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En estos tiempos de acelerada explosión del audiovisual, sobre todo en su vertiente del entretenimiento, que es la que ocupa más horas de mi día, hay tres aspectos que me interesan especialmente. Voy a exponerlos aquí, con más afán de reflexionar en alto que de soltar grandilocuentes titulares. Así que antes de empezar, una única frase lapidaria que sólo pretende ser una declaración de intenciones y que descaradamente le robo a Todd VanDerWerff de su reciente artículo publicado en vox.com al hilo del final de Mad Men: this is a great time to be a TV fan.

Los dos primeros asuntos que me inquietan están unidos inexorablemente: los públicos minoritarios y la medida del éxito. Es evidente que la multiplicación de soportes, formatos, hábitos de consumo, dispositivos, etc, ha multiplicado a su vez la producción de contenido. No voy a entrar en quién va a ganar la batalla, en qué formatos están o estarán más de moda, o en cuáles serán verdugos de otros. Me interesa más lo que se cuenta que dónde o cómo se cuenta, que dónde o cómo se consume. Hay miles de líneas escritas cada día sobre esto último, como referencia enlazo un par de artículos recientes que creo que resumen bien por dónde andan las cosas, por lo menos para los próximos meses, ya no se puede ir más allá en la predicción viendo lo rápido que va todo. La realidad es que todo esto ha derivado en una carrera apasionante por producir contenido, a la que no es ajena la industria televisiva, una de las que más, por no decir la que más, cambios y evolución está experimentando. Natalia Marcos en El País.com recogía hace poco reflexiones muy interesantes al respecto sobre esto mismo en este artículo a propósito del boom seriéfilo. Para seguir con la reflexión me quedo con conceptos clave como competitividad constante, innovación, transgresión, nicho, complejidad, ambición… Si alguien no se apasiona con esto es que es de hielo.

Vuelvo al hilo de mis tres temas principales hoy: estos públicos minoritarios que aparecen en artículos como este, estos nichos de espectadores ávidos de encontrar narraciones a su medida, esa necesidad imperiosa de conectar a flor de piel con un espectador que arropado en la oscuridad de su habitación mantiene la pantalla de una tablet o de un smartphone tan pegado a sí mismo que parece que sintiera la respiración del protagonista de su serie favorita, todo esto da lugar a títulos que ya no necesitan dirigirse a toda la familia, ni siquiera a los sacrosantos targets tradicionales. Van más allá de eso. Hasta en España hemos enterrado a la señora de Cuenca, dan fe de ello quienes han de escribir su epitafio. Es verdad que mientras todo esto ocurre, seríamos ciegos si no viéramos que el fenómeno contrario está también en auge: las grandes sagas, los productos ideados para audiencias globales con presupuestos gigantescos y campañas de comunicación monumentales están también en pleno apogeo. Quizás es más evidente en la industria cinematográfica (basta echar un vistazo a las cifras de vértigo que ha recaudado la séptima entrega de Fast&Furious, la gran y justificada expectación de cada nuevo tráiler del episodio VII de Star Wars o la previsión de Disney para los próximos dos años). Aunque también en televisión hay sitio para los fenómenos gigantescos, sobra con mencionar Juego de Tronos o The Walking Dead sin necesidad de dar más explicaciones. Pero volvamos a nuestro pequeño nicho, ese que hace posible que se produzcan joyas como Mad Men, como The Fall, como The Honorable Woman, por citar algunas de las que más he disfrutado últimamente. Pero también otras que es evidente que son pequeñas en tamaño pero enormes para sus fans: ahí está Girls, Shameless, Jane the Virgin, Outlander, Transparent, Helix… La lista es inabarcable, evidentemente.

En España, y enlazo con el tema de la evaluación del éxito, hemos vivido recientemente un fenómeno sin precedentes, el de El Ministerio del Tiempo. Escrita con infinito amor a la ficción arriesgada, comprometida, que cree en sí misma y no tiene complejos, el resultado es una explosión de entusiasmo entre unos seguidores ávidos de producto nacional que responda a este nuevo gusto por lo arriesgado, lo transgresor, lo artístico en definitiva. Pero ha sido revelador que justo al tiempo que se loaban las virtudes de la serie y que se jugaba como críos a disfrutar de sus guiños, surgía el temor de su cancelación y una campaña a favor de su supervivencia a la vista de las relativamente pequeñas audiencias en el competitivo prime time de la tele patria. Creo que en TVE, más por miedo a equivocarse que por fe en la rentabilidad del éxito, renovaron la serie casi por impulso. El caso es complejo por el hecho de ser la cadena pública, no una de las comerciales, pero me sirve para llamar la atención sobre la necesidad que tenemos, todos en el sector, desde la prensa hasta las cadenas, desde la crítica hasta la producción, de superar los análisis de audiencias lineales que han regido los designios del sector en las últimas décadas. Pero claro, para eso hay que encontrar otras métricas y otras formas de rentabilizar los productos más allá del triste GRP. Mucho camino por hacer aquí.

Por terminar, y no hacer esto demasiado tedioso, el tercer aspecto sobre el que quería poner el foco es la manera en la que comunicamos toda esta infinitiva lista de contenido audiovisual de entretenimiento. Creo que, y dará para otro artículo, tanto la prensa especializada como los que estamos en este lado oscuro de la fuerza, dentro de las productoras de contenido, tenemos la asignatura pendiente de innovar continuamente en la forma en la que comunicamos. Es evidente que el espectador no va a tener horas en el día o días en el año para consumir absolutamente todo lo que se produce, y efectivamente si vamos a esos nichos o a esa producción a medida tampoco hará falta que lo consuma todo. Se hace más necesario que nunca por lo tanto orientar, atraer, mantener, enganchar, convencer… ¿Cómo? En ello estamos.

Imagen: The Fall (www.bbc.co.uk)