Siendo niño visitaba en vacaciones el pueblo de mi madre, Siruela, en Extremadura. Guardo vivos esos recuerdos de pantalón corto y juegos en las calles empedradas, donde el eco de las pisadas de las caballerías creaba un ambiente de cuento en el acontecer cotidiano. Las escenas de jinetes vividas desde mi mirada de niño resultaban un elixir excitante de la imaginación.

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Foto del autor. Linares de la Sierra, Huelva, España. Agosto 2015.

Las vacaciones en Siruela también regalaban mis oídos con palabras extrañas, nuevas en su vejez, de esas que no se oían en el patio del colegio o en las calles de mi ciudad, Madrid. Mis amigos extremeños decían “viajera” al autobús, “pellica” al abrigo, “albañal” al desagüe, “borras” a las ovejas … Había una palabra especial, “alberca”, para denominar la pileta que embalsaba las aguas de riego en las huertas, donde siempre había un abuelo comprensivo que nos dejaba aliviarnos de los calores del estío.

Hace unos días, cuarenta años después de esos chapuzones, he tenido ocasión de descubrir el parentesco etimológico entre “alberca” y “baraka”, un término de la cultura árabe que encontraremos traducido como bendición y también como suerte.

La sabiduría árabe denominó “alberca” a ese lugar donde el agua reposa y es bendecida antes de fluir y regar con su suerte el vientre de los campos. Una auténtica pila de agua bendita. Hoy, cuando brindamos, hacemos justamente eso, invocamos nuestra suerte en el líquido –no se brinda con carne o pescado o con arroz- y ponemos en juego esa bendición, confiando que surta efecto o celebrando su logro.

Por eso, en esta alberca llamada Innovación Audiovisual, quiero hoy invocar mi deseo con todos vosotros: brindo porque contemos historias a los niños, pues al hacerlo estamos regando con imaginación la vida que nos nutre.

Baraka!

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