Rocky Horror Picture Show Midnight Showing, Englert Theatre, Iowa City, October 27, 2012 (Justin Torner/Freelance)

Rocky Horror Picture Show Midnight Showing, Englert Theatre, Iowa City, October 27, 2012 (Justin Torner/Freelance)

foto extraída de Odyssey

Comentaba en la primera entrega de este texto que, más allá de la aparición de la televisión y el video, fue la llegada de las consolas y los videojuegos la que mostró a las generaciones más jóvenes un modelo de imagen diferente y, sobre todo, un nuevo tipo de experiencia.

Los contenidos cinematográficos generados por la gran industria norteamericana sufrieron un cambio cualitativo: eso fue tras el descalabro del cine monumental de los años sesenta (que llevó a la quiebra a más de un estudio) y la producción errática de los setenta (un vano intento de atraer a las salas a la generación del 68, el Flower Power  y la guerra de Vietnam).

La combinación resultaría explosiva. El cine se convertía en un divertimento (entertainment) vacuo: la profundidad psicológica de sus mayores éxitos no supera la de una piscina infantil. (No exagero: ahí están los films para comprobarlo).
Dicho de otro modo: aunque el cine como medio no cambió, si lo hizo el mensaje y la experiencia que como usuarios obteníamos de él.
El cine dejó de ser trascendente. Y aquí utilizo el término en un sentido amplio, sin necesidad de alcanzar las cotas con las que lo aplica Schrader cuando habla de la filmografía de Dreyer, Bresson y compañía.
Admitámoslo, la industria abandonó la idea de elaborar relatos que sacudieran al espectador, que le conmovieran y que le llevaran a una catarsis propia de una experiencia ritual. Siempre hubo honrosas excepciones, como por ejemplo “The Godfather”, aunque no fueran más que tímidos destellos en una noche muy negra.

La producción descendió (cada año disminuía el número de nuevos títulos), el control de las productoras cayó en manos de grupos inversores y, si hasta la fecha el cine hollywoodiense se había considerado un negocio, a partir de ese momento la idea cobró tintes más siniestros al desvincular el producto final del beneficio económico obtenido, y de paso intentar arrasar con las demás cinematografías del mundo, por aquello de eliminar la competencia. (Al que le interese el tema le recomiendo la lectura de «Movie Wars», un texto encendido de Jonathan Rosenbaum).

En el mejor de los casos, el cine se convirtió en el elemento propagandístico de una industria del consumo de voracidad ilimitada. Éxitos de taquilla tan clamorosos como Star Wars (y toda la saga que le siguió) en realidad sólo sirvieron para atraer al público hacia la adquisición de un sinfín de productos derivados, que poco o nada tenían que ver con el relato. (Quiero aclarar que no considero el merchandising como una extensión transmedia de la narrativa, pues por sí mismo no amplía ni enriquece la historia).

Simultáneamente, la capacidad de los juegos crecía y mejoraba, y de entretenimientos más o menos abstractos, tipo Tetris, se pasó a los videojuegos de aventura, en los que el relato ganaba importancia frente a la simple habilidad técnica del jugador para lograr puntos o vencer obstáculos.
Resumiendo: los videojuegos no sólo eran más interactivos (con lo que la experiencia inmersiva del jugador aumentaba), sino que iban ganando terreno en lo dramático, lo que con el tiempo les permitiría hacerse con un espacio que el cine había prácticamente abandonado.

Reuniones tribales
Recuperando lo que decía en la primera parte de este post, mi intención no es ser melodramático. Este panorama que dibujo se corresponde, obviamente, a lo que se ha dado en llamar cine mainstream. (Todo esto poco o nada tiene que ver con cineastas como Pedro Costa, por citar un ejemplo geográficamente cercano).

Lo que realmente ha ocurrido es que el cine ha perdido su supremacía como medio de masas. Sin embargo, el público, o al menos una parte de él, sigue reconociendo el poder ritual de este medio, y lo sigue cultivando.

Un buen ejemplo de ello son los festivales de cine. Y no estoy pensando en los grandes eventos como Cannes o la Berlinale. Ésos siguen siendo encuentros de negocios, escaparates de la industria, mercados de exhibición, compra y venta. Allí lo que menos importa son los espectadores.
Me refiero a ese otro tipo de festival que tiene su razón de ser precisamente en la asistencia del público. No quiere decir que esos lugares no se lleven a cabo negocios; ambas cosas pueden coexistir. Pero sí es cierto que hay un tipo de eventos que “celebra” (y nunca mejor empleado el término) el cine.
A menudo son festivales de género, porque parece que el público más resistente, el más fiel y el más entregado (también el más crítico) es el que precisamente se acerca al cine en función de la temática que trate.
Aquí, de todos modos, el concepto “género” se debe entender en un sentido amplio, que ahora no entraré a discutir. Y es que, aunque la iconografía sea muy diversa y también los rituales que se celebran varíen, en este apartado tiene cabida desde festivales de fantástico y de terror (y sus múltiples sub-géneros) hasta festivales dedicados al cine social o cine de mujeres. (Insisto en que no es el momento para debatir sobre estas etiquetas, que tampoco defiendo).
En cualquier caso, lo que sabemos es que se da una comunión entre el público y el material a visionar, y aquí hasta el más extraño es un amigo.

Resulta interesante comprobar que los cambios que han afectado y afectan al cine (la llegada del digital y la extinción del cine fotoquímico) no han supuesto grandes cambios en los rituales cinematográficos de estos festivales.

Una puntualización: cuando cito estos encuentros espero que el lector no piense necesariamente en públicos freak. (Dicho sea de paso, de un modo u otro hoy en día todos somos freaks). En cualquier caso, raros o menos raros, todos son amantes del mismo tipo de películas y, además, todos sienten como una experiencia enriquecida el hecho de visionarlas en salas grandes acompañados de gente afín.
Aquí, ese sentido comunitario, (de comunidad y de gente que comulga) se mantiene íntegro, cuando no se acrecenta, por comparación, por complicidad y porque demanada un cierto grado de especialización compartida por todos los asistentes.

Cabría considerar si estamos ante un fenómeno de especialización o de ghetto cultural, pero eso creo no es a mí a quien le toca juzgarlo. La percepción que tenemos de estos fenómenos depende de nuestra posición relativa tanto como del contexto socio-cultural en el que nos encontremos: me remito a la vieja dicotomía del cine como arte y/o cultura.
Por poner un ejemplo: que el cine de Kiarostami no se proyecte en multisalas de centros comerciales no afecta a la calidad de la obra. Otra cosa es la mayor o menor precariedad que estas cinematografías sufran, lo que podría poner en riesgo su subsistencia.

En todo caso, y volviendo a la experiencia cinematográfica del espectador, la pertenencia a un grupo siempre exige una contrapartida.
No olvidemos que la inmersión profunda en una narrativa reporta grandes satisfacciones pero al mismo tiempo exige grandes compromisos: ¿cuántas horas de dedicación demanda prepararse para una sesión de Cosplay, o cuantas horas de visionado, reflexión y discusión exige un film para que te consideres un connoisseur del mismo?

Permítaseme una distinción: creo que sí existe alguna diferencia entre aquellos festivales que, celebrando un género, presentan obras nuevas y aquellos otros que precisamente basan su existencia en una obra previa.

 

Nostalgias

19

foto extraída de HalloweenCostumes.com

Aunque la noticia no causó el revuelo esperado, este año, por primera vez en la historia, en Estados Unidos el VOD ha superado los visionados frente a otras pantallas. Era una curva de crecimiento que se observaba desde hace tiempo. La noticia, por tanto, no tiene nada de sorpresivo, pero sí es importante porque marca el definitivo punto de inflexión de la industria de la distribución y exhibición convencional.
La guerra ha empezado, y será larga y cruenta. Hay están los nuevos actores, disputándose los beneficios del futuro. Netflix, Amazon Instant Video, YouTube, Apple TV… no son compañías que se dedicaran a la distribución en sala.

De nuevo la industria establecida se comporta como un dinosario (o un avestruz), y tras una primera fase de ignorancia absoluta, pasan a otra de negación de la situación para de ahí saltar a la queja y el lamento. (¡Algo así como la internacionalización de Manrique!)

Debemos repensar el cine desde muchos ángulos (el tecnológico, el narrativo, el experiencial, el económico…) Es el momento de hacerlo y creo que también es un ejercicio de seriedad profesional necesario.

Si (ya está demostrado), el marketing, antes a la cola de la postprodución, ha pasado por delante incluso del proceso de escritura del guión… ¿Por qué no podría pasar algo similar con las demás fases de la producción cinematográfica?
Todas las señales indican que el número de salas seguirá disminuyendo, pero el público sigue y seguirá queriendo asistir a las proyecciones en los “nuevos palacios” del cine. Solo que no acudirá a los estrenos. (De hecho hoy se va al cine a ver las premieres de las nuevas temporadas de las series televisivas).

Sea por nostalgia (un terreno que ciertas compañías ya están explotando a fondo), sea por el simple hecho de celebrar públicamente el ritual de admiración hacia una obra, acudiremos al cine mucho después de haber visto la película en otras pantallas para, repito, disfrutarla en comunidad.

Por supuesto, como en todo hay grados: desde gente que memoriza todas las líneas de diálogo y es capaz de doblar a todos los personajes de la película hasta otros que, menos devotos o con otras preocupaciones, simplemente quieren disfrutar una vez más de algo que conocen… de una manera diferente. (Aún y así… ¿Quién no ha asistido a una proyección after midnight de The Texas Chainsaw Massacre y ha alzado los brazos mientras imitaba el sonido de una motosierra cada vez que Leatherface aparecía en pantalla?)

Sin ánimo de agotar las propuestas, paso a citar brevemente algunos ejemplos de “reinvención” de la proyección en sala grande.

Resulta inevitable abrir la lista con el Phenomena de Nacho Cerdà. Proyecciones de éxitos de los setenta y ochenta, en gran pantalla y utilizando copias en perfecto estado. (¿Para qué quedarse con el recuerdo cuando puedes literalmente revivirlo?)

Otro formato, adaptable tanto a viejas películas como a obras recientes es el modelo que proponen, entre otros, Screen.ly  o Tugg . Son proyecciones a la carta donde tú eliges la película, la ciudad donde exhibirla y ellos te ayudan a realizar una proyección a tu medida.

Otra propuesta que ha alcanzado gran popularidad son las marathones, sesiones de largísima duración, en las que se visiona una saga completa o toda una temporada de televisión.

Como digo, se trata de celebrar en comunidad, y para eso nada mejor que hacer que el público intervenga de una manera activa. De eso va la propuesta de Sing Along Films o “ven al cine a cantar con nosotros”. Se trata de un tipo de experiencia que recupera la diversión y cierto descontrol dentro de la sala (algo bastante habitual en los cines de barrio de hace algunas décadas). No sólo se canta, también se baila, se aplaude, se ríe y, por supuesto, se participa del grupo.

Y de aquí pasamos al cine expandido, cuyo exponente más conocido y elaborado es Secret Cinema. Proyecciones en las que se combina la acción real con el visionado del film, todo en un contexto que recrea el ambiente y escenarios de la película. Dejo dos ejemplos a dos films emblemáticos: “Blade Runner” y “Back to the Future”.

Por supuesto siempre existen eventos paralelos que prolongan la experiencia del usuario de un modo u otro. (Para los que no se hayan cansado aún de “Star Wars”, aquí tienen una muestra).

Resumiendo: ¿Cuál es el resultado de estas iniciativas? Lleno en todas las sesiones, lo que demuestra que la propuesta tiene un gran poder de convocatoria: ente el público, gente que ya ha cumplido como mínimo los cuarenta, acompañados de sobrinos o hijos a los que doblan la edad. Es decir, espectadores veteranos, conocedores y admiradores de la obra que desean compartir con los seres cercanos la experiencia de disfrutarla en sala.
Se trata de un ritual de comunión e iniciación en el que se pasa el testigo a las nuevas generaciones, lo que garantiza la pervivencia de la película en el imaginario colectivo.
Es, en definitiva, una experiencia de usuario de inmersión presencial a tiempo real.

Y, además, estamos hablando de una audiencia siempre entregada que paga su entrada convencida, porque sabe lo que va a obtener a cambio… y además sabe que le va a gustar. (¿No es esto lo que llaman un Win-Win?)

(Este artículo concluye en la próxima entrega)

(Nota: las imágenes utilizadas se acogen al derecho a cita y sus propietarios aparecen debidamente acreditados)