La historia del rodaje de Happy Together, dirigida por Wong Kar-Wai, es la historia de uno de los rodajes más accidentados y difíciles de la historia del cine.

Rodeado de mística (como ocurre con películas con similares aventuras como Apocalipsis Now, Fitzcarraldo o Lost in La Mancha) el relato sobre la realización de este film es el relato de un equipo de rodaje llevado a sus límites durante casi dos años.

En 1996, un reducido crew llega a Buenos Aires, las antípodas de Hong Kong. Wong Kar-Wai tiene en la cabeza una historia sobre una pareja homosexual que se encuentra y desencuentra al otro lado del mundo y una chica, tercera pata en un extraño triángulo.

Como es habitual en sus rodajes, no hay un guión. No hay un plan de rodaje. No hay sino una serie de ideas y esbozos que va desarrollando poco a poco, encontrando la historia.

El problema aparece cuando Kar-Wai no encuentra la historia. Comienza a dar vueltas, a demorarse. Un rodaje que estaba previsto para dos o tres meses se acaba convirtiendo en muchos más. Los problemas empiezan a surgir y el equipo chino, sin apoyo local más que el de una traductora que los acompaña, comienza a recibir amenazas, presiones, chantajes… que se suman a su extrema sensación de tristeza y lejanía.

Unos meses después, Leslie Cheung, uno de los dos protagonistas, cansado del dilatado rodaje que no avanza, vuelve a China para continuar con su gira musical que ha debido posponer durante meses por culpa del director.

El equipo sigue rodando casi durante un año más, aumentando la sensación de nostalgia y los problemas. Finalmente vuelven a Hong Kong y, tras muchos meses de montaje, el resultado es Happy Together, una historia sobre una pareja homosexual que se encuentra y desencuentra al otro lado del mundo… pero donde no hay una chica.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde ha quedado esa tercera historia? La película de Kar-Wai, aunque se convierte en un éxito rotundo alrededor del mundo, es una película extraña. oscura, lenta, que da vueltas sobre si misma y no se parece demasiado al resto de películas del director hongkonés.

Se notan en ellas cicatrices y esa sensación profunda de nostalgia y tristeza que lo empapa todo. Incluso se intuye a un Wong Kar-Wai perdido, que no ha encontrado su lugar, vencido por sus propias imágenes, abandonado a una historia que se fagocita a si misma.

Y aquí es donde comienza nuestra historia. Una historia mágica.

Un par de años después del rodaje se estrena la película en Hong Kong. En la sala oscura está una chica joven: Leticia Yeh. La traductora que ayudó al equipo durante el rodaje. La única que hablaba español y que fue su contacto con la gente local durante casi dos años. Y en ese momento, conquistada por los recuerdos, decide que va a volver a Buenos Aires y a quedarse a vivir.

Al mismo tiempo, sólo unos meses después, Amos Lee y Kwan Pun Leung, dos de los colaboradores habituales de Kar-Wai, deciden viajar a la capital Argentina en busca de Leticia para entrevistarla y comenzar lo que se convertirá en uno de los experimentos más extraños y emocionantes de la historia del cine reciente: Buenos Aires Zero Degree.

Amos y Kwan, durante semanas, vuelven obsesivamente a los lugares del rodaje, que han permanecido casi inalterados. Filman el papel de pared, los objetos. Hablan con la gente local, graban los espacios vacíos. Mientras, Leticia va contándoles sobre la odisea de aquel equipo de rodaje que vagabundeó durante meses, perdidos, intentando robarle unas imágenes a una ciudad que no terminaba de aceptarlos.

Finalmente, montan un documental que pretende funcionar como making of de la película… pero que es mucho mucho más.

BAZD comienza, efectivamente, con Leticia Yeh y la visita a las localizaciones fantasmagóricas. También con entrevistas a Kar-Wai, los actores, e imágenes del rodaje. Pero de pronto se cuela algo en la imagen que parece no corresponder: un par de imágenes de la película original.

El documental continúa y… algunas imágenes más de la película… en un orden que no parece corresponder al original. Y de pronto, una escena entera. Una escena que hemos visto antes en el filme pero que aquí luce completamente diferente. Un uso distinto de la música, del montaje. De pronto la escena cobra vida, más que en el filme incluso. Y antes de que uno pueda entender lo que ha pasado… vuelta a las imágenes de archivo y al documental.

Este es el punto de inflexión donde uno empieza a entender que Buenos Aires Zero Degree no es sólo un documental. Que tiene hasta un título propio y un póster. Que tiene una entidad que va mucho más allá de la propia película de la que habla…

De esta forma, poco a poco, las imágenes documentales y las reflexiones van dejando paso a pasajes cada vez más largos de la película… pero siempre con un montaje distinto, más rítmico, más sensual, menos triste, menos denso… mucho más parecido al resto de la filmografía de Wong Kar-Wai que la propia Happy Together. Y de pronto… magia. Aparece un personaje femenino. Un personaje que no existe en Happy Together. Que Kar-Wai decidió eliminar del montaje final, por completo.

Poco a poco Amos y Kwan comienzan a construir una tercera historia. Una historia paralela a la que se cuenta en Happy Together pero que Kar-Wai nos ha negado, ocultado. Una historia de amor, de celos. Un triángulo amoroso extraño, desconcertante. Un viaje al fin del mundo volviendo sobre los pasos del resto de viajes que se muestran en la película.

Además, ocurre algo extraño. Happy Together es una película densa, encerrada en si misma. Apenas hay planos fuera de la habitación que comparte la pareja protagonista o el bar. No hay exteriores. No hay relación de ellos dos con el mundo exterior. Su contacto con la gente local se limita a una serie de tópicos mal llevados. Es una película que habla de la relación de ellos dos y de nada más, pero al contrario que el resto de películas del director, se olvida de la ciudad, de los trenes que pasan, de las callejuelas, de los letreros de neon. Es como si Kar-Wai hubiera estado tan encerrado en si mismo, como si lo hubiera pasado tan mal, que hubiera decidido hacer una película para reflejar su experiencia. Para hablar de esa terrible soledad y desasosiego.

Sin embargo, los dos directores del making of deciden rescatar todo eso y nos muestran innumerables planos de la ciudad, de las calles, de la gente, de los neones y de una noche filmada exactamente como el resto de películas de Kar-Wai. De pronto es como estar viendo Chungking Express o Fallen Angels pero filmada en Buenos Aires. Es el Kar-Wai de siempre, con su poesía y sus increíbles imágenes filmadas por Chris Doyle… excepto que el que firma esa película no es él, sino sus dos discípulos, que han decidido hacer suyo su estilo.

Buenos Aires Zero Degree no es sólo un making of. Ni siquiera es un documental. Es una película por derecho propio. Es un relato extraño que comienza en clave de documental para ir sumergiéndose en la ficción de a poco hasta abandonarse a ella por completo. Los últimos 45 minutos están compuestos de las imágenes rodadas por Wong y descartadas en la sala de montaje. Es una historia entera, completa. Es una historia que recuerda a él mucho más que él mismo. Es, en definitiva, una historia maravillosamente bien contada… y si se me permite, la película que a mi me habría gustado que fuera Happy Together.

Hablaba a mitad del artículo de magia. Magia es lo que ocurre cuando algo nos maravilla y no entendemos cómo ha ocurrido, cuando no vemos lo que pasa dentro de la chistera.

Os contaba en este artículo que Laura Ruggiero y yo descubrimos, en éxtasis, esta película y que, de pronto, a la mitad, entramos en shock. Habíamos descubierto el truco. Habíamos entendido lo que dos jóvenes directores habían hecho con las imágenes descartadas por su maestro: habían hackeado el cine.

Habían cogido una serie de retales y descartes, habían deconstruido la historia, la habían mezclado con la realidad, la habían agitado y habían parido una película maravillosa, hipnótica, fascinante.

Habían roto los códigos, dejado de lado las premisas pre establecidas, los cánones narrativos, y habían contado la historia que querían contar juntando los retazos de muchas cosas, convirtiéndose así en hackers, en contadores de historias de la nueva era.

Una era fragmentada, donde las historias están atomizadas y funcionan más como un universo, una galaxia, que de forma lineal y ordenada. Donde las historias se mezclan con la realidad que nos rodea y están en todas partes. Una nueva era para el story-telling donde ya no hay reglas, ni normas, solamente historias que contar y un público que disfrutarlas en múltiples plataformas y formatos.

Dos jóvenes directores que se habían convertido, por primera vez, en story-hackers.