La innovación, según una conocida definición, no consiste en tener nuevas ideas, sino en reconectar algunas conocidas de un modo diferente; recuérdese la famosa cita de Henry Ford.
Guiado por esa misma actitud, me siento a unir los puntos de algunos eventos a los que asistí la semana pasada. Se trata de acontecimientos aparentemente inconexos, pero que bajo esa luz despiertan enlaces ocultos, como el sistema de comunicación de los árboles en un bosque.

Como digo, no hay nada como sentarse y dejar volar la mente, permitiendo que las imágenes acudan a ti. Así me encuentro con esa cinta de Moebius que encabeza el texto e ilustra con bastante exactitud lo que quiero decir en este post.
¿Cómo llegué a ella? Pues por simple asociación de ideas a partir de la homonimia, mientras pensaba en Jean Giraud también conocido como… Moebius.
Y a él… ¿cómo llegué? Pensando en los cómics que se publicaban en España en los años ochenta. (Sí, del siglo pasado.) ¿Y a los cómics de los…? Eso, me temo, tendrá que esperar hasta el final del post, que de algún modo querría funcionar él mismo como banda de Moebius.

¿LA TELEVISIÓN ES NUTRITIVA?
Seguimos en los ochenta, esa década que curiosamente vuelve a estar en el candelero, en una revisitación-relectura crítica, que ya tocaba. (Distancia temporal obliga). Por aquel tiempo, un grupo de la ecléctica Movida madrileña, El Aviador Dro y sus Obreros Especializados, entonaba con mucha ironía el tema “La televisión es nutritiva”, en un momento en el que las emisiones de la llamada “caja tonta” se percibían como carentes de sustancia . (¡Si hubieran tenido una máquina del tiempo probablemente habrían disuelto el grupo, o se habrían pasado al punk, abanderando su repetido slogan “No Future”).
Mucho ha llovido desde entonces, pero como reza un refrán catalán “Dóna la volta al món i torna al Born” (“Da la vuelta al mundo y vuelve al Born”, conocido barrio barcelonés). O sea, depende y según como, la cinta de Moebius de la que hablábamos.
Entremos en materia de modo explícito. La pasada semana asistí a un simposio organizado por la UOC con el distintivo título “I bingeTalkingUOC: “La revolución seriéfila. El impacto del streaming y el boom de la producción original.”La jornada fue, como era de esperar visto el programa, rica en contenidos y repleta de instantes memorables.
No pretendo hacer un resumen exhaustivo de lo que allí se dijo, pero sí me gustaría reseñar algunas de las cosas que más me han resonado ahora que repaso mis notas, y en especial las que tienen que ver con la idea nuclear de este texto.
Para mí, la importancia de estas frases no es por lo novedoso, sino precisamente por lo contrario: casi todas ellas son constatación fehaciente de aquello que hace meses o años se empezó a intuir como el futuro (de la televisión y nuestro).

TV, VOD, PLATAFORMA…
Empecemos:
・“Vivimos en la era de las series”. Otros lo han formulado como “vivimos en la tercera era de oro de la televisión” y cosas por el estilo.
・De ahí, el motto que tan eficaz ha resultado a lo largo de los últimos años de “No es televisión, es HBO”. Aunque todos los ponentes de las diversas mesas coincidieron, por unanimidad, que tras la noticia del lanzamiento de la nueva plataforma HBO Max, la frase será historia.
・Sea como sea ese presente-futuro, será plataforma o no será. No sé dictó sentencia de muerte para la televisión convencional, aunque ésta deberá encontrar su lugar en el nuevo ecosistema de medios.
(Dicho sea de paso: la televisión es un medio que siempre ha estado en evolución, como bien nos recordó Conchi Cascajosa. Aprovecho para celebrar la mirada inteligente de esta investigadora incansable: si Conchi Cascajosa no existiera, habría que inventarla).
・El mercado (aunque no lo reconozca en público) se ha doblegado al mensaje lanzado por eso que despectivamente llamaron “piratería” y ha acabado aceptando que el público lo quiere todo, lo quiere ya y lo quiere en cualquier sitio. Otra oferta no parece suficiente para sus ansias de consumo. (El “evento semanal”, esa cita ansiada y postergada, parece decirnos adiós con el final de “Game of Thrones”).
・El público quiere ver series y las quiere ver “de un tirón” (Binge-Watching).
・El enganche es tal que se va a modificar de manera generalizada la duración de los episodios para ajustarla a posibles desplazamientos del espectador (“Mientras voy de casa al trabajo, me veo un capítulo”). Tomen nota: el tiempo medio calculado es de treinta minutos.
・Esa adicción desmesurada, ese consumo bulímico tiene, por supuesto, sus consecuencias. La más grave es y será el descenso de la calidad estándar de los productos. ¿Los motivos? El binge-watching nos lleva a una disminución de la exigencia de calidad (No hace falta que todo sea “The Sopranos” o “The Wire”) y, dada la velocidad con la que devoramos contenidos, nuestra capacidad de retención disminuye (lo cual implica que la densidad dramática disminuirá proporcionalmente).
・El transmedia de estos productos a menudo queda relegado a meras funciones de marketing debido al mismo motivo: la voracidad y el ansia de consumo, esa falta de conexión con el “aquí-ahora”. (“Mientras veo una serie estoy pensando en ver la siguiente”).
・Los clásicos siguen sin estar en ninguna plataforma. ¿Se perderán en el olvido?
・El abuso de etiquetas grandilocuentes (y a menudo, injustificadas) como “marca un antes y un después”, “el final de una era” “obra maestra”. En resumen, la falta de contexto y perspectiva históricos con que emitimos ciertos comentarios, sentando cátedra en redes sociales sin importarnos apoyar nuestras afirmaciones con reflexiones consistentes.
Para el futuro quedaron algunas dudas, preguntas que a día de hoy nadie se atreve a contestar, aunque podamos especular con posibles respuestas, como hicieron los invitados. Las más relevantes fueron:
・La confrontación entre “oferta algorítmica” y “curadoría editorial”. Las plataformas tienen montañas ingentes de datos respecto a los perfiles y gustos de sus usuarios, aunque eso también encierra el peligro de crear una burbuja, además de que puede llevar al cansancio por repetición.
Por otra parte, los expertos cada vez se sienten más presionados para emitir una crítica sin haber visto suficiente metraje como para formarse una opinión sólida, víctimas ellos mismos del ingente volumen de series que inundan el mercado.
・La guerra de las plataformas está aquí, y va a seguir. (Agárrense fuerte que el imperio Disney se acerca a pasos agigantados). Nos estamos aproximando a un pico en el que el número de plataformas ofertado será excesivo, lo que además de la consecuente criba de actores en el ecosistema creado, dará con la necesidad de volver a la fórmula de oferta por consumo de contenido, es decir, el resurgir de agentes que distribuyan materiales de diversos proveedores. (La comentada “vuelta al Born”).
Por último (lo dicho, no es novedad pero reconforta): Lo importante son las historias.

POCOS PERO BIEN AVENIDOS
Damos un pequeño salto en el espacio-tiempo para situarnos en otras coordenadas. Una amiga me invita a participar en una mesa redonda, parte de un ciclo de acciones destinadas a captar fondos para salvar un espacio en un barrio de Barcelona. (Spoiler: no lograron el objetivo y esta ciudad se queda sin otro pequeño núcleo descentralizado de difusión cultural).
El debate gira entorno a la percepción de la cultura desde nuestra perspectiva, en comparación con la de otros países que, por lo que sea, hemos conocido.
El público es escaso, pero entregado. Sin duda se ajusta al perfil de eso que hemos dado en llamar “prosumidor”.
Yo, llevado por mi afición al debate (supongo que para eso me han invitado), lanzo al aire algunas “boutades”, que no por serlo son menos ciertas, y que siempre sirven para dar ambiente (más bien para caldearlo). Por pura deformación profesional, suelo aderezarlas con alguna anécdota que las vista, porque así aparecen más coloristas y suelen digerirse mejor.
Una de ellas incluye una cita que, a principios de este siglo, un productor con el que colaboraba me repetía a menudo. Este hombre (persona de amplísimo bagaje) me decía: “Montecarlo, eso de la Cultura ya no se lleva. Es una cosa del siglo XX. La Cultura ya no le interesa a nadie, ya no vende”.
Entiéndase en el contexto en que rememoré esto. (Pausa dramática).
Por supuesto, la frase tuvo el efecto deseado: dio pie a que miembros de la mesa y de la audiencia se liberasen del peso de los sentimientos que sufren por dedicarse a estos menesteres. Confieso que fue un acto egoísta: ser “el malo de la película” suele aportar mayores satisfacciones que ser el héroe.
En ese debate participan amigos y desconocidos, pero como dice el refrán (otro, no el del Born): un desconocido es un amigo que aún no conoces.
Entre los indignados (lo digo con todo el respeto del mundo) se encontraba Orland Verdú, al que no tenía el gusto, carencia que ya he corregido, puesto que al poco me invitó asistir a la que sería la última representación de su obra “Pinnochio”.
¿Y la television? ¿Y Moebius? A eso iba. Espero que el lector no se sienta angustiado por la lentitud de mi discurso y los aparentes rodeos que doy. Todo forma parte del contenido, en aras de aportar esa densidad dramática, tal vez indeseada por la audiencia voraz.

EL LOCO
Orland Verdú es un hombre orquesta. Él solo lleva tres años al frente del Oracles Theatre, un pequeño local en el que representa obras de creación propia, ejecutadas según los principios del butoh. Si no lo han visto, deben hacerlo. Y si lo han hecho, seguro que avendrán conmigo en que hay que repetir.
Verdú, como otros, pelea con uñas y dientes en una lucha diaria que tiene demasiadas reminiscencias de la historia de “David contra Goliat”, sin llegar al final feliz de ésta.
Sin subvenciones ni ayudas, a merced del mercado y de lo que recaude en taquilla, su situación es, como digo, dramática. Y no estamos hablando de una ficción, sino de la vida misma, aunque parece que a grandes sectores de la población esa diferencia poco le interesa, si es que la percibe.
Como digo, el espectáculo (no me gusta la palabra), es realmente sobrecogedor. Con tan solo la ayuda de algunos elementos de atrezzo, un sencillo juego de luces y un acompañamiento musical, durante una hora asistimos los allí presentes al relato pormenorizado de la historia del siglo XX y del surgimiento de la mentira como estándar de la sociedad. Impresionante. No hicieron falta millones de dólares ni gran despliegue de medios. Una historia, muy bien contada, sacude al respetable con la fuerza de un cable de alto voltaje.

Para mi sorpresa (el mundo es un pañuelo) me reencuentro allí con Pedro Espinosa, al que hace años que no veía. Espinosa (nos acercamos a Moebius) es un dibujante excepcional, padre de un cómic que sorprendió a los lectores de los años ochenta con las aventuras (mudas) de “El Loco”.
Por supuesto, ahí tienen otra conexión poco aparente: el butoh y el cómic. Creo necesario recordar que las primeras historietas eran mudas, y que gracias al simple “acting” de los personajes los lectores podían entender lo que se contaba en ellas. Lo mismo ocurrió con el cine, antes de la llegada del sonoro.

LA BANDA DE MOEBIUS
Y aquí me encuentro hoy, cerrando la banda de Moebius en forma de post. La década de los ochenta fue, en España, una explosión cultural (a pesar de las críticas a toro pasado). Con la muerte del dictador, se abrieron las fronteras a décadas de cultura popular a la que no habíamos tenido acceso. Fue, entre otras cosas, “la época dorada de las revistas de cómics”. No sólo pudimos disfrutar del underground norteamericano y del cómic francés “para adultos” (Moebius, Moebius!!!!), también tuvimos la oportunidad de crear nuestras propias historias, más afines a la sensibilidad y tiempos que nos tocaron vivir. Mensualmente se publicaban gran cantidad de cabeceras, y el número de lectores se contaba por decenas de miles.
Ahora, a pesar del resurgir de la historieta (rebautizada como novela gráfica), los números se asemejan más a los de los poemarios que a los de los best-sellers. (Y para variar seguimos descuidando nuestro patrimonio histórico-cultural).
¿Porqué cesó el interés del público? ¿Qué ocasionó la decadencia del mercado de las revistas de cómics? Sin duda la respuesta es compleja, en tanto fueron muchos los factores que intervinieron.
Existen varias cuestiones que flotan en el ambiente: ¿Alcanzarán las series  un momento de extenuación en el que el público, harto de ellas, emigrará hacia otros productos? ¿Somos simplemente consumidores de historias, o cada vez estamos más fascinados por la historia que nos contamos sobre nuestra identidad de consumidores de historias? (Sí, suena a metapregunta, pero creo que también forma parte de la ecuación). ¿Realmente la cultura “ha muerto”, o la estamos matando? ¿Eso puede suceder? Y, en todo caso ¿a quién le importa? ¿Podemos dejar en manos del mercado las historias que nos contamos? ¿Qué es lo que no se está contado, y porqué? ¿Hemos perdido el rigor, la seriedad, como narradores? ¿Se han convertido las series en la forma evolucionada de los culebrones? ¿O tal vez somos nosotros los que elaboramos nuestra vida en forma de culebrón?
Dejo al lector con el título de este post: “seriedad y serialidad” para que reflexione sobre ello. No espero necesariamente respuestas: el hecho de hacernos las preguntas ya me parece suficientemente importante. Eso y, tal vez, la posibilidad de que alguien reconecte ideas.

Fotografías:
Imagen 1, extraída de aquí.
Imágenes 2, 3 y 5, cedidas por el autor.
Imagen 3, cortesía de Orland Verdú.
Imagen 6, cortesía de Pedro Espinosa.

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