Vivimos tiempos convulsos que sacuden creencias, ideales, ilusiones y, en un plano más material, gobiernos, mercados, negocios y empresas.
El omnipresente Covid-19 se cuela en nuestros hogares (espero que sólo en un sentido figurado) a través de redes sociales y medios de comunicación (como si a día de hoy las redes sociales no cubrieran también esa función).

Resulta imposible que pasemos un día sin escuchar, leer o ver noticias y rumores protagonizados por el causante de esta pandemia que asola el planeta.
Ya han corrido ríos de tinta, han aparecido los primeros libros, series, documentales y cualquier tipo de formato que toque el asunto (memes incluidos, por descontado). Todos ellos producidos en tiempo récord: aquí prima la velocidad sobre la calidad, la oportunidad (y el oportunismo) por delante de la reflexión. (Sorpréndanse, si aún tienen capacidad después de las últimas declaraciones del showman más delirante de los últimos tiempos).
No entraré a hablar del aumento del consumo de series ni de las horas de ocio que se invierten en el sofá, frente a todo tipo de pantallas. (Me asalta un duda: ¿si el ocio es obligado sigue considerándose como tal, o pasar a ser tedio?) Tengo compañeras más capacitadas y mejor informadas que seguro analizarán la cuestión con acierto.
Yo, hoy, me decanto por retomar un asunto que en su día expuse; entonces aplicado al mundo empresarial, hoy a la cotidianidad de todos. Me refiero a las metáforas, algo que no por frecuentado resulta menos desconocido, y que creo merece la pena analizar con más detalle.


Imagen de las calles durante el estado de emergencia

¿ES LA GUERRA? QUE SE PONGA
Nos encontramos literalmente recluidos en nuestras viviendas, envueltos en el ruido y el desconcierto frente a un fenómeno inusitado y aún estamos en estado de shock (ese momento del shock en que, entumecidos, creemos haber aceptado la nueva situación como normalidad presente). Y es que, entre tanta voz y tanto ruido, no es sólo el virus el que se nos ha metido en casa.
Necesitamos información. Más aún, necesitamos certezas en estos tiempos de incertidumbre, sin acabar de entender que lo que más demandamos es de lo que menos hay, que tales certezas no existen. Y no existen ni para nosotros, ni para los científicos expertos ni para los gobernantes. Desgraciadamente, la necesidad sigue ahí, insatisfecha, expectante.
Y entonces encendemos el televisor y aparecen los portavoces del gobierno en telemática rueda de prensa. Por supuesto no es la primera que vemos, ni por parte de nuestro gobierno ni el de otros estados (en realidad es una especie de subgénero de las declaraciones oficiales). Sí es cierto que no estamos acostumbrados a la frecuencia con la que se imponen.
Cada día están ahí, al otro lado del monitor, transmitiendo no saben muy bien qué, ni en qué términos lo hacen. O esa es la impresión que causan. Aunque uno (llámenme desconfiado) suele pensar que si tienen tantos asesores y se invierte tanto tiempo y dinero en elaborar estas representaciones (sí, eso he escrito, representaciones), será por algo; que esa aparente falta de sentido está, muy al contrario, cargada de intenciones bien elaboradas.
Como digo, es importante que estudiemos la puesta en escena.


Foto del humorista madrileño en plena actuación

Permítaseme una breve digresión. Finalizado oficialmente el franquismo, aquel humorista incomparable que fue Miguel Gila decidió presentarse en todas su actuaciones luciendo (nunca mejor dicho) una camisa roja. ¿El motivo? Era una manera silenciosa de gritar a los cuatro vientos su afiliación política. En ese caso, el cómico utilizaba el color como símbolo para lanzar un mensaje, que no por falta de palabras resultaba menos claro.
No fue el único que difundió consignas políticas a aquellos que quisieran entenderlas. Tras tanta represión y tanta miseria, muchos se movieron ente la ilusión de querer creer que “muerto el perro se acabó la rabia” y la contención del miedo en el cuerpo (de cuarenta años de represión, pero también de una transición no tan placentera como nos quieren hacer creer).
Otro ejemplo memorable fue del irrepetible Fernando Fernán-Gómez y su saludo ácrata.
Sirvan estos ejemplos para ver cómo los mensajes se lanzan al viento y se nos cuelan por la retina. Están ahí, aunque parezcan invisibles y, por lo tanto, inexistentes.
Si los dos ejemplos citados representan símbolos (el color del comunismo o el saludo del anarquismo), las metáforas suelen ser más complejas, pues a menudo se articulan unas sobre otras, formando una especie de juego de espejos o muñecas rusas a veces difícil de despiezar.
Como con tanta insistencia nos ha dicho George Lakoff, vivimos a través de metáforas, o mejor dicho, construimos nuestra noción de realidad a través de las metáforas con las que nos contamos el mundo. (Y sí, utilizamos esas metáforas para articular nuestros relatos, de eso va el storytelling).
Volviendo a lo que decía: ¿cuál es el mensaje que nos lanza el gobierno? ¿Qué realidad quieren construir en nuestras mentes?


Fernán-Gómez en su aparición en el festival de San Sebastián

Esto no es una guerra, aunque algunos la vivan como tal. Con el impulso que ya dio la popularmente conocida como “Ley Mordaza” (aún vigente), y con el añadido del estado de alarma (el Gobierno insiste en que no re-centraliza, aunque no para de repetir que tiene el mando único), se instaura entre la población la idea de que esto “es normal”.
Esa asunción de que lo presente, por cotidiano, es normal (léase, lógico, admisible, aceptable… inevitable) nos lleva a un imaginario que a algunos –no somos pocos– nos trae recuerdos infaustos de otros tiempos a los que no queremos regresar.
Ustedes me perdonarán pero no, esto no es una guerra. No es una guerra, como bien se nos ha recordado en otros lugares del planeta.
Utilizar la metáfora bélica, con toda su jerga castrense de pecho descubierto y novio de la muerte (poco les ha faltado, pero ahí estaba rondando), construye una realidad que, además de inexacta, resulta peligrosa y afianza un discurso que para nada suena “progresista”.


Grande Marlaska, ministro de Interior, en rueda de prensa

¿Estamos en manos de militares o de políticos libremente elegidos? ¿Un virus se combate a tiros o con medicamentos y estudios científicos? (Podría seguir añadiendo preguntas, pero ustedes pueden imaginarlas por sí mismos). La representación que hemos vivido las pasadas semanas nos muestra los fundamentos del discurso de unos dirigentes atemorizados (necesitan el apoyo de la fuerza armada) o simple hombres de paja de la milicia o de aquellos a la que sirven (la imagen de los mandos en “segunda fila” se presta a múltiples interpretaciones). A mi entender, ni la imagen ni las metáforas empleadas ayudan, sea lo que sea lo que nos quieren contar.
Pero… rectificar es de sabios, dice el refrán. Al final han decidido retirar medallas y militares de las ruedas de prensa y dejarlos para ocasiones especiales (no queramos saber cuáles). Parece que han comprendido que la metáfora, la puesta en escena, los actores o una combinación de todo ello, no ayuda. O tal vez que se desgasta: un exceso de uso también puede llevar a la ineficacia. (¡Recuerden el cuento de Pedro y el lobo!)


Ilustración de la novela de Joseph Conrad “El corazón del as tinieblas”

¿ESTÁN LOS HÉROES? QUE SE PONGAN
Muy bien, parece que el discurso se ha modulado (al menos, en lo visual). Pero, y recuperando el argumento central de las metáforas, me temo que se seguirá apostando por un imaginario (esta vez verbal) igualmente tóxico. Porque se va a seguir utilizando el término “héroe” para hablar de personas que no se ajustan a la descripción. Veámoslo.
Cada día, como un reloj, parte de la población se asoma a ventanas y balcones a aplaudir. ¿A quién? A los equipos sanitarios del país. Es una muestra pública de agradecimiento y reconocimiento del esfuerzo que llevan a cabo.
Nada que decir en relación a ese gesto más que eso, que es un gesto. Sin duda los gestos también forman parte de la comunicación humana: sirven, en este caso, para mostrar apoyo y crear cohesión. (Otros gestos, por descontado, expresan otro tipo de sentimientos). Pero, como decía alguna lengua afilada en Twitter: quiero a mis vecinos a las 8:00 pm cuando salimos a aplaudir, pero no los quiero tanto a las 10:00 am cuando me machacan con su música estridente. (La cita no es literal, pero se entiende el sentido).
Entiéndase que una cosa no quita la otra, pero que ambas son difíciles de compaginar. Y lo más relevante: ¿de dónde surge esa consideración de “héroes”?
Uno se siente más dispuesto a etiquetar al personal sanitario como “víctimas”, vista la falta de recursos (fruto de los recortes, malversaciones, privatizaciones, falta de previsión… no vamos a entrar ahora en ese terreno) y las nefastas consecuencias que eso conlleva. Si los militares siguieran dando ruedas de prensa tal vez me habrían sugerido sustituir “víctimas” por “bajas” o, en ese eufemismo que también (tan bien) manejan, “daños colaterales”. (¿Cómo les suena? ¿Duele?)


Foto y cita extraídas de Facebook, correspondientes al film “Paths of Glory”, dirigido por Stanley Kubrick

Esta amarga cita es fácilmente atribuible al guionista de la película, Jim Thompson, ya que refleja sin demasiadas sutilezas su visión del mundo. Él la emplea para hablar de los infantes (no confundir con las infantas), pero parece fácilmente aplicable a nuestras enfermeras, médicos y demás personal (sobre)expuesto al virus. (¿No podremos escapar de esta metáfora del uniforme y el fusil?)
¿Héroes? El término sigue pareciéndome inadecuado.
Cantaba el desaparecido David Bowie “We can be Heroes / Just for one day” aunque en la misma canción decía: “We’re nothing / and nothing will help us”. (Recordemos que el tema hace referencia a una pareja que se conoce junto al muro de Berlín, ciudad en la que el músico grabó el tema y el L.P. que lo incluye).
Parece que tampoco a otros grupos les interesaba el término. Muchos recordarán fácilmente el tema de The Stranglers “No More Heroes”.
Claro que eso sucedía en la década de los setenta: tiempos turbulentos para la sociedad occidental. (No es que los sesenta fueran mejores, pero tampoco vamos a ir por ahí). Aunque, bien pensado… nuestros tiempos tampoco se pueden considerar un remanso de paz. (Tal vez de ahí la afición a considerar las metáforas bélicas).
Hace poco apareció en la prensa nacional una columna. La llamo así por su redactado, aunque básicamente se nutría de una entrevista en la que una trabajadora exponía su punto de vista. En esta ocasión no se trataba de personal sanitario sino de una asistente social, aunque me parece que lo que decía es aplicable a ambos casos. En resumen, esta mujer se lamentaba de que se la etiquetara de “héroe”. Decía textualmente: “Odio lo de héroes o heroínas, no lo somos. Simplemente, ahora que el país está parado, somos fundamentales. Y tenemos que estar ahí, al pie del cañón. Pero no por ello tengo que considerarme una heroína, para nada”.
A esta persona, con décadas dedicadas a la misma labor, la llegada del coronavirus no le ha pillado en el sitio equivocado, en el momento equivocado. Simplemente se la ha encontrado en su puesto de trabajo: el mismo sitio (o similar) al que lleva décadas acudiendo todos los días. Esa persona, como sus compañeras, ha seguido desempeñando su labor por orgullo profesional, convicción personal, necesidad económica o por el motivo que sea.
Ya, me dirán ustedes, pero en menudas circunstancias. Y no se lo discutiré. Pero hagamos un pequeño alto y preguntémonos: ¿sabemos lo que es un héroe? Porque para mí el problema viene de ahí, de que hace demasiado que ignoramos de lo que hablamos, y que utilizamos el término como metáfora, cuando no deberíamos.


Imagen extraída del libro “El héroe de las mil caras”, de Joseph Campbell

No me extenderé en la definición de Campbell ni en las teorías que plantea en su obra. Lo resumiré tan solo diciendo que el “monomito” es una historia que se da en todas las culturas y todos los tiempos, y que narra la historia de un individuo arrastrado a la aventura que sufre un viaje iniciático que le lleva a, efectivamente, solucionar los problemas de su tribu y convertirse en un héroe. (Aquí el término sí está bien empleado).
Lo que casi nunca nadie dice (porque claro, tiene mala prensa) es que el mismo hecho de ser héroe te excluye de tu comunidad. Valgan dos ejemplos para ilustrarlo: el personaje de interpretado por John Wayne en esa maravilla llamada “The Searchers” (“Centauros del desierto” en la traducción creativa y épica tan de los años de la dictadura española) y el de la figura de Charlie Marlow, personaje protagonista de la novela corta “Heart of Darkness” de Joseph Conrad (y que John Milius y Francis Ford Coppola adaptarían en otra obra magna, “Apocalypse Now”).
Como se ve, todo esto tiene poco que ver con la edulcorada versión que George Lucas utilizó en su “Star Wars» (a pesar de que él si tuvo la colaboración del propio Campbell). Algo que quedó perpetrado en el manual para ejecutivos (luego best seller del guión según Hollywood) que firmaría Christopher Vogler.
Yo no quiero expulsar a los sanitarios ni a los trabajadores sociales. Yo lo que quiero es que se les reconozca (no ahora, siempre), su trabajo. (Petición extensible a todo trabajador, incluidos los de mensajería y reparto, que tan mal lo pasan). Esta reclamación se debe traducir, entre otras cosas, en salarios y condiciones de trabajo dignas. No veo nada metafórico en esto. Ni heroico.


Imagen extraída de la cuenta personal de Facebook de Jeff Gomez

¿ESTÁN LOS NUEVOS HÉROES? QUE SE PONGAN TAMBIÉN. O NO.
Podría pensarse que, como lleva tiempo anunciando Jeff Gomez a partir de ideas seminales de Maya Zuckerman, ha llegado el momento de olvidarse de héroes individuales (e individualistas, de ésos que en el fondo representan el liderazgo único que lleva implícitas la disputa y la competitividad), para proponer un nuevo modelo, el del viaje colectivo. (Para ampliar la idea lean la serie de posts que Gomez escribió al respecto).
El problema que a mí personalmente me genera esta idea no es tanto el de trabajo o narrativa compartida (a los que doy la bienvenida), sino la insistencia en esa heroicidad que no debería ser tal (como ya apunté en las notas de mi tesis, documento compartido en este blog).
Creo firmemente que son más interesantes las historias de «simples mortales» que las de «héroes». Yo las encuentro más cercanas, más creíbles, más accesibles y, sinceramente, más inspiradoras.
Todo este discurso heroico me resulta tan tóxico como el que el Romanticismo desarrolló entorno a «la inspiración», y gracias al cual (tras ser necesariamente pervertido) se ha construido un bloqueo generalizado a la creatividad de la mayoría de la sociedad. Yo, como Picasso, creo que si la musa ha de venir, es preferible que me encuentre trabajando.
Como decía al inicio del post, «vivimos tiempos convulsos que sacuden creencias, ideales, ilusiones y, en un plano más material, gobiernos, mercados, negocios y empresas». Soplan malos tiempos para discursos sobre derechos y libertades, como nos recordaban hace poco voces reconocidas como Anne Applebaum o Yuval Harari.
Pero también es cierto que, como suele recalcar Elisabet Roselló, el futuro no está escrito. Puede que sea momento de ponernos manos a la obra aunque, eso sí, vayamos con «pies de plomo» a la hora de escoger las metáforas que utilizamos.

Fotografías:
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La utilización de todas ellas no busca fines lucrativos y se acoge al derecho a cita.
En la cabecera del artículo, friso en el que se representa la leyenda de Gilgamesh.

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