Hace ya mas de una década que todos aquellos que hemos estado inmersos en este mundo de la tecnología, de las comunicaciones, de la tan nombrada era de la información y de la revolución digital, visualizábamos entusiasmados  un cambio futurista en todas nuestras áreas de desempeño.

En aquella época vislumbrábamos un gran beneficio en la libre información que traería consigo el  desarrollo de habilidades, actitudes y conocimientos de una forma jamás pensada  a través de la tecnología,  imaginando que todo esto contribuiría en la formación de sociedades mas integradas, mas inteligentes y sobre todo mas conscientes.

Las historias de cada individuo  pasarían de ser meramente sueños a volverse realidades utilizando una cascada de herramientas en la palma de la mano.

Con gran ilusión pensábamos en las enormes posibilidades que poco a poco aparecían a nuestro alcance integrando todos nuestros sentidos para habitar en un mundo virtual  que de un momento a otro se poblaba con integrantes de todo el globo terráqueo.

Al día de hoy, prácticamente el mundo entero vive en esta realidad virtual. Hoy todo aquello forma parte de nuestra vida cotidiana. ¿Quién no utiliza el Whatsapp, el Facebook o el Snapshat? La cantidad de herramientas es rica y a al vez abrumadora. La industria entera genera recursos a la velocidad de la luz. Para todo lo que deseamos encontramos una «App».

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Pero ¿Qué ha sucedido con ese futuro imaginado? ¿Qué hay de esa colectividad, de los proyectos compartidos y de la conciencia colectiva?

Hablando desde mi experiencia, desde mi práctica  y desde el punto de vista de un observador que reflexiona sobre la cotidianidad, hago un balance entre ese futuro que parecía tan innovador, tan creativo y tan idealista con un mundo actual que difícilmente se ha movido desde sus entrañas.  Hablo de la reinvención de nuestro actuar, del replanteamiento de  lo que somos capaces de crear y  de lo que se aloja en el interior de cada persona para compartir con los demás.

Esa realidad de la información y de la tecnología que nos absorbe y de la cuál dependemos sin lugar a dudas, pero que en lugar de ser objeto de metas comunes, como algún día lo pensamos, nos enfrenta a un individualismo absurdo dónde cada vez comprendemos menos y dónde lejos de habilitarnos para convivir nos estamos convirtiendo en seres aislados.

Hablando de mi propia práctica, por ejemplo, en la educación observo que en contraste con los grandes avances que se han logrado al poder acercarnos a diversas disciplinas, a recursos innovadores y a dispositivos accesibles,  se observa un mínimo cambio en las aulas que den pie a un verdadero aprendizaje dónde el pensamiento crítico,  la creatividad y el desarrollo humano  sean prioritarios  para lograr un cambio social que desencadene en un crecimiento global a través de los medios.

En cualquiera de las disciplinas en las que trabajamos, nos encontramos con una verdadera revolución en la forma en que consumimos, en la que nos relacionamos y en la que producimos o en la que simplemente nos divertimos.   No es novedad hablar de como la tecnología ha transformado  las interacciones personales, laborales y emocionales.  Pero en el fondo, seguimos internándonos en el “yo” en lugar de pensar en el “nosotros”, enfrentándonos a la competencia y abuso de  los medios a nuestro alcance en lugar de utilizarlos para romper distancias, para colaborar, aprender y construir una sociedad global.

Mas allá de tomar ventaja de la magia de la tecnología para dar vida a seres humanos conscientes, se están formando personas cada vez mas enajenadas consigo mismas, mas inseguras y carentes de afecto.

Somos muchos los que observamos el despertar de esta era con las enormes expectativas para crear medios que lograran  re diseñar nuestra mente para decidir en favor de intereses comunes que provocaran un mundo mas empático permitiéndonos avanzar juntos aprendiendo unos de otros, aportando y creando historias colectivas desde múltiples formas.

Ese mundo si existe hoy, pero solo en las manos de pequeños grupos que hemos decidido crearlo, muchas veces nadando en un mar contra corriente,  a pesar de ser tantos los habitantes  de esta era digital.

Las redes sociales,  la digitalización de la  información, los  medios audiovisuales, los paseos virtuales, la posibilidad de comunicarse en tiempo real con otras comunidades para acortar las distancias y los tiempos ¿nos han llevado a crear ese mundo que imaginábamos entonces?

A mi parecer, no ha sido ese el futuro que hoy nos ha alcanzado. Esa velocidad con la que la tecnología nos abraza cada día no ha logrado el rompimiento cultural arraigado en nuestra mente y seguimos actuando conforme a un mundo que ya no es el mismo pero con herramientas que sobrepasan nuestras habilidades para manejarlas prevaleciendo un enfoque de intereses individuales que nos llevan a saturar los medios sin poder crear verdaderos contenidos que nos acerquen en lugar de alejarnos unos de otros.

Hoy el futuro nos ha alcanzado, los nativos de esta era ya son los constructores de este nuevo comienzo y hoy mas que nunca tenemos el poder de generar cambios radicales, de innovar produciendo historias que colectivicen una narrativa que hasta hoy se encuentra en manos de unos cuantos soñadores que seguimos y seguiremos uniendo fuerzas con la esperanza de que el tiempo permita que la velocidad de las ideas supere a los recursos mismos.

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