Hace ya algunos meses, al inicio del confinamiento que en España supuso permanecer encerrados en nuestros hogares durante mucho tiempo, los miembros de Innovación Audiovisual sostuvimos algunas reuniones para debatir cómo afrontar la situación.

EXPERIMENTO TIERRA
El hecho es que, como exponía Elke Van Hook, hemos asistido al mayor experimento sociológico que nadie hubiera podido imaginar.
Soy de los que creen que ya se ha escrito mucho (y lo que nos queda) sobre el fenómeno Covid-19. Así que mi intención no es tanto hablar de ello (¡coherencia, coherencia!) como hacer mi aportación y responder a las demandas que nos hicimos a nosotros mismos desde la asociación.
Si atendemos a nuestros estatutos y a la razón de ser que los impulsó, debemos reflexionar sobre estas cuestiones en función del contexto actual.
No es mi intención llegar a ninguna conclusión ni ofrecer certezas, muy al contrario. Sirvan estas notas desordenadas para compartir las inquietudes que me han asaltado durante las pasadas semanas. A menudo, es más importante preguntarse que obtener la respuesta, porque el mismo planteamiento de ciertas cuestiones nos permite (re)pensar ciertos asuntos sin darlos por garantizados.

INNOVACIÓN
Imagino que el lector recordará la famosa cita de Henry Ford en relación a la creación del automóvil.


Henry Ford sobre la invención

A menudo la innovación, como tantas veces nos ha recordado Kirby Ferguson, no consiste en inventarse algo a partir de cero sino en remezclar (copiar, transformar, combinar).
Sin embargo, no toda remezcla da resultados óptimos o responde a las necesidades que se pretende satisfacer.
A mí, lo que me interesa y me preocupa son los futuros posibles, entendidos como prolongaciones del presente y pasado recientes. Es decir, de las sendas que vamos a transitar a partir del ahora, basándonos en lo que ya ha ocurrido (aunque una vez más deba recordar que el futuro no está escrito; tengamos esa idea siempre en la recámara).

PERFILES CONFINADOS
La pandemia nos cogió con la guardia baja a ciudadanos, mercados y gobiernos. Cada cual hizo lo que pudo o lo que se le ocurrió, y tampoco creo que nos aporte demasiado hacer una lectura “en retrospectiva” si la intención es criticar.
Sea como fuere, pienso que el encierro continuado marca dos tipos de perfiles. A saber: 1 / aquel que no pudiendo asistir a su lugar de trabajo, se vio imposibilitado de ejercer sus funciones. 2 / aquel que, pudiendo ejecutar su labor en modo remoto, siguió con sus tareas (por muchas limitaciones, problemas o variaciones que eso implicara).
El caso es que todos nos convertimos en “tele-algo” (recordemos que etimológicamente, el prefijo tele significa “a distancia”).
A los primeros podríamos etiquetarlos de telecons: teleconfinados (alejados de sus puestos de trabajo), pero también teleconsumidores (condenados a consumir desde casa).
El segundo grupo sería (por llamarlos de algún modo) el de los telesiervos.
(Obsérvese que la división de perfiles se realiza a partir del parámetro del trabajo, lo que ya en sí resulta significativo).


El deporte nacional durante la pandemia: binge-watching.

TELECONS
Al primer grupo pertenece la gente que agotó las subscripciones a toda plataforma de ocio habida y por haber. El consumo de VOD se disparó como no lo había hecho antes (también el del alcohol, todo hay que decirlo).
De repente, ciertas formas de distribución se encontraron con la tormenta perfecta: otras formas de difusión se veían muy limitadas (televisión convencional) o directamente imposibilitadas (cine) para ofrecer sus servicios, al tiempo que el número de espectadores y las horas libres de las que disponían aumentaron enormemente.
Había que aprovechar la ocasión, aunque fuera una situación pasajera (por mucho que el tiempo de confinamiento fuera indeterminado, no podía durar eternamente). Aunque el riesgo de saturación es evidente, éste no se alcanza de repente. Como dice el refrán: “a río revuelto, ganancia de pescadores.” Pues eso.

TELESIERVOS
Resulta llamativo lo poco que se ha hablado (o la escasa difusión que ha tenido) la situación en la que han vivido millones de personas. Mientras, pared con pared, su vecino devoraba series como si se fuera a acabar el mundo, otros se organizaban buenamente como podía y convertían sus hogares en despachos improvisados.
Los arquitectos, claro, nunca pensaron en una posible pandemia y en la necesidad de generar espacios físicos destinados a la creación de una “oficina en casa”. Tampoco la mayoría de habitantes (inquilinos o propietarios, aquí eso poco importa). Sin embargo sí es relevante el nivel adquisitivo de las personas: aquellos que disponen de viviendas amplias, con jardín y piscina (privados, no lo olvidemos) vivieron el confinamiento de otra manera que los que se tuvieron que hacinar en unos pocos metros cuadrados con sus parejas y niños pequeños, empujados a reconvertir (¿copia, transforma, combina?) cualquier habitación en espacio polivalente (despacho, guardería, comedor, sala de teleconferencias… y lo que hiciera falta), en un ejercicio de co-working y conciliación digno de una comedia de Berlanga.
No hablaremos aquí tampoco del sinfín de irregularidades contractuales que se han llegado a producir en estos meses (desde violación de la privacidad hasta extralimitación del horario pactado), aunque el tema da de sí.


La pasión por aprender

TELEDOCENCIA
De entre todos los telesiervos, por proximidad y afinidad, quiero apuntar a los dedicados al sector de la educación.
Recuperando lo dicho anteriormente: la pandemia y el consecuente confinamiento nos pillaron de sorpresa. Las universidades españolas, tras un breve momento de desconcierto, se lanzaron a defender el curso (con dos tercios ya consumidos). Cada cual optó por una plataforma y por un paquete de soluciones improvisadas. (Sería interesante estudiar comparativas, que siempre son odiosas pero en este caso tal vez arrojaran algo de luz sobre lo ocurrido).
El equipo docente (a menudo, sin grandes dotes actorales) se vio abocado a interpretar el papel de telepredicadores o animadores audiovisuales de un sector de la población tan en shock como el que más, y que se vio desbordado por un día a día que le privaba de las cosas buenas (el contacto con los compañeros, la vida social) y le abocaba a ver su programa “menos favorito”.
Dicho de un modo suave: en la mayoría de los casos se ha puesto un “tele-parche” a una situación de urgencia, pero no se ha impartido docencia online.
Me parece importante hacer esta apreciación porque, por un lado, no hemos superado la pandemia, dado que la situación está lejos de encontrar un final feliz. Por otro, esta “nueva normalidad” (¿quién demonios se dedica a crear estos “namings” tan miserables?) que tan poco tiene de normal, puede conllevar la imposición y perpetuación de ciertas formas y mecanismos que, lejos de alcanzar la excelencia, pueden perpetuar la mediocridad y la chapuza como estándares. (Ponga el lector el ejemplo del pasado que más le guste; seguro que da con alguno).
También surge el tema (del que tampoco se ha hablado tanto, y al que menos solución se le ha dado), del aumento de la brecha digital que esta situación ocasiona. Por no hablar de «cómo ser un buen tele-alumno».


El futuro siempre es incierto

CONCLUSIONES PROVISIONALES
Vivimos ya en aquello que, apenas hace unos meses, era un futuro posible. Lo ocurrido (y lo que previsiblemente ocurrirá), no sólo afecta al audiovisual a nivel formal, también lo hace al de contenidos y al de consumo y, sobre todo, a las relaciones interpersonales que intervienen en ese encuentro.
Estamos a ambos lados de la pantalla, y ahí seguiremos estando.
Urge repensarnos, como individuos y como sociedad. Repensar nuestros discursos y nuestras formas de comunicación. Este ejercicio, idealmente, debe estar en manos de todos, pues nos afecta a todos. Toda aportación, por pequeña que sea, resulta importante. No creo que sea posible ofrecer una solución única, más bien la contrario. Parece nuestro deber hallar fórmulas poliédricas que nos sumerjan en realidades complejas y cambiantes, sin que ello nos impida disfrutar de la experiencia. (No hablo de un goce banal, sino de una “joi de vivre”, una realización del ser). Puede que suene grandilocuente, pero la innovación audiovisual está interconectada con todo aquello que nos constituye y a lo que pertenecemos.
Urge repensarnos, y a poder ser hacerlo desde una frescura falta de prejuicios, con la convicción de que cometeremos errores, pero el optimismo de que sabremos detectarlos y subsanarlos, y la valentía de ir al encuentro de nuestro yo futuro. (Invito al lector que quiera explorar esta última frase a que lea “Dejad que las máquinas vengan a mí” de Luís Montero).


Estamos a ambos lados de la pantalla

Fotografías:

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En la cabecera del artículo, imagen del golfo de México (cortesía de la NASA).

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