Hace poco tuve el placer de impartir un módulo en la formación reglada de la Cátedra de TV y Nuevos Medios de La Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
Uno de los problemas habituales en el campo de la innovación es precisamente ése: ¿cómo enseñar una disciplina que aún está gestándose?

Para empezar, queda descartada la utilización de una bibliográfica canónica. O bien aún no existen textos al respecto, o bien los que hay pueden agruparse en dos categorías:
– Los prospectivos, dedicados a recoger casos y entrevistas (una foto de actualidad que, en breve, pasará a ser historia)
– los teóricos que, por su propia naturaleza, se focalizan en un tema concreto y a menudo carecen de una visión holísitca que permita entender el fenómeno en su complejidad, con sus múltiples conexiones y ramificaciones.
En estos casos la documentación suele hallarse repartida por infinidad de lugares, fragmentada y no siempre accesible. (No todo está en Internet, y menos a la vista).
En el supuesto de que el usuario llegue a ella, deberá realizar una labor de “unir los puntos”: en sus manos queda darle al material orden y sentido.

Lo dicho con la bibliografía es aplicable a las obras acabadas. Cuando no hay antecedentes resulta inútil volver la vista atrás o, si se hace, indefectiblemente vamos a buscar referencias en campos dispares, los que consideremos que, por algún tipo de afinidad, se pueden considerar antecesores de la materia que nos ocupa. Pero ese recurso siempre es limitado. (Lo nuevo, por definción, tiene elementos que no aparecen en lo anterior).
Así… ¿es imposible enseñar innovación? ¿Se puede enseñar lo que no existe?
A pesar de lo dicho, mi respuesta es afirmativa. Sí, creo que sí.

 

Volvamos por un momento a Cuba y a la EICTV. La fama de la escuela es bien merecida. En cada rincón se respira Cine, en todas sus formas: ficción y documental con un fuerte acento de autor, enunciado en una mezcla desacomplejada de portuñol y spanglish; una melodía que, a los que tenemos una edad, nos remite inevitablemente a la jerga empleada por los Blade Runners.
Esto no es algo anecdótico. La variedad lingüística de alumnos venidos de todas partes del mundo supone uno de los valores de la escuela. Eso, combinado con una genuina pasión por la narración audivisual. En las aulas y en lo espacios comunes el lenguaje está vivo: las ganas de expresarse y comunicar permiten elaborar discursos complejos con lo que se tiene a mano. Es una muestra práctica de innovación: hay más ganas que manías, así que se encuentra la manera. Ésa es la actitud.
Otro factor que fomenta la innovación es el sistema educativo de la escuela. Grupos pequeños permiten que el diálogo sea fluido e ininterrumpido. Nada de clases magistrales basadas en esa forma trasnochada de enseñar, donde un docente dicta la materia enfrentado a una masa de estudiantes que anotan no se sabe muy bien qué.
Trabajar sobre proyecto fomenta la implicación personal del alumno y le incentiva a mantenerse alerta, a preguntar, a indagar nuevos caminos que le lleven a la solución que anda buscando, y que todavía no está escrita en ningún lado.
El hecho de que cada uno desarrolle una idea personal también permite obtener una variedad considerable de trabajos, cada uno único en su especifidad. Así, el alumno no sólo aprende de su trabajo, sino que tiene la oportunidad de ver otras maneras de hacer al compartir la experiencia entre compañeros.
Por último, está la dinámica docente: encuentros diarios que permiten intercambiar opiniones, analizar lo presentado y lanzar propuestas para el día siguiente. A ese ritmo resulta inevitable una inmersión constante con un alto grado de rendimiento.

Así sí se puede enseñar innovación y, en mi caso, desarrollar proyectos transmedia que puedan llevarse a cabo. En todo esto hay un fuerte componente mayéutico. Preguntas y respuestas, ensayo y error, teoría y práctica, diseño y prototipado todo en ese ambiente ilusionado de estar explorando nuevos territorios.
Enseñar (y especialmente, enseñar materias innovadoras), supone un doble aprendizaje, tanto para el alumno como para el docente. Y para este último también una lección de humildad: en esa relación no hay autoridad, sino respeto, respeto mútuo.

Cierro este texto remitiéndome a la imagen que lo ilustra: una instantánea del cielo cubano. La evolución de las nubes, su forma, es necesariamente pasajera, no por ello menos bella. Como dijo Galeano: la perfección, como la utopía, es una ilusión que nos sirve para caminar.
Innovar es un viaje y una aventura, algo de lo que disfrutar durante todo el trayecto, y eso también se puede enseñar.

 

Imagen del autor

 

Sigue a Montecarlo en Twitter.
Sigue a Innovación Audiovisual en Twitter.