de las historias

Narrativamente, si no hay conflicto, no hay historia. Como creadores, esta es una máxima que está clara desde tiempos inmemoriales. Pero ¿cómo de conflictivos son los conflictos que plantean nuestras historias? Muchas veces los personajes nos “cuentan” que existe un conflicto, pero este no se ve en sus cuerpos o en los espacios, ni en la gramática de la historia ni en sus consecuencias. En formatos más largos sí que suele dar tiempo a profundizar, pero en esta época del marketing de contenidos en la que las marcas se lanzan a hacer webseries y a contar historias de toda índole, el conflicto parece algo que hay que evitar a toda costa. El Branded Content defiende la creación de un contenido de marca que sea interesante para el usuario, pero las marcas luego no se atreven a contar historias con conflicto (no vaya a ser que vinculen mi marca con algo que no sea felicidad, válgamedios), por lo que no consigue el propósito inicial de ser interesante para el usuario.

El conflicto muchas veces se confunde con personajes enrojecidos que se gritan y tiran cosas a la cabeza. Y curiosamente, aunque esa es la primera imagen que nos viene del conflicto, no es ni de lejos la construcción más interesante del mismo. Si hablamos de conflicto externo, solo hacen falta dos agentes que persiguen objetivos diferentes para generar un conflicto. Las historias son el relato minucioso de cómo se oponen esas fuerzas en la consecución de esos objetivos. Pero los que son realmente poderosos (por su invisibilidad) son los conflictos internos: lo que pasa dentro de la cabeza de un personaje (¡o ser humano!), que se debate entre lo que quiere y sus propias contradicciones. La construcción (que no la descripción) de un conflicto es un arte del que no debemos renegar.

  1. El conflicto como método de trabajo

Estamos demasiado acostumbrados a que nos den la razón. Tanto es así, que se huye del conflicto en el proceso creativo, cuando el proceso creativo no es más que caos interno y frustración (si alguien ha conseguido que no sea así, por favor, que se ponga en contacto urgentemente).

De acuerdo a Margarett Heffernan en esta otra charla TED, un modelo de colaboración que no busca que tus compañeros de viaje sean ecos de tu propia voz es el modelo más eficiente. Incluso en los procesos de Design Thinking se buscan las voces extremas, aquellos que no van a tener problema en expresar por qué tu solución / historia no les atrae en lo más mínimo. ¿Por qué no? Tiene sentido incluir el conflicto pronto en el diseño del creador, cuando todavía hay margen para hacer cambios.

El conflicto es además algo que tenemos que buscar como generador de ideas, la dialéctica entre ideas opuestas, o entre elementos de categorías diferentes que no tienen nada que ver entre sí son grandes catalizadores de la creatividad. Salir de la zona de confort creativa es ya de por sí un conflicto, pero es lo único que nos puede sacar de contar nuestra historia una y otra vez, para poder contar historias más universales.

  1. El conflicto como aprendizaje

En Conducttr llevamos unos años aplicando todo lo que hemos aprendido del transmedia storytelling al aprendizaje por escenarios, por lo que últimamente el conflicto se ha convertido en nuestra herramienta principal del trabajo. En una simulación de crisis para el campo corporativo, el conflicto no es solo el motor de la historia (¡¡detectada legionella en una de nuestras partidas de helado de pistacho!!) sino en una excusa perfecta para que un grupo de personas se enfrente a y entrene para un conflicto.

La creación de un conflicto ficticio que nos obliga a colaborar con unos compañeros de equipo para encontrar la solución y nos prepara para un posible futuro escenario de crisis. Pero creo que lo que es más importante es que nos permite conocer quiénes somos a través de nuestra manera de enfrentarnos a los conflictos.

En estos casos, cuando el conflicto se combina con el factor “urgencia”, los primeros instintos supeditan a las decisiones más racionales y nos llevan a simular de manera realista nuestras reacciones a situaciones en las que normalmente no nos vemos. Enfrentándonos así a los conflictos, les perdemos miedo y se convierten en herramientas de autoconocimiento y aprendizaje perdurable.

Después de haber roto una lanza por el tan denostado conflicto, creo que es necesario recalcar que el conflicto no puede perdurar en el tiempo para ser efectivo. Debe ser una escalera hacia algún lugar, un recorrido de transformación, no un lugar en el que acampar y hacer noche. No se puede habitar un conflicto de manera permanente sin que se convierta en una patología. Como creadores debemos mimar y querer nuestros conflictos, pero no convertirlos en monstruos sin cabeza. Aunque claro, podéis no estar de acuerdo. Despues de todo, eso sería lo suyo, ¿no?

 

Imágenes:

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