En las últimas semanas he podido reflexionar bastante sobre lo efímero. Esta oportunidad de considerar este concepto viene de la mano de haber participado en Garden State, un pensamiento en acción del colectivo alemán MAMAZA, consistente en construir un jardín efímero formado con las plantas de los vecinos. Más de 350 plantas de los 21 distritos de Madrid se reunieron en Conde Duque durante solamente 5 días para dar vida a un espacio natural y artístico con rápida fecha de caducidad.

La relación entre la creación y el deseo de permanencia parece consustancial, y sin embargo, el arte efímero nos recuerda que la fugacidad también puede ser una característica de una expresión artística. Una característica que lo confiere incluso de un valor adicional debido a su próxima desaparición. Quizá os vengan a la cabeza aquellos monjes budistas que pasan horas creando increíbles mandalas con arena para destruirlos una vez están terminados. Una reflexión sobre nuestra caducidad que invita a la meditación y a la toma de perspectiva.

Si algo precisamente va en contra del ecosistema creativo y vital de nuestra realidad es lo efímero. Vivimos en un espejismo que nos invita a pensar que todo permanece: nuestras fotos a gran calidad en la nube, nuestras relaciones celebradas cada año que pasa en Facebook o nuestras opiniones sentenciosas en Twitter. Lo digital parece un enemigo de lo efímero, y sin embargo no hay nada más contrario a nuestra naturaleza.

En nuestra realidad y en la creación artística o de contenidos, precisamente por esa permanencia, se impone la ley del “mínimo esfuerzo, máximo resultado”. Buscamos que el contenido que hemos creado una vez se reproduzca hasta el infinito, en todas las ventanas posibles, y se le saque rendimiento ad eternum. ¿Pero qué ocurriría si tratáramos de invertir esta tendencia? ¿Si hiciéramos de lo efímero un valor y no algo de lo que huir?

Lo efímero en el espacio físico

 La celebración de la fugacidad sí es algo que podemos encontrar en celebraciones tradicionales. El fuego es uno de los grandes elementos de lo efímero, que en nuestra tradición encontramos en manifestaciones como Las Fallas o La noche de San Juan. Uno de los grandes festivales de Estados Unidos, Burning Man, precisamente celebra el carácter de lo efímero construyendo y destruyendo una ciudad en el desierto todos los años.  Y de manera más recurrente, también ocurre en cualquier festival de música (MadCool, por ejemplo) o algún evento cultural cuya escala hace difícil su permanencia en el tiempo (por ejemplo, las 24 horas de Mount Olympus de Jan Fabre).

Lo que une todos estos eventos es su carácter experiencial. Su componente efímero hace que sus participantes sean conscientes del valor único de aquello de lo han formado parte. Sin embargo, este componente que en principio debería ser introspectivo y transformador en sí mismo, muchas veces se destruye con la trampa de lo digital. Nuestra tendencia a ser Diógenes digitales nos lleva a querer inmortalizar el momento y convertirlo (o pervertirlo) en algo perdurable. Fotos, videos, stories, gifs, live streamings… Lo efímero queda capturado por cientos de dispositivos móviles y compartido como símbolo de status: “yo estuve allí mientras aquello existió”.

En busca de una experiencia online efímera

Lo efímero tiene entonces esa capacidad de convertir lo vivido en una experiencia, en algo único e irrepetible que, aunque podamos capturar, nunca será lo mismo. Sin embargo, cuando estamos creando contenidos que están diseñados para vivir en un ecosistema digital permanente, ¿cómo podemos dotarlos de ese carácter experiencial?

En La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936), Walter Benjamin precisamente hace hincapié en ese valor de lo irrepetible, esa autenticidad que él define como “aura”. Él reflexiona sobre los nuevos parámetros del arte cuando su unicidad o autenticidad ya no pueden ser el baremo en “nuevas” disciplinas como la fotografía y el cine. En el mundo de Netflix y Youtube, la reproductibilidad técnica ya es prácticamente inseparable de cualquier contenido audiovisual.

Y precisamente lo efímero surge como un aliado para dotar de “aura” un mundo digital saturado de contenidos, tan al alcance de la mano que han perdido valor experiencial. De este planteamiento, surge la pregunta ¿cómo podríamos usar la fugacidad para convertir nuestros contenidos online en experienciales? Para reflexionar sobre el tema, parto de dos ejes: el tipo de consumo de contenido y el tipo de limitación técnica que le puedo imponer.

  • Generado: Limitado en el tiempo y para consumo individual sería el paradigma del contenido online experiencial, un contenido único creado solo para mí, que se destruye después de que yo lo haya consumido. Puesto que la escalabilidad de un contenido de estas características es complicada, tendríamos que valernos de Inteligencia Artificial o algoritmos que crearan estos contenidos únicos. Algo similar a lo que hace este generador de memes pero dotándolos de mayor calidad para que la experiencia del usuario fuera realmente memorable.
  • Efímero: Definido por estar limitado en el tiempo y para consumo colectivo, es uno de los cuadrantes más factibles en la esfera digital. Un contenido audiovisual puede convertirse en efímero si decidimos colgarlo de una manera no-permanente en alguna plataforma (como puede pasar con algunos cortometrajes) fomentando más visionados. Aunque lo que ya se conoce como contenido efímero online es el que proporcionan los Instagram Stories o Snapchat, ventanas que están diseñadas para tener una vida de 24 horas. Y aunque la herramienta así lo facilite, el uso que tendemos a hacer de esas ventanas no es realmente efímero: o bien replicamos el contenido en otras ventanas no efímeras o bien le damos menos importancia a la calidad debido a su corta existencia, lo que hace que el consumo de estos contenidos no termine de convertirse en una experiencia única para el público.
  • Condicional: También pensado para el consumo colectivo, pero no limitado por el tiempo sino por el acceso. Para poder acceder al contenido han de darse unas condiciones especiales. Estas condiciones hacen que el consumo del contenido se convierta en una experiencia ya que el público es consciente de esta limitación. Por ejemplo, el proyecto del NFB A journal of insomnia solo dejaba escuchar los testimonios de personas insomnes a altas horas de la madrugada. Cuando vinculamos el consumo de contenido a mecanismos de participación (por ejemplo, un vídeo que solo se desbloquea si superas una prueba), también podemos considerarlo un contenido condicional.
  • Fungible: En el último cuadrante está aquel contenido que es para consumo individual pero también tiene limitado el acceso. Lo fungible es aquello que se consume con el uso, que de tanto usarlo desaparece. De este modo, el número de veces que se consume un contenido se hace determinante porque le da valor a la experiencia de consumo, que a la fuerza es única. El usuario decidiría cómo y cuándo acceder (a una web, por ejemplo) pero sabiendo que está eliminando así su capacidad de volver al contenido.

Estos ejemplos no son más que algunas ideas sobre cómo podríamos valernos de lo efímero para combatir la saturación de contenidos y devolver algo de valor experiencial al consumo online. Es un esfuerzo que, como creadores, nos llevaría a revertir la tendencia actual, haciendo que “máximo esfuerzo, mínimo resultado” sea uno de los mantras para generar experiencias irrepetibles y memorables.

Y para efímero, este post, que podría autodestruirse en 3, 2, 1…

 

Imagen: Garden State en Conde Duque, Madrid, por Diego Conesa Photo

Siguenos en Twitter! belen_santa // InnovacionAV