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La televisión no es una religión, aunque a veces lo parece, como cuando se convierte en algo más que un medio porque consigue que su audiencia comulgue con los estímulos de la señal que emite. En un post anterior, y medio en broma, llamamos a eso Televisión Cervical. Ahí nos cebamos con uno de sus ejemplos, el Festival de Eurovisión, y dejamos sugeridas otras tres vías del mismo fenómeno:

• Las campanadas de Nochevieja
• Las retransmisiones de fútbol
• La misa televisiva.

Un usuario único me ha pedido que complete el recorrido. Es verano, tiempo de serpientes periodísticas, así que vamos a entretenernos paseando ideas entre la innovación audiovisual y la arqueología televisiva.

Con imágenes de una mesa, de un Messi y de una misa, en el menú de hoy: uvas, relojes, goles y hostias. 

No hay Televisión más potente que las uvas de Nochevieja porque unifican la totalidad de la audiencia y sincronizan su gesto. Tolón, tolón, campanada y uva, todos a una, del monitor a la boca, y doce veces per cápita. Conexión directa,  lineal y poderosa con la audiencia: televisión cervical en esplendor máximo. ¿Hay algún otro evento capaz de conseguir esto? Creo que solo el nigromante Uri Geller remató algo parecido en aquella histórica hecatombe de cucharillas y reparación de relojes oficiada en directo por Iñigo, el gran obispo del entretenimiento en los 70´s, cuando la monotelevisión.

Quienes han retransmitido las campanadas españolas saben que este evento no se parece a ningún otro. Hay que ir meado y con todo el temple, porque hay mucho nervio para tan poca escaleta. No puedes cagarla y, si ocurre, la anécdota te persigue de por vida. Eludo nombres porque yo soy uno de ellos, como saben las 187.000 uvas que sobraron en Canarias un 1 de enero de hace algún tiempo porque confundimos la primera campanada con un cuarto. Y no hubo cuarto donde esconderse en Tenerife para huir de las uvas de la ira no de la audiencia canaria sino de la población, mucho más serio.

Dicen que esto de las uvas viene de 1909, cuando unos agricultores alicantinos con una cosecha excedente tuvieron la idea de asociar sus uvas a la buena suerte. Si non è vero è ben trovato. Y si es verdad, las uvas de Nochevieja son la idea más brutal de Branded Content español, equiparable, distancias aparte, al momento en que Coca Cola decidió arrebatarle a los escandinavos su Papa Noel verde y lo vistió de rojo para siempre.

Uvas + Nochevieja + tv: ¿Hay opciones para la innovación? Una o ninguna, como en el chiste. La costumbre se ha sumado al genoma cultural hispánico y ya es Tradición. Poco que hacer. Tal vez, si acaso, variar cada año la localización de los campanarios, como hacen con cierto éxito en las teles autonómicas. El resto de los experimentos naufragan y las emisoras nacionales acaban volviendo a los balcones en la Puerta del Sol. El relato suele ser el mismo: pareja de presentadores vestidos de gala, emociones predecibles, recordatorios, repaso al procedimiento y, finalmente, LA COSA. Como los niños con los cuentos infantiles, la gente no compra novedades en el discurso.

Pero la innovación es una culebra inquieta, optimista y sorprendente. La novedad más notable, en este caso, no viene por la retransmisión sino por la masticación. Hace ya un par de años que otro grupo de agricultores levantinos, esta vez de Castellón, mantiene una batalla para cambiar las uvas de Nochevieja por mandarinas con la etiqueta de “Los gajos de la suerte”. Pues eso: ¡suerte!

 

messi

Respecto al fútbol y a las misas no tengo experiencia profesional, así que enredo y busco colegas expertos entre la fauna de quienes tiene Televisión en vena. Doy con Javi, un excelente realizador gallego que llena los fines de semana retransmitiendo los partidos del Celta de Vigo para el mundo y las misas dominicales para Televisión de Galicia. Dos en uno: un auténtico coronel de la Televisión cervical para comunidades leales.

Acudo a Balaídos, el viejo estadio del Celta de Vigo.  En la unidad móvil Javi realiza y arma el relato del partido de fútbol pinchando él mismo las cámaras. Sigue una partitura estricta – la Escaleta Internacional- que le dictan desde Barcelona, a donde envían la señal para ser complementada y distribuida a posibles clientes por todo el planeta. La señal televisiva, como la pelota, va y viene, así que cuanto más redondita mejor. Por eso todos los partidos de fútbol del mundo tienen un relato tan parecido.

Personalmente soy del Atlético de Madrid, es decir, más sensible a las emociones que al propio fútbol. En el Calderón me entretengo con las abuelas y sus nietos, con los porretas y con los recalcitrantes, con esa ensalada variopinta de personajes y su teatro de la catarsis. A menudo hay tanto espectáculo ahí como en la cancha. Busco la emoción, así que salgo de la Unidad Móvil y subo a las gradas de Balaídos para comprobar, una vez más, que el fútbol vivido es distinto al fútbol televisado. Ahí, en el campo, además de los jugadores, está el fragor de las emociones y pasiones en movimiento: una auténtica experiencia comunitaria que todo el mundo conoce y entiende pero que raramente se siente por televisión. ¿Por qué la experiencia de usuario es tan distinta? En las gradas de los estadios hay cantidades ingentes de contenido, pero están neutralizados. ¿Es que sólo Coca Cola ha entendido que en el fútbol la emoción no pertenece solo en los jugadores?

La Televisión no transmite los partidos de fútbol, los re-transmite. Le aplica al evento toda su potencia mediática y de intermediación: el medio se pone en medio. Su discurso se ocupa casi en exclusiva del juego, no del festival de reacciones y emociones que construyen los jugadores para su público natural. El fútbol televisado es para las masas pero parece aborrecerlas quitándole protagonismo. El medio le tiene miedo al vuvuzelismo, a los gestos agrios, a las reacciones vivas y a los pensamientos coreados, así que los controla con el silencio. Las cámaras enfocan hacia el césped con naturalidad y a él se circunscriben durante la mayor parte del relato. El sonido de las gradas se limita en la mezcla emitida para dejar pista a los comentaristas profesionales. Su voz es la importante porque ellos sí que se atienen a los parámetros de la Escaleta Internacional. Emociones tamizadas y todo el  ruido controlado que quieras, si, pero cada uno en su cuadrado, como en aquel delirante baile argentino.

El fútbol es un espectáculo bárbaro en todos los sentidos. Su discurso es de alcance universal, consumible por prácticamente cualquier habitante del planeta, algo que en la cultura audiovisual no ocurre desde el cine mudo. Perfecto, pero en el fútbol televisado, repleto de intermediarios y narradores, hoy no hay sitio para el autor. Se puede innovar en los recursos técnicos – y se hace con excelencia- pero raramente se hace en el enfoque y en las raíces del discurso, ni en su intención. Es, antes que nada, un negocio global, y está casi sacralizado. En esto sí se parece a un fenómeno religioso. Mandan los estándares y una orquestación compleja y asombrosa que deja muy poco margen a la libertad narrativa. Tal vez por eso el fútbol, un magnífico caladero de historias, emociones y pasiones, haya dado tan poco juego a la ficción audiovisual.

Confirmación: en el interior de Balaídos descubro un cuartucho destartalado. Un antiguo urinario al que han arrancado las lozas y en el que solo quedan baldosines amarillentos y alguna bombilla de luz macilenta, como en los cuartos de interrogatorios de la vieja Stasi. Dentro un comando de técnicos mantiene vivo un operativo informático con diversos monitores y pc´s. Parece que me he metido en un capítulo de X-File pero no. Me cuentan que son los responsables de la publicidad de las vallas electrónicas que enfilan el lateral del campo, los anuncios que se ven de fondo durante las retransmisiones. Ellos también siguen una pauta milimétrica y van cambiando la presencia de cada marca según el tiempo contratado. Ese comando invisible es más poderoso que Cristiano Ronaldo poorque es quien justifica la forma del relato televisivo en las retransmisiones de fútbol, la duración del plano general master y muchos otros detalles más del trabajo del realizador. La publicidad es el verdadero fundamento del fútbol televisado, de su existencia y de la forma de su relato. De Perogrullo, si, pero verlo así es otra cosa. Me cuentan que el sistema ha llegado a tal grado de sofisticación que en ocasiones – partidos importantes- las cámaras se duplican en el campo y ofrecen una realización paralela del partido, narrada desde el eje contrario. Un mismo partido con dos realizaciones y dos señales de televisión diferentes porque cada una de ellas apunta hacia un lateral diferente del campo, y en cada lateral hay vallas publicitarias diferentes, con mensajes diferentes, de marcas diferentes, destinadas al público de diferentes países. Asombroso.

Como en las uvas de Nochevieja parece que en el fútbol la innovación del relato audiovisual también está limitada. Se puede variar la escritura pero no el texto. ¿Qué hemos visto de nuevo en el último mundial de Brasil? Básicamente el spray que llevaban los árbitros en los riñones, y ha sido muy celebrado. Tal vez la innovación deba llegar por la vía de los pequeños detalles, así que, por decir algo, y ya que damos por censurado el rugir de los leones en el graderío, ¿y si probamos a ponerle un micrófono inalámbrico a los dos entrenadores?

 

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Y las misas por televisión.

Un género clásico en nuestras emisoras públicas, con una innegable eficacia como servicio público para una comunidad real de usuarios porcentualmente discreta pero entregada. Fieles como los que más y televisivamente satisfechos como pocos. En términos narrativos la misa es un relato total, con su escaleta, guión, actores, escenografía y puesta en escena específicos.

Aquí mi experiencia tiene que ver precisamente con la innovación audiovisual, como un ejercicio académico de CreaTVdad que suelo proponer. El reto es que deben reformatear el programa de las misas, a petición de una supuesta autoridad eclesiástica preocupada por la pérdida de share. Es un buen reto para el creador audiovisual pero los resultados son siempre muy pobres o excesivamente marcianos. Entonces le pregunto a mi especialista en fútboles y misas y Javi me regala una de las anécdotas más curiosas que he oído nunca sobre Televisión.

Javi acoplaba su realización de las misas a los tempos obligados de la ceremonia y a su propio sentido narrador, mezclando las cámaras por criterio de variedad visual e insertando, de vez en cuando, planos de escucha de los feligreses presentes en la iglesia. Como en el momento de la bendición final, que narraba repartiendo un plano frontal del cura emitiendo la bendición con un contraplano de los asistentes recibiéndola. La lógica de una narración convencional y eficiente que, sin embargo, no resultó eficaz. La dirección de la emisora recibió una carta de protesta por la realización de las misas dominicales. Según Sor María los ancianos de su residencia se quejaban de que por culpa de ese plano de los feligreses ellos no recibían directamente la bendición del cura. Contundente. La misa del domingo siguiente ya era distinta.

No encuentro mejor ejemplo para ilustrar el poder del medio cuando él mismo se funde con los receptores de su mensaje: Televisión comunal con mayúsculas. Esta vez los límites a la innovación audiovisual no vienen del propio evento, como en la retransmisión de Nochevieja, ni del control de los narradores, como en el fútbol, sino de la propia audiencia.

Por eso a los alumnos les costaba imaginar nuevos formatos para las misas en televisión. En este caso parece que hay más potencial innovador en la propia Iglesia Católica que en la retransmisión de sus ceremonias. Dos Papas coetáneos –uno argentino, el otro alemán- han podido seguir en directo la final del Mundial de fútbol. Señal de que los tiempos están cambiando muy deprisa. Si no ajustan sus relojes, les darán las uvas.

Y después de la mesa, el Messi y la misa, un bonus track de masas, las que siguieron en 1975 a la cuchara más boba de la historia de la Televisión, a cargo del citado Uri Geller.

Feliz verano.

Imágenes: Jesus Perez Pacheco, Ministerio Cultura de la Nación, Iglesia de Valladolid.