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A Aurora le llamaba tanto la atención la rueca que no pudo evitar acercar la mano hasta pincharse el dedo con el huso. Luego se quedó 100 años dormida.

 

La historia tiene forma de círculo y comienza el día que te conectas a Internet y ves algo que te gusta, te pilla por sorpresa y quieres contar a los demás. Eso, continúa contigo ya para siempre, porque tú te has convertido en el usuario y has pinchado en el dato. Es un “clic” sencillo que lleva pegada mucha información, son los datos y metadatos. Y también los secretos.

Hace unos días Cristina Merino nos lo dejaba bien claro.. No es el contenido, idiota, ¡¡Es el usuario!! ¡¡Claro!! Y, mientras, el resto del mundo preocupado por si era el medio o el mensaje… No hombre, no, si desde que apareció internet, y las redes sociales y todos opinamos y todos somos creadores de contenido y prosumers… está claro, el usuario se ha convertido en el principal valor. Ahora, vamos a engancharlos con el relato.

 

Quizás Aurora no se habría convertido en la bella durmiente si hubiera conocido el secreto. Entonces, quizás, no se habrían destruido todas las ruecas del reino y ella podría haber escogido no pincharse el dedo. Y así el círculo se hubiera roto casi al comienzo. ¿Ese secreto sería solo para Aurora?

 

Para contar un secreto tenemos que confiar que pasen dos cosas: que la persona a la que se lo contamos se lo guarde y, luego, que nadie por el camino nos lo robe, a man in the middle, vaya. Si esto ya es difícil entre personas, imaginemos en el mundo digital donde, la mayoría de las veces, no sabemos quién está al otro lado, ni en medio ni por qué. Podemos escribir nuestro secreto en un papelito guardarlo en una cajita, ponerle un candado y mandárselo a nuestro amigo para que añada su propio candado y nos lo vuelva a enviar. Ya de vuelta, podemos quitarle el nuestro y reenviárselo. Así, nuestro amigo tendrá todo para él: una caja con un candado que se abre con su llave y así podrá leer lo que pone en el papel, que es el secreto. Y nadie nos lo puede quitar porque siempre ha estado dentro de una cajita con uno o dos candados. Esto es conocido como el protocolo Diffie-Hellman y en su versión matemática de intercambio de claves es usada para el anonimato y la seguridad en la red, echa un ojo al proyecto Tor y lo verás.

Pero, muy poquitos usuarios en la red se animan a proteger, cifrar o encriptar sus datos en la red. Y cuando Telegram dejó claro a sus usuarios que su protocolo de encriptamiento era más fuerte que WhatsApp entonces todos vimos un mensaje nuevo en nuestro chat. “Los mensajes de este chat ahora están más seguros con el cifrado de extremo a extremo”. Tus secretos están un poquito menos expuestos.

 

La princesa durmió durante 100 años. Y, con ella, también el Rey, la Reina y toda la corte.

 

Porque lo mismo nos pasa en el mundo digital, no estamos solos sino que arrastramos un montón de cosas muy nuestras, otra vez los datos. Cada vez damos play a un vídeo, un “me gusta” a una foto o una publicación en una red, alguien al otro lado susurra “si haces clic en mi página te regalo un alfiler que posiblemente no veas, pero con él me vas a ayudar a contar al mundo mi mensaje porque voy a quedar enganchado a ti”

Y hacemos muchas cosas. En un minuto somos capaces de compartir 284.722 mensajes en Snapchat, dar 4.166.667 “me gusta” en Facebook, subir 300 horas de video nuevo a Youtube o descargar 51.000 aplicaciones en Apple. Todo eso son alfileres para nuestros perfiles. Sin cajitas, ni candados. Pinchos que enganchan los datos que nos hacen ser nosotros mismos: dónde vivimos, con quién estamos o qué hemos opinado a lo largo de toda nuestra vida internauta y exhibicionista.

 

Y el príncipe le dio un besito y ella despertó. Y también los demás.

 

Claro, porque al final tenemos que hacer todo lo posible para que las cosas vaya bien y disfrutemos. Y si ya sabemos que el usuario y el Big data maridan a la perfección. Coloquemos el imperdible y enganchemos también a los negocios y a los contenidos. Para que todos estemos contentos porque, como usuarios, podemos decir lo que nos gusta y lo que no. Y como negocios, podemos obtener datos relativos a la audiencia social, aplicar métricas y analizar comportamientos, podemos incluso pedir permiso para aplicar algoritmos que hagan que las máquinas entiendan mejor a las personas.

La gestión del Big data puede permitirnos tener acceso a un mundo más a medida de nuestros gustos. Y si no nos gusta lo que nos dan, podemos cambiar, porque nunca nadie nos ha conocido tan bien como ahora lo hace el que está al otro lado de internet.

 

¿Y esos 100 años durmiendo..? Son 100 años de sueños. Es muchísimo. ¿Y si toda la corte quisiera compartirlos? Entonces tendríamos que decírselos al mundo y sus vidas se llenarían de nuevas historias y colores y relatos.

 

En un minuto, los suscriptores de un VOD como Netflix consumen casi 78.000 horas de vídeo. Desde el punto de vista del negocio, es lógico entender que se usen algoritmos para saber datos que identifiquen el momento en el que los usuarios se enganchan a una serie, por no hablar de las recomendaciones. Y todo ello es información extraída de los usuarios. O que empresas de storytelling entiendan que con los datos prestados se pueden crear fabulosas historias transmediáticas e inmersivas. Que todas las nuevas tecnologías tienen una punta afilada, como un huso, en el que tenemos que poner el dedo y pincharnos con los datos. Para que nuestra información personal se nos quede bien pegadita. Y que así, Aurora pueda tener otros 100 años de sueños.

Imagen 1:DAVID MELCHOR DIAZ

 

@evapatricia