Seguro que habéis observado pegatinas de estos simpáticos animalejos adornando el trasero de muchos coches ibéricos. Desde que las matrículas solo indican una pertenencia genérica a este lugar geopolítico por donde transitamos, se impone esta seña de identidad automovilística. Iconos de nuevo cuño, simples, eficaces y menos “rotundos” que las banderas: el burro identifica a lo catalán-catalán, una oveja latxa lo vasco-vasco y el toro (antes portador de publicidad “Osborne, es cosa de hombres”) identifica las esencias de lo español-español. Hay muchos tipos de nacionalismo, ni mejores ni peores unos que otros…. Todo un párrafo para explicar un tercio del título del post que solo es un enganche retórico, un cebo, para lo que se quiere contar ahora.

La “narrativa transmedia” ya existía antes de que la eleváramos a Diosa multiplataforma y a Jenkins como su Profeta. Además de estudiar el transmedia desde los nuevos canales de comunicación y la tecnología, habría que estudiarlo también desde la antropología, la sociología, el arte y la cultura, y sin tener en cuenta que el desarrollo de la narrativa conlleve estrategias productivas conscientes o inconscientes; el ejemplo paradigmático es la Religión. Lo han petado las que han conseguido el poder (de convicción y del otro) a través de la venta de su mensaje utilizando todos los medios a su alcance en cada momento histórico: desde la narración oral, canciones, poesía, la creación de símbolos y representaciones gráficas, libros, música, arquitectura, escultura, pintura, moda, liturgia y representaciones  (el “directo” siempre ha funcionado bien), pasando por la violencia de la guerra o el terrorismo, las franquicias hasta el cómic, discografía, cine, radio, TV, vídeo o Internet. Y algo hemos  avanzamos sobre el segundo tercio del título.

Hay estudiosos de la identidad nacional que creen que el nacionalismo ha existido desde inicios de la historia humana, como la religión: no hace falta insistir en el paralelismo entre nacionalismo y religión. Pero el nacionalismo actual se aproxima al planteamiento de la escuela “historicista” (Gellner, Hobsbawm y Anderson son imprescindibles en la bibliografía de Sociología; algo más ligero: artículo de J M Fradera La formación de las culturas nacionales El País). Estos autores postulan que las naciones y el nacionalismo son productos de la modernidad y han sido creados como medios para fines políticos y económicos.

Desde el siglo XIX el nacionalismo ha contribuido a unificar países, a zafarse del yugo colonial a otros y a crear tensiones entre comunidades, incomodas dentro de estructuras estatales. Pero hablar sobre “identidad nacional” puede dar pie a la recurrente discusión de política nacional; no en este caso. Se trata de aventurar que la Identidad, en este post la identidad nacional como caso, se configura, crece y evoluciona a lomos de la narrativa transmedia. Y con esto se explica el resto del título del post.

La moderna identidad nacional colectiva se basa en la interiorización de la propia narrativa (frente a la narrativa de “los otros”) que se refuerza  con la reinterpretación y/o invención de la tradición: historia, mito, leyenda, lengua, símbolos, himnos  o etnia  se mezclan para hacer el cemento social de la comunidad imaginada. Y hay muchos y diversos ejemplos a lo largo de la historia y en el ancho mundo: Mitos germánicos de la tetralogía de Richard Wagner, leyendas como la muy castellana de El Cid (de nuevo desmitificada, esta vez en una ficción gracias a Javier Olivares Cap. 1-T 2, El Ministerio del Tiempo) o historia confusa de una guerra en 1714 entre Cataluña y España; ejemplos de J M Fradera.

Podemos afirmar que para crear o reforzar una identidad nacional hace falta tirar de storytelling, narrar historias y utilizar todos los canales y plataformas a su alcance. Y una anotación: la globalización, la interconexión y la facilidad actual para viajar ha ayudado a trasmitir las narrativas propias y a conocer las ajenas, a suavizar sus lecturas pero en ningún caso a hacerlas desaparecer.

La Educación, como transmisor de valores y, en muchos casos, como relatora interesada de Historia y Cultura es otra plataforma de difusión de Identidad Nacional. El Deporte,  en su versión espectáculo, se ha configurado como escenario (incruento) de las nuevas batallas entre estados y/o comunidades (el Fútbol de club y selecciones, los Juegos Olímpicos, por ejemplo).

La necesidad de reforzar la identidad nacional ha facilitado la creación de una parte importante de la “Industria Cultural” nacional y regional. Este sector, que está a la cabeza de la innovación y que forma la plataforma trasmedia más completa,  comprende el sector  Audiovisual (televisión, cine, vídeo  y radio), las Artes escénicas, el sector del Libro y Publicación editorial, el  Mercado de las Artes visuales, los  Museos, la  Música. Hay quien mete en este sector industrial los Asuntos Taurinos; no creo que sea cultura pero sí una seña de identidad nacional nada despreciable; en fin, este post comienza con un toro y termina con tauromaquia…. ¡bendito país!

Y para distender un poco el post aquí tenéis una recopilación de los mejores sketches de «Vaya Semanita», ejemplo de contenido «nacional» que ha tenido la particularidad de combatir con humor estereotipos, tradiciones y problemas sociales del País Vasco. (Espero que no se me aplique por compartir este vídeo la  «Ley Titiritero»)[youtube https://www.youtube.com/watch?v=eC0aA6I8QnE&w=560&h=315]