Sinceramente; a veces, bastantes veces, me siento un impostor. Me suelo ocurrir cuando escribo aquí. O cuando participo en foros donde depositan mucha confianza en lo que yo pueda decir. Puede que este sentimiento tenga algo que ver con mis antecedentes.

Hace muchos años, más de 30, tuve el enorme privilegio de montar en un trillo. El trillo, básicamente, es un instrumento de labranza tirado por bueyes o mulas, de unos 5.000 años de antigüedad, que separe el grano de la paja en cereales como trigo, centeno,…

Esta singular experiencia no la viví en un museo; la viví en Lanseros, el pequeño pueblo de Zamora donde vivían mis abuelos y acudía a pasar buena parte del verano. Allí, bajo el sol de Castilla, era donde mi abuela gobernaba aquella embarcación tirada por dos vacas grandes y fuertes.

Mis primos, mis hermanos y yo, peleábamos por acompañar a mi abuela haciendo de grumetes. Pero éramos tantos que había que turnarse para disfrutar de una pequeña porción de viaje mágico.

trillar

Por aquel entonces, el trillo ya era un vestigio, solo sobrevivía entre quienes no podían permitirse comprar las modernas cosechadoras. Pero había disfrutado de 5.000 años de gloria ininterrumpida; y yo, tuve la inmensa fortuna de ver el reflejo de alguno de sus últimos rayos de esplendor.

Así que hoy, en pleno 2014; tantos años después, o tan pocos, según se mire, me siento muchas veces un impostor. Yo, que tosté mi piel de niño surfeando sobre un trillo en los campos de Castilla; ahora tengo la osadía de intentar escribir sobre Innovación Audiovisual; ni más ni menos.

O me lanzo a hablar delante de gente de cosas como transmedia, storytelling o branded content. Así que siempre llevo un montón de notas, de chuletas; y las miro infinidad de veces antes de empezar mi exposición, imagino que por miedo a equivocarme y que todo el mundo descubra que tan solo soy un impostor. Al fin y al cabo, ¿qué puedo contar yo sobre todas esas cosas?. Si hasta usaba el río como ducha, mientras mis tías hacían la colada allí mismo.

En el mejor de los casos, podría hablar de como el agua en muchos ríos pasa tan rápida que no llega a calentarse, aunque sea pleno agosto. Pero, aún así, hay fríos que dejan recuerdos profundamente cálidos.

Puede que tan solo sea un impostor más, otra paradoja andante de esta gran aventura llamada vida, donde hay páginas que pasan a una velocidad endiablada, mientras otras apenas se mueven.

En mi caso, el territorio de impostura es la comunicación teñida de tecnología. Comunicación y tecnología dos palabras íntimamente ligadas a través de un abismo.

Por un lado la tecnología; que germina en nuestro pensamiento lógico, y es la piedra angular de nuestra evolución. Relacionar, clasificar, combinar, dimensionar, proyectar, programar,… nada se resiste a nuestra capacidad de pensar y ejecutar de modo estructurado.

Y por otro lado, la comunicación; que sigue respondiendo a las mismas necesidades y estímulos que hace miles de años, solo que añadiendo o sustituyendo ventanas. Antes eran las señales de humo, hoy por ejemplo es el whatsapp, y mañana será otra cosa; pero probablemente nos seguiremos contando cosas parecidas.

señales-humo

Y por medio estamos nosotros, como profesionales del sector, intentando pergeñar nuevos modos de comunicarnos a través de la ingente cantidad de tecnología que se agolpa en nuestra puerta. No he hemos terminado de abrir un paquete, y tres nuevos están de camino. Esto siempre ha sido así, solo que ahora es más rápido. En este frenesí, nuestro reto es darle un sentido útil, y preferiblemente positivo, a cada nueva ventana y a cada nuevo artefacto.

No es fácil; las tecnologías de comunicación que hoy son de uso común, apenas alcanzan los quince años de antigüedad, en el mejor de los casos. Ni siquiera una generación entera ha convivido con ellas, y va ser difícil que esto ocurra, ya que no dejan de mutar o evolucionar; a veces, a cosas muy distintas.

Podemos sacar conclusiones sólidas sobre lo que pasa, sobre nuestra admirable pericia técnica. Pero, ¿qué podemos concluir sobre lo que queda?, sobre el poso que va dejando en nuestro modo de comunicarnos. Hace falta más tiempo para hacer más que meras conjeturas. Puede que incluso estemos abocados a solo poder sacar conclusiones sólidas a toro pasado; pero que sean ineficientes para el presente. A mi juicio, con toda la teoría del Transmedia ocurre esto, explica bien el pasado, pero flojea en el encuentro con el presente.

Afortunadamente mucha gente logra hallazgos exitosos en esta mezcla de comunicación y tecnología; donde también tiene que participar la rentabilidad, el termómetro que a la postre mide el éxito. Y los triunfadores nos suelen regalar decálogos para proclamar el nuevo paradigma. Pero, muchas veces, ni ellos mismos son capaces de reproducir su modelo de éxito. Y, los que logran triunfar a la mañana siguiente, lo hace dinamitando, punto por punto, el decálogo anterior.

Es como si nuestro ecosistema fuera la selva, donde la naturaleza en su estado más salvaje lo domina todo, y nosotros siguiéramos empeñados en poner nuestros invernaderos, para disponer de cultivos programados que nos garanticen abundantes cosechas.

selva

Hay tanta agua y tanta humedad (tanta tecnología) que todo crece y muta de una manera desaforada e incontrolable; sin duda salvaje, la comunicación que se establece depende más de los instintos de las personas, que de los planes y los deseos de los grandes gestores tradicionales de la comunicación.

Pienso que en este ecosistema no existen modelos de éxito; solo existen modelos de adaptación, y cada uno debe encontrar el suyo. El premio para quienes lo logran es mayúsculo, además de sobrevivir, poder aprovechar los recursos de un territorio increíblemente fértil.

Una vez más, no parece sencillo. El desequilibrio entre la infinita exuberancia y mutabilidad de la selva; y la esencia de lo que somos, o pretendemos ser, nos suele situar en una posición incómoda, al borde de la impostura. Con nuestro pies en escalones que se van separando muy rápido. Y lo más normal es equivocarse; aunque lo más natural es seguir intentándolo, de eso va la adaptación.

Es un camino fascinante y divertido, el listón está alto, pero tampoco desorbitado. Pensemos en la conversación, una de las técnicas de comunicación más antiguas y eficientes. Quien puede asegurar, que aunque los interlocutores tengan la mejor de las voluntades, una conversación no termine siendo fallida o como en el rosario de la aurora. Así que tampoco le vamos a pedir milagros a las gafas de Google.

Yo, hoy, he desempolvado el trillo. La tecnología es tan poderosa que hace volar a todo tipo de embarcaciones. Puede que todo lo que se mueve lo haga impulsado por lo inmutable, que unas páginas vayan muy rápidas por la sencilla razón de que otras van muy lentas. Nuestro eterno deseo de volar, en el sentido más amplio de la palabra; y poder contarlo y compartirlo.

@FernandoArtevia’]
@InnovacionAv’]