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Los campeones de la cadena trófica tenemos sofá o, al menos, un rinconcito donde guarecernos mirando a las musarañas hasta al siguiente esfuerzo. Piensen en la laboriosa hormiguita y en el perezoso león. En torno al 9000 AC se sitúa la fundación de Jericó, la primera ciudad de la que se tienen evidencias y aquello era el inicio de un imparable desarrollo del sedentarismo urbano, de la especialización y, al final, de la liberalización del ocio. El homo sapiens sacó tiempo al atardecer para convertirse en homo ludens (Huizinga, 1938) y, con el andar de los siglos, se convirtió en un verdadero homo videns (Sartori, 1997).

A pesar de la inevitable convergencia (Spence, 2012) y de la era del acceso (Rifkin, 2000) a Internet o de la era de la información (Castells, 2005), lo cierto es que es indudable que siguen existiendo fuertes diferencias sobre el tiempo (cantidad) dedicado al ocio y sobre cómo (calidad) dedicamos nuestro tiempo ocioso entre unos y otros.

En este sentido, la incorporación de la mujer al mundo laboral supuso una revolución mayor que youtube y todo el video digital junto. La economía, la brecha digital y norte-sur, el paro, la conciliación de la vida laboral, el reparto de las tareas domésticas, la edad de jubilación, el envejecimiento de la población, las migraciones, el clima, la cultura, la religión y, por supuesto las políticas nos abocan a un empleo del ocio muy heterogéneo. Tan heterogéneo que el anciano concepto de Mass Media se está disolviendo a favor de micro-culturas nicho transnacionales e interconectadas (¿Cuántos espectadores/ consumidores/ clientes hacen falta para que un producto sea masivo? ¿Habrá éxitos realmente masivos en el futuro capaces de sumar mercados tan dispares como lo son la India o Nigeria?).

Probablemente los hábitos de consumo se polaricen: el tejido de la industria del entretenimiento será capaz de ofertar un abanico más amplio bajo demanda, una carta más amplia y diferenciada, y la existencia de mercados internacionales con convergencia idiomática y la tendencia a costes marginales de reproducción/ copia nulos (Rifkin, 2014) afianzaran esta economía de larga cola (Anderson, 2007).

Pero también veremos nuevos intentos de seducir mercados díscolos con centenas de millones de espectadores aún alejados de la órbita de Hollywood. Las costosísimas producciones  destinadas a copar las taquillas mundiales ya necesitan contar con la explotación internacional en sus cálculos sobre retorno de la inversión. En 2013 Pacific Rim (ambientación asiática) e Iron Man 3 (coproducción EEUU-China) consiguieron el hito de colarse entre las 10 más taquilleras del año en China. Algo histórico (ese mismo año allí, El Hobbit pasó desapercibido). En la India, que pronto será el país más poblado de la tierra, los gustos siguen impermeables a la producción occidental. Es cierto, sin embargo, que estar al final del top 100 en India aún significa tener un buen puñado de millones de espectadores. Pero también lo es que la maquinaría audiovisual india está en expansión y estrena en estos días Zee Mundo, canal bollywood doblado al español para el mercado latino.

Sin embargo, los factores citados arriba (economía, paro, etc) seguirán su propio curso alterando el factor de incidencia sobre el ocio contemporáneo. La presión por la competitividad industrial, por el ahorro de costes y por las ventajas competitivas es ya tradicional, incluso anterior a la Revolución Industrial. Pero, sin duda, el exponencial crecimiento de la computación e Internet han supuesto el inicio de toda una nueva era.

Estamos asistiendo al despliegue de flotas de taxis y autobuses autónomas casi mientras escribo este párrafo, en Australia una pizzería utiliza drones en lugar de repartidores de comida a domicilio, las mayores manufactureras del planeta abandonaron China hace años por países con mano de obra más barata (y ahora están volviendo al continente gracias a robots aún más baratos y al ahorro del transporte), e incluso los ejércitos modernos están siendo sustituidos por unidades autónomas robotizadas (Rifkin, 1995).

A la mejora incesante de la maquinaria, también hay que sumar el implacable e imparable desarrollo de los complejos algoritmos de la Inteligencia Artificial, y de las ignotas capacidades de la Impresión 3D (Ford, 2016). Con una actividad económica nada incentivada para mantener su mano de obra contratada, con una población en constante crecimiento (entre enero y septiembre de 2016 somos casi 65 millones más en el planeta), y también con una población en rápido envejecimiento en todo occidente (y alarmantemente en China) se otea un horizonte potencialmente rupturista con los usos actuales.

Y aquí empieza el lío: hay quien defiende que hay que quitarle el trabajo a los mayores para dárselo a los jóvenes, hay quien quiere prohibir cualquier progreso tecnológico para frenar la erosión del empleo, hay quien profetiza tiempos dramáticos (se habla incluso de la Singularidad) y, por supuesto, hay quien no quiere mirar a medio/ largo plazo.

Comienza a abundar la literatura al respecto desde diferentes prismas y en defensa de diferentes posturas. Pero la voz dominante es unánime:

-Hay que acortar la jornada laboral (ventajas para el empleo, para el medio ambiente y, según dicen, sin desventajas en competitividad- Ferriss, 2012).

-A medida que la robotización y la Inteligencia Artificial avancen, será necesaria una renta básica universal. Esta teoría, que se puede traducir como democratización del estado de bienestar, ha estado frecuentemente vinculado a discursas progresistas, pero lo cierto es que está siendo abrazado por los economistas más conservadores desde Hayek como única alternativa para mantener la demanda/ consumo (Ford, 2016).

Sean o no estás las soluciones, sí parece incuestionable que el tiempo dedicado al ocio en las economías desarrolladas crecerá en los próximos años. El nivel de ingresos, y el reparto entre las diversas actividades está por ver.

Continuará.