cerebro

Pensaba no hace mucho, mientras avanzada sin demasiada atención por la vigésima página del menú de Yomvi, en lo mucho que ha cambiado nuestra manera de ver algo en la televisión.

Los que han vivido el salto de lo analógico a lo digital seguro que me entienden.

Crecimos acostumbrados en la comodidad del consumo lineal de la información y los libros de “Dragones y mazmorras” nos parecían el colmo de la interactividad. Nos sentábamos cómodamente en el sofá a ver lo que alguien había decidido que se emitiría esa noche. Y al día siguiente las conversaciones se polarizaban en torno a ese único contenido. Era la quintaesencia de la cultura y el consumo mainstream.

En este contexto es fácil entender el vértigo que, a veces, produce el nuevo sistema. Nos liberamos de las cadenas que nos obligaban a ver un contenido concreto en un determinado horario pero nos sometimos al yugo del “lo que quieras, dónde quieras y cuando quieras”.

El cambio ha puesto en nuestras manos la difícil tarea de decidir. Y nos ha vuelto unos indecisos digitales.

La inmediatez del contenido no equivale a inmediatez en la decisión. Al contrario. Parece que la gigantesca oferta de contenidos que proporcionan las smart TV, la TV a la carta y las plataformas de VOD vuelven más difíciles nuestras elecciones. La neurociencia nos dice que nuestro cerebro no solo toma decisiones basadas en la lógica. Los seres humanos nos hemos acostumbrado a procesar la información canalizándola y contextualizándola a través de estímulos, como la sorpresa, un recuerdo, la curiosidad, la excitación, el miedo… Es decir, es una respuesta emocional la que termina asignando relevancia a un determinado contenido por encima de cualquier otro. Y para que ese proceso se produzca de manera natural la exposición debe ser controlada. Con ofertas titánicas nuestro centro de mando se colapsa. Yo reconozco que experimento un gran alivio al poner el piloto automático y lanzarme al binge-watching de una serie que se me escapó en emisión. ¿Será porque aplazo el tan temido momento del “qué veo ahora”?

Los sistemas basados en esta nueva manera de entender la oferta de ocio, ajena a la paquetización de contenidos y a la predeterminación de horarios, se asientan en tres aspectos clave: simplificar la decisión, fomentar el descubrimiento y desarrollar múltiples niveles de prescripción.

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En un mundo globalizado y digitalizado, en donde la navegación quiere ser cada vez más intuitiva y sencilla, todo contenido es susceptible de ser “buscado” pero no todos son “encontrados”. Por eso para conseguir que el usuario perciba un contenido como relevante el sistema antes ha de volverlo visible. Para los proveedores de contenidos digitales la estrategia del showrooming (mostrar lo que tienes y hacerlo visualmente atractivo) ha quedado relegada a un segundo plano. El reto está ahora en asociar a cada contenido un inventario de palabras clave, es decir, crear webs vestidas con metadatos para seducir a los buscadores. Porque gran parte de nuestras decisiones de ocio empiezan dentro del cajetín de Google. Esta indexación es la base para conseguir nuevas categorías y subgéneros, en donde la descripción ya persigue posicionar sociodemográficamente la oferta. Netflix, sin ir más lejos, tiene casi 80.000 categorías.

Además, los metadatos permiten filtrar los contenidos generando múltiples combinaciones de visualización a la hora de mostrar los contenidos. Esta adaptabilidad persigue crear auténticas experiencias personalizadas, en las que el árbol completo de la web se despliega a medida que el usuario va descubriendo caminos, clicando en este o aquel contenido, asignando importancia a este género o a aquel autor o intérprete. La web personalizada se traza, en definitiva, dejando que el usuario tomando decisiones básicas y haciendo que su propia navegación vaya cribando la oferta. El sistema se depura y personaliza con cada visita, con cada consumo y cada descarte. La era del big data.

Pero nada de esto podría entenderse con un tercer componente, igualmente esencial: las recomendaciones de otros. Buceamos en sistemas que pretenden anticiparse a nuestras elecciones en base a inputs alejados de la estandarización propia del sistema analógico tradicional. Los tradicionales algoritmos del más visto, más valorado o más comentado ahora se complementan con prescripciones de comunidades sociales, propuestas relacionadas con temas actualidad, listas confeccionadas por expertos, declaraciones de consumo de influencers o en buscadores emocionales en los que se realizan sugerencias de contenidos en base a nuestro estado de ánimo.

Seguro que en este momento muchos se preguntan para cuándo un algoritmo para los que quieren ver algo… lo que sea.

@elena_neira