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Eres alguien más de la familia. Nos ves nacer, nos ves escoger cierto tipo de pañales de X marca y en un futuro nos harás recordar el coche de papá. Hablas a mis padres, les convences de cosas sobre mi crecimiento, de complementos vitales, casi indispensables en la vida de bebé tragón, cuando en realidad en muchas (por no decir en todas) ocasiones hay un negocio detrás. Lo más duro llega cuando invades mi espacio, me tachas y haces que en el colegio se burlen por no llevar las mismas zapatillas blancas cuando a mi lo que me gusta es el rojo. Luego dices que no es culpa tuya, achacas esto a la sociedad y me lo creo, pero un poco.

En la universidad seguimos nuestra extraña relación en la misma línea. Ejemplo de ello es cuando en mi primer año de carrera no tengo el ordenador tan bueno para hacer mejor las prácticas, el que por una extraña razón, me obligas a comprar. Claro, lo que no sabes es que algunos estudiamos gracias a una beca y subsistimos con las ayudas que llegan. Pero no pasa nada, me buscaré un trabajo los fines de semana para ir tirando. En la graduación, querida marca, el precio de tu producto, que estaba de moda en ese instante, trajo con sigo quebraderos de cabeza por ser la más deseada. Pero no pasa nada, mi familia y yo pudimos salir del paso sin problemas.

Finalmente, nos plantamos con 25 años de existencia, viviendo y conociendo tus valores, impuestos a través de imágenes oníricas en el televisor o tu nombre en vallas publicitarias, jugadores de fútbol o en el edificio de enfrente que andaban reformando. A esta edad no me pillas desprevenida, sé por donde vienes y comienzo a dudar de todo lo que me cuentas. ¿Es cierto que voy a ser valiente por llevar tus zapatillas? ¿Es cierto que soy estilosa con tu ropa?

Pero querida marca, ¿sabes cuándo he sido más feliz? Cuando has venido a mi no como un rol a seguir, sino cuando has motivado mis inquietudes para que empatice con tu marca. Cuando has dejado de ser «el icono de los valientes y sofisticados» para pasar a convertirte en el impulsor y el empujoncito de aquellos intentos de valientes que aún no han podido serlo y que quieres que se unan de forma natural a «tu equipo». Ese instante en el que tu valor añadido no era una promoción, sino un hecho, me ha alegrado el conocer tu presencia. Porque ahora eres un recuerdo, una emoción y una solución, por cosas como estas, gracias.

Es cierto que no todas las marcas pueden contar historias o ayudar a la gente. No todas pueden ser como tú. Simplemente me enfado de que algunas han querido hacerme suya, y yo ya no soy de nadie, soy un conjunto de emociones y valores que quizás, coinciden contigo. Me quejo por esos tiempos en los que me sentí fuera de lugar y tú, en tu pasado, no me ayudaste o no me quisiste presentar a aquellos con los que me identificaba y podía crecer.

Pero no te preocupes querida marca, no soy rencorosa y si comienzas a darme valor tras muchos años queriéndote, puede que nuestra relación cambie.