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La tecnología es tan lenta que aún no ha encontrado el modo de convertirnos en inmortales y eternamente jóvenes. Y mira que llevamos tiempo pidiéndolo. Ni siquiera ha encontrado un modo fiable y definitivo de iluminar muchas de las estancias más oscuras de nuestra vida.

¿Cuántos tiempo pasó desde que Leonardo Da Vinci imaginó el autogiro hasta que la tecnología fue capaz de construir algo semejante?. O hasta que se hicieron realidad los prodigios que Julio Verne había concebido en su mente.

No nos engañemos, la tecnología es lenta. Rápida es nuestra mente, que se mueve entre la urgencia y la pura necesidad de ir derribando muros para seguir adelante.

En este vertiginoso trayecto construimos herramientas esperando que nos sirvan de ayuda; pero no tenemos ninguna garantía, todo sigue quedando en nuestras manos. El avión queda en las manos del piloto o del controlador. O la cirugía estética bajo el criterio del cliente o del cirujano.

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Hay mucha gente que piensa que la tecnología va por delante de nosotros, y que tenemos que adaptarnos a sus reglas.  Algunos hasta pontifican y tachan de obsoletos a quienes disienten. Es comprensible, es uno de los grandes motores de nuestra economía, e interesa mantener muy vivo ese fuego. El manido «que sería de nosotros sin la tecnología»; como si la tecnología fuera un dios. Pues no, primero porque toda la tecnología que tenemos nos las hemos currado nosotros, no es la herencia que nos han dejado unos tíos de Marte. Y además, si no vamos a visitar a nuestros primos extraterrestres no es por falta de imaginación o de ganas, es por falta de tecnología.

Dicho todo esto, y ceñido al ámbito audiovisual, o el creativo en general; este mantra tecnológico a mi me está empezando a provocar erupciones cutáneas. Creo que vivimos en su estado de obnubilación permanente, las novedades tecnológicas son siempre constantes y no salimos de ese ensimismamiento crónico.
Retrocediendo unos siglos atrás, al glorioso día en que se inventó el martillo; imaginad  a nuestros ancestros poniéndose la obligación de reescribir su vida y su obra en función de la de la irrupción de ese nuevo artilugio. Al martillo solo le separa una cosa de ser un aparato estúpido, que nos resuelve una necesidad, la de clavar clavos.

Construir una casa es crear; y ponerle una puerta es comunicar. Y para ambas tareas nos viene bien un martillo; pero si nos falta el martillo no pasa nada, podemos clavar los clavos con una piedra, o si sois de cerca de Bilbao como yo, podéis hacerlo a cabezazos. La herramienta es importante, pero lo único vital es tener la voluntad y la idea de como construir una casa con puerta. Nuestro antepasados levantaron templos mastodónticos y ni siquiera tenían el Autocad para hacer los planos.

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La tecnología no es lo que nos mueve, al contrario, con frecuencia nos limita; y muchos más si lo dejamos todo en sus manos. Tampoco fabrica historias; ya lo siento hay que seguir currando. En lo que si ayuda es el modo de acercarlas y difundirlas.

En la actualidad, a muchísimos niños les encanta ver los dibujos animados clásicos de Tom y Jerry. Apenas los emite ningún canal de TV, da igual los buscan en Youtube, del mismo modo que buscan otros muchos contenidos «obsoletos».

Decía hace una semanas el compañero de blog Nicolás Alcalá que quizás los niños actualmente no se sentirían atraídos por ejemplo por Tiburón. Según mi observación directa puedo decir que no solo se sienten atraídos por Tiburon, sino que también por cosas infinitamente más antiguas como un cuentacuentos. Y es más, si ese cuentacuentos hace un truco tan sencillo como apagar la luz en medio de un cuento de miedo los niños se cagan por la patas abajo.

Asunto distinto es que van cambiando los contextos en los que accedemos a las historias. Muchas veces por simples cuestiones de modelos de explotación económica. El cine es un ejemplo claro. La película que más me ha gustado este último año es «Perros de Paja» de 1971. Me hubiera gustado verla en cine, el formato en que se concibió, pero el mercado no lo permite. La terminé viendo en el ordenador, pero eso no impidió que me marcará más otras que vi en el cine, un formato sin duda mucho más atractivo e inmersivo.

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«La conjura de los necios» de 1980 es el último libro que me ha dejado un extraordinario recuerdo. Lo leí en una edición sencilla de papel que saqué en una máquina de préstamo de libros que hay en la estación de Renfe de Sol, en Madrid. Dos cosas importantes,

1. Podría haber leído el libro en una tablet o en el mismísimo Smartphone; importaría tres pepinos puestos en fila india, mi relación no es ni con el papel ni con los botoncitos, es con personajes como Ignatius, El Patrullero Mancuso y sus fascinantes territorios.

2. El libro se editó por primera vez en 1980; cierto. Pero para mí el libro se estrenó un día indeterminado de la primavera de 2014. Las historias empiezan a existir para nosotros el día que entramos en contacto con ellas. El resto siguen siendo condicionantes de un mercado que tiene la necesidad de estar colocando constantemente mercancía nueva.

Las historias nos la crea ni el mercado ni la tecnología. Las configura nuestra mente que es infinitamente más rápida y eficiente que cualquier tecnología.

A mi me gusta jugar al Fifa en la PlayStation, sobre todo con mi hijo. Y me gusta que los mandos me den cada vez más autonomía, y que la experiencia resulte mas rica e inmersiva en cada nueva entrega. Como no me va a gustar, si lo que quiero es que la tecnología algún día llegue tan lejos como desea mi mente; y jugar al FIFA me permita sentirme igual que hace 30 años, cuando jugaba en el recreo del colegio al fútbol con mis amigos; con José Angel, Tatalo, Alberto, Antón,…

@fernandoartevia