Fijaos en esta imagen.

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En los toros, los picadores cubren los ojos del caballo con un antifaz. El objetivo es que el animal no escape al ver el fregado en que le meten. Hace siglos hacían lo mismo para que los caballos no desertaran de batallas que no eran la suyas. Fijaos ahora en esta otra imagen.

oculus

¿Tiene alguna similitud con la anterior?. Quizás suene alarmista o provocador, pero con demasiada frecuencia las fascinantes nuevas tecnologías de comunicación también se parecen a cosas como esta:

incomunicacion

Podemos llegar a caminar por la calle con nuestras flamantes Google Glass, por poner un ejemplo, e ir totalmente absortos con las mil y una posibilidades que nos ofrecen; y de pronto darnos un tortazo contra una farola. Y mientras el médico nos cose la ceja caeremos en la cuenta que la farola en medio la acera no forma parte de la realidad aumentada; sencillamente, es la puñetera realidad.

¿Una increíble ventana o un oscuro antifaz?. Somos los auténticos dueños de nuestro espacio, de nuestro tiempo; o la tecnología nos los va arrebatando valiéndose de un deslumbrante Caballo de Troya

No creo que la respuesta sea simple, demasiados matices y casuística. La eterna ecuación entre lo que entregamos y lo que obtenemos a cambio. Además la tecnología de consumo es demasiado pragmática, es a la vez el aquí mismo, el ahora mismo y de la forma más sencilla posible. Podemos calibrar fácilmente todo aquello que la tecnología nos da sin aparentemente pedirnos nada a cambio; ¿pero cómo medir todo aquello de lo que nos priva?.

Por ejemplo, yo debo confesar que en buena parte de mis mejores experiencias de inmersión sensorial y realidad aumentada suelo estar totalmente desnudo. No interviene ningún tipo de tecnología, ni siquiera una tan antigua como la que representan unos calcetines o unos calzoncillos. Hay otras en que mi desnudez se mitiga con un pedazo de latex. El preservativo es una tecnología que en términos egoístas resta intensidad a esas experiencias, pero la acepto de buen grado en aras a un bien superior; el control de la superpoblación mundial y el freno a las enfermedades de transmisión sexual. Y agradezco que la tecnología suavice esa merma fabricando preservativos con aroma a mandarina o serigrafiados con el gol de Iniesta en la final del Mundial. Lo que no quisiera es que esa misma tecnología me llevara hacía algo que Woody Allen se temía en los años 70, el orgasmatron.

Mihály Csíkszentmihályi (así se llama el amigo) en uno de sus libros sobre el concepto Flow, en el tratado sobre el ocio activo y el ocio pasivo, hace referencia a un fascinante estudio que llevaron a cabo en su universidad. Consistía en analizar el estado emocional de un grupo amplio y heterogéneo de personas mientras disfrutaban de distintas alternativas de ocio. En uno de los casos veían una sitcom en horario de prime time que por aquellas fechas estaba de moda en EEUU; al estilo de lo que aquí puede representar Aida o La que se avecina. El estado emocional medio de esos individuos era levemente depresivo. La sitcom no tenía la culpa de ese regusto amargo, aunque esa previsible ración de risas tampoco paliaba los sinsabores mezclados que agotamiento que muchas veces se acumulan al final del día. Una mera distracción pasiva e inocua.

En otro caso el público salía del cine de ver una película con fuerte carga dramática, que trataba temas de cierta trascendencia y cuyo final no era feliz. Estos espectadores abandonaban la sala con una alta consciencia de si mismos, y se mostraban claramente activos ante la posibilidad de tomar decisiones a la luz de lo que habían visto en la película. Cuantas veces salimos del cine con renovados propósitos de lo que queremos hacer, o con decisiones, aunque sean pequeñas, tomadas; llamar a ese amigo del que nos habíamos distanciado, hablar con calma con nuestra madre, o nuestro hijo,… Este prodigio lo logramos a través de una tecnología centenaria, y para algunos obsoleta, como es el cine.

El equilibro entre el ocio activo y el ocio pasivo y el papel que juega la tecnología me parece un asunto crucial en sociedades como la nuestra. Marca en buena medida nuestras auténticas posibilidades de presente y de futuro. Seremos de aquellos a los que el Caballo de Troya conquista y les pone el antifaz. O seremos de los que toman las riendas del caballo para cabalgar por nuestro espacio y en nuestro tiempo.

Del mismo modo que la tecnología nos permite formar parte de experiencias fascinantes; a veces también nos convierte en un insignificante peón de los intereses de otros. Voy a recordar este vídeo:

http://www.youtube.com/watch?v=g_d5R6Il0II

Casualmente el primer spot de una de las grandes compañías tecnológicas de nuestro tiempo. La vigencia de su contenido crece a medida que pasa el tiempo, y más si tenemos en cuenta su conexión con el Gran Hermano de Orwell y al universo apocalíptico que Ridley Scott retrató en Blade Runner.

Ahora que nuestra vida se disemina a través de infinidad de ventanas, quisiera apuntar algo que considero vital; la más deslumbrante e increíble de todas las ventanas no es  ninguna de estas:

ventanas

ni cualquier otra que pueda inventarse en el mejor de los futuros posibles.

Desde la noche de los tiempos, la ventana fundamental es aquella que se abre en nuestro cerebro y conecta con nuestro corazoncito a través de las historias y de las experiencias de las que formamos parte. La realidad aumentada es siempre la puñetera realidad.

@FernandoArtevia