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Busto de Aristóteles. Imagen extraída de http://static3.sobrehistoria.com

Uno va tomando notas sobre cosas que le gustaría publicar: ideas y experiencias que se van acumulando. Algunas se traspapelan, quedan obsoletas o pierden interés. Sin embargo otras, como una pauta emergente, afloran y reaparecen de manera insistente, volviendo a reclamar mi atención, haciéndose visibles.
Hoy quiero compartir una de estas reflexiones que me han llevado a dar largos paseos en solitario, mantener acaloradas conversaciones con amigos y compañeros de profesión en cafés y en la Red y a pasar más de una noche en vela.
El debate surge entre los cuatro escenarios que señala el título del post, y va acompañado de dos conceptos más, muy relacionados con el asunto: la verosimilitud y la contingencia.

Me doy cuenta de que uno de los motivos por los que esto me resulta recurrente es porque es aplicable tanto en el plano teórico (desde un punto de vista de narrador resulta apasionante) como en el práctico; como espero ser capaz de explicar, estos asuntos son pilares fundamentales del desarrollo y la innovación (tanto la audiovisual como otra, mucho más general).

Volver a Aristóteles
Releyendo a Aristóteles, uno puede ver de manera clara su preocupación por marcar un modelo constructivo determinado, lo que le lleva a reiterar a lo largo de su Poética la importancia de la verosimilitud a la hora de elaborar un relato.
Para el griego, lo importante es que el espectador “se crea” lo que le contamos. Por eso dice que algo verosímil (creíble, porque lo aceptamos como posible) será aceptado con mayor facilidad que algo que, aunque siendo cierto (habiendo sucedido), nos resulte difícil de aceptar, por extravagante o inusual. Atención: aunque no solemos hacerlo, deberíamos preguntarnos qué consideramos creíble, y en base a qué parámetros lo hacemos. (Sobre esto volveré más adelante).
En su afán de convencer al espectador, da un paso más allá y habla de “la necesidad”. (No solo algo puede haber sucedido, sino que “tenía que suceder”).
Y aquí es donde entra otra gran ida que nos ha marcado durante siglos: la causalidad.

A menudo nos olvidamos de que la Poética de Aristóteles gira entorno a la Tragedia, y no a otras formas narrativas. Y sí, efectivamente, una de las cosas que definen a este tipo de relato es precisamente que al inicio de la obra ya sabemos qué suerte van a correr los personajes, pues aunque el drama pueda entristecernos, no posee la carga determinista y desoladora que incorpora la tragedia.
Sin embargo, y pese a esa distinción entre uno y otra, con el tiempo hemos incorporado elementos definitorios de la segunda a la elaboración de historias relacionadas con la primera.
Es decir, consumimos dramas, aunque poseen elementos trágicos que modelan y distorsionan nuestra visión.

Realidades construidas
Vivimos en un mundo construido por nosotros, y no estoy hablando sólo de los elementos físicos como ciudades, carreteras y otras infraestructuras, ni de elementos sociales como las normas de comportamiento en público o las relaciones interpersonales.
Todo eso está incluido, pero la elaboración va mucho más allá. Nuestra concepción del mundo se remonta a generaciones anteriores, y está construida a base de creencias comunes aceptadas de un modo tácito, a menudo inconsciente. Nunca las verbalizamos ni las ponemos en duda, pues ignoramos que están allí, actuando en la sombra.
Vivimos en un relato que nos contamos a nosotros mismos y a los otros, una narración que no se ajusta con “la Realidad” (con mayúsculas, en sentido filosófico) pero que termina por configurar la realidad (lo que tomamos por real y lo que constituye nuestro día a día).

Atención, ese relato incluye elementos intangibles, imaginados, ideas sin cuerpo a las que dotamos de poder y se convierten en reales (en la medida en que afectan a nuestro comportamiento y reacciones). Por poner un ejemplo harto conocido: las cotizaciones en Bolsa. Valores de empresas que suben y bajan en función de un intercambio virtual de dinero. Dinero que, en sí mismo, tampoco es tangible ni real, pero que sigue moviendo el mundo. Si todos creemos que el dinero existe, existe (en tanto ideación consensuada y compartida).

Desde el origen de nuestra especie, el ser humano, social, ha elaborado relatos que hablan de la creación del Universo y que modelan una visión del mundo: tanto de la realidad inmediata como de una concepción universal.
Como apuntaba al principio, todo esto puede parecer muy teórico, de escaso interés para el mundo de la empresa y la innovación. Pero no nos engañemos: su repercusión en estos entornos resulta impresionante.
Es probable que los lectores estén familiarizados con el nombre de Robert Dilts, puesto que sus aportaciones se han aplicado a menudo en el terreno empresarial. Para los que no le conozcan, y resumiendo sobremanera, diré que fue el que desarrolló las propuestas planteadas por John Grinder y Richard Bandler, padres de la PNL (Programación Neurolingüística). Dilts organizó y sistematizó las propuestas de sus predecesores, estructurándolas en la famosa pirámide que ilustra este artículo, y que marca el sistema de niveles lógicos.
Dicho sea de paso: Grinder y Bandler partieron de las teorías de Noam Chomsky; y es que nadie arranca del cero absoluto, o dicho de otro modo, todos tenemos una historia. (Historia entendida tanto como narrativa como cronología).

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Imagen extraída de www.equilibrepnl.com
Este sistema de clasificación es aplicable tanto a personas como a organizaciones.

Volviendo al título del artículo, y enlazándolo con la ilustración…

…IDEAL
es un concepto de absoluto que define la plenitud de algo, su completud. (No entremos en disquisiciones filosóficas al respecto de la posibilidad de su existencia real).

…POSIBLE está relacionado con la contingencia. Es algo que puede suceder, pero que no “tiene porqué” hacerlo. (Dejo apuntado que gran parte del discurso postmoderno enlaza con esto, lo que incluye a todas las narrativas fragmentadas que desarrolla el Transmedia. Muchas teorías científicas relacionadas con el espacio-tiempo también exploran este asunto).

…PROBABLE es aquello que consideramos verosímil, sea por cálculo estadístico, sea porque se ajusta a nuestro sistema de creencias. (Aquí dejaré que el lector enlace con la pirámide de Dilts: los conceptos situados más arriba son los más arraigados y, por lo mismo, los más difíciles de modificar).

…REAL es lo que sucede. (Aunque, como ya he apuntado, puede deberse a creencias o convicciones sin fundamento).

Este último concepto debemos enmarcarlo en la lectura que, inevitablemente, haremos desde nuestro determinado punto de vista, con las limitaciones y matices que eso conlleva.

¿Y dónde encaja “la Necesidad”? Pues en la narrativa que elaboramos para dar sentido a esa realidad; una especie de exégesis socio-cultural que construye un relato colectivo a posteriori con el que se quiere justificar que las cosas (los acontecimientos, lo que llamamos hechos) tienen un “porqué”.

Nadie quiere innovar
Nadie (o casi nadie), quiere innovar. Al menos no por voluntad propia o convicción. A menudo el que innova lo hace «a pesar» o «en contra» de lo que sea y de quien sea.
Y no quieren hacerlo porque innovar supone desafiar el relato canónico, nuestra visión del mudo. De nuevo, y volviendo a la pirámide de Dilts, nadie se atreve a ascender muy alto. Emulando a los antiguos relatos: nadie se atreve a mirar a los ojos de Dios (siglos después, a los del rey) por miedo a morir fulminado.
En una sociedad frívola como la nuestra, en la que el término héroe se ha vaciado por completo de sentido, nadie se atreve a mirar al Horror cara a cara. (La referencia velada a Conrad es obligada).

Voy a poner un ejemplo reciente, para ilustrar lo que digo. (Siguiendo mi costumbre, omitiré nombres propios porque la explicación resultará igualmente clara).

Una determinada empresa se ha dedicado siempre a ofrecer servicios bancarios a otros bancos, lo que podríamos llamar un Banco B2B. En la actualidad está a punto de ofrecer un nuevo producto, que en esta ocasión es algo realmente diferente. (Espero que el lector rellene con su conocimiento e imaginación los huecos de un relato necesariamente sintético). ¿Qué tiene de especial este nuevo producto?
Debido a múltiples factores (la digitalización de la sociedad, la mala imagen que los bancos han cosechado con la crisis mundial, la necesidad de posicionarse en el mercado frente a otras empresas del sector, la búsqueda de reducir costes a base de eliminar personal) esta entidad, por primera vez desde su creación, va a ofrecer un producto 100% digital B2C. Se trata de una aplicación móvil gratuita que permite pequeñas transacciones entre usuarios de distintas entidades bancarias, simplemente sabiendo el número de móvil del destinatario y con un simple clic!
¿Innovador? Efectivamente. ¿Voluntario? Evidentemente no. Si se ha llegado a la conclusión de que hay que desarrollar este producto es porque si no lo hacen ellos, lo harán otros (con la correspondiente perdida de cuota de mercado). ¿“Friendly”? por supuesto. ¿Voluntario? De nuevo la respuesta es no; en realidad, ha sido impuesto por la transformación tecnológica en la que nos hallamos inmersos, y los cambios de hábitos de los usuarios que eso conlleva.

El producto, como digo, se ofrecerá como “marca blanca” a los usuarios finales (particulares, B2C) y por su puesto a sus clientes habituales (bancos, B2B, para que lo “customicen” y lo ofrezcan a sus clientes directos). A nadie se le escapa que la reducción de operaciones en ventanilla conllevará a la larga reducción de personal, y que los bancos se ahorrarán bochornosas situaciones como ésta.

Noel Iglesias – “Banco Santander comisión 10 euros”.
Todos somos Noel Iglesias.

Una vez que está preparado, llega el momento de comunicarlo, darle difusión para que los posibles usuarios (early adopters) lo utilicen y lo difundan. (Quiero recordar que, hasta aquí, la innovación ha sido forzada).
En este momento se organiza un concurso entre agencias de comunicación. (Ya sabéis, de esos concursos en los que no se te dice que ésa es la fórmula que el cliente adopta, y en el que se te solicita tanta información sobre tu propuesta, sin garantías de nada, que es prácticamente como jugar a la ruleta rusa).

Hagamos una elipsis y saltemos al momento en que realizamos la presentación de una pre-propuesta tan trabajada que, en realidad, se trata de la propuesta definitiva, a falta de pequeños ajustes de presupuesto y calendario.

La directora de comunicación está entusiasmada: lo que ha visto supera todas sus expectativas. ¡Es una propuesta de comunicación digital nativa! No tele, no prensa, no marquesinas, no vallas… Redes sociales, Street marketing, Co-creación, Transmedia… Para un producto del siglo XXI, comunicación del siglo XXI.

Superadas todas las pruebas, llegamos a la recta final. Presentación de la propuesta al director general: “Yo de esto no entiendo, no tengo Facebook”.
Es un hombre inteligente, ágil, que sabe escuchar; eso sí, no tiene Facebook.

Fundido a negro. Una vez más, elipsis: pausa dramática, cliffhanger

Meses después, un banner con un bloguero de moda haciendo el estúpido aparece en varias páginas web (no hay interacción con el público, no hay cesión del control del discurso). En varios diarios de papel de tirada nacional, una foto a toda página anuncia la aparición de la aplicación (no hay público objetivo al alcance).
Lo ideal, lo posible, lo probable y lo real, colisionan en un espacio-tiempo concreto: todos estamos a salvo. El status quo se mantiene. Una vez más, el avance de la maldita innovación, que persiste en aparecer donde menos se la espera, ha sido frenado.
Nadie quiere innovar. Como si innovar fuera una opción.

En algún instituto perdido en un lugar recóndito de España, un profesor mal pagado les cuenta a sus alumnos que, hace ya mucho, un señor llamado Darwin formuló algo que se llamó la teoría de la evolución. Lo cuenta medio mal y con la boca chica, por las prisas, porque los estudiantes no prestan mucha atención y porque teme que, en cualquier momento y contra lo que explica, una decisión del gobierno acuerde que esos contenidos no son aptos para niños.
¿Qué es eso de que todos, como individuos y como especie, vamos probando caminos que nos permitan avanzar en función de los cambios del panorama al que nos enfrentamos? ¿Qué es eso de que si alguien se empeña puede lograr que la contingencia sea no sólo posible, sino real?

Mientras yo, dando un paseo solitario o estudiando el techo invisible de mi habitación oscura, sonreiré al recordar que los fenómenos emergentes son saltos cualitativos difíciles de detectar con antelación y, mientras me alcanza el sueño, algún proceso innovador aflorará sin que nadie lo espere ni lo autorice.
¡Y será tremendamente real!