Siempre me he sentido atraído por la magia; ¡Pero nunca he sabido hacerla! Seguramente por egoísmo emocional. Si controlase todos los trucos dejaría de experimentar lo que me hace sentir un efecto pequeño de sala o uno grande. Sin saber cómo, no me ha importado hacer que sientan eso otras personas; pero sin renunciar a dejar de experimentar esa estupefacción y permitirme una vuelta a la infancia siempre que quiera. El contar historias, el jugar con las imágenes, VFX y música se ha convertido en mi truco personal; pero cada función es un nuevo show, un efecto diferente en el que cada vez es más difícil sorprender.

Esta vez me han llamado para una función nueva, una que nunca había realizado, con público muy exigente, en la que el efecto a conseguir era de un gran show; pero el presupuesto para hacerlo era el de una comida en el chino de debajo de casa. ¡Este número se iba a llamar videoclip! Me dejó tan asombrado y paralizado lo que escuchaba, que durante días no le pude dar vueltas a otra cosa.

Y eso que soy un tío capaz de apuntarme a un bombardeo, de dar la nota en cualquier escala en un sitio en el que ni salga mucho el SOL, como Galicia (la tierra que me vio nacer – que bonito par die-).

Pero aún así esta vez mi cerebro estaba cargado de preguntas….

¿Cómo es posible que una discográfica quiera potenciar a sus artistas con esas cifras de inversión en el producto? ¿Cómo puede alguien de la profesión ganarse la vida con esto? ¿Deberíamos contribuir los profesionales con este juego? ¿Tenemos que demostrar a estas alturas tanto? ¿Estamos haciendo que otras empresas se enriquezcan con esta precariedad…? Ésta y otras preguntas no dejaban de martillar mi cabeza, así que decidí descolgar el teléfono y llamar a Santiago Secades, gran amigo mío y experimentado productor y músico de este país y el Founder y Ceo de Una Décima de Segundo Producciones. También llamada obligada por ser el culpable de meterme en este sarao.

El caso es que quise reflexionar con él, sobre la actualidad del videoclip y cómo los mismos profesionales que un día tienen un caché de 1.500 €/día, son capaces de trabajar en estas condiciones para un gigante. Es como si un grupo de adolescentes los llamasen para ayudarles a producir su corto. Así que después de un WTF****** y muchas cosas más, dejándome a punto de un petamiento cerebral total, esto fue lo que escuché:

RESPUESTAS DE SANTIAGO SECADES:

Dos hechos a nivel mundial cambiarían el devenir de la industria musical para  siempre: INTERNET y la PIRATERÍA.

Desde el año 2000 aproximadamente se establece una nueva forma de comunicación y de relacionarnos; y también como no, del consumo del ocio. Desde un ordenador, desde cualquier parte de mundo, se puede acceder a todo tipo de contenido “gratuitamente” (lo que te costara la ADSL) y unos años después por un bajo coste en páginas oficiales (iTunes, Spotify, etc.). La legislación, como muchas veces ocurre, iría por detrás a la hora de legislar la correcta y legal utilización del contenido audiovisual en la Red. Mientras tanto, durante años (incluso hasta hoy) millones de personas comenzaron a descargarse música gratuitamente y/o comprar discos a un precio ridículo en los famosos “top manta”, sin retorno alguno para los propietarios y autores de dichas canciones.

Por esas mismas fechas (2001) en España, aparece un acontecimiento social que también afectaría de manera directa el funcionamiento de la industria fonográfica de nuestro país: el programa televisivo OPERACIÓN TRIUNFO. Programa destinado a formar a una serie de jóvenes intérpretes con talento para cantar. El éxito del programa no tiene precedentes. Superan con creces cualquier expectativa y a partir de ese mismo año y siguientes, cualquier joven del programa se convierte en un grandísimo negocio para las compañías discográficas ya que, con toda la promoción hecha en televisión, no hace falta invertir gran cantidad de dinero en posicionar al artista.

Operación Rentable – Operación Triunfo.

Más allá de la crisis financiera que sufre occidente de casi una década (desde el 2009), la industria discográfica entra en su propia crisis producida principalmente por estas tres circunstancias que hemos comentado y con ello la gran bajada de ventas de discos. Se producen despidos en cadena de su personal y muchas casas discográficas, tanto multinacionales como independientes, echan el cierre o se fusionan o son absorbidas (Belter, Columbia, BMG, Ariola, Virgin, EMI).

Comienza la ventura de adaptarse “a los nuevos tiempos”. Lo analógico queda atrás, llega la era digital, el streaming, el consumo online, etc. y con ello la lucha y supervivencia de las discográficas en reconvertirse a las nuevas vías de negocio musical, sin saber muy bien como hacerlo.

Las multinacionales necesitan recortar sus dinosaurias estructuras y sus “elevados” presupuestos. Estos recortes afectan a diferentes sectores: estudios de grabación musical, copias de discos, etc. y como no podía ser menos, al sector del VIDEOCLIP. Uno de los sectores más perjudicados en cuanto a presupuestos se refiere. Y se establece un nuevo invento: el LOW COST.

Por otro lado, al imponerse la era digital, la tecnología se abarata (tanto en el sector visual como sonoro) y los home-studio comienzan a proliferar. Con una pequeña inversión, uno puede grabar un disco o rodar y postproducir un videoclip. Las dos caras de la moneda: por un lado aparece gente talentosa que con pocos medios y recursos puede desarrollar su trabajo y mostrarlo, pero por contra se tiran los precios y el sector se impregna de un elevado intrusismo. Ya no importa los años de profesión, la fidelidad de proveedor-cliente, la confianza, la solvencia, la experiencia. Lo que importa es que hacer un videoclip cueste muy poco dinero. Y por supuesto con una calidad de diez. En resumidas cuentas: se piden peras al olmo.

Las compañías son conscientes de todo esto y de que hay multitud de jóvenes recién salidos de las escuelas y universidades, plenamente dispuestos y con ganas de hacer cosas gratis o prácticamente gratis con tal de tener trabajos que enseñar. Necesitan tener producciones en su reel.

Todos estos mágicos ingredientes logran que el sector del videoclip no sea rentable. Queda el amor al arte, el hacer curriculum, el pasar un buen rato (a veces no tanto). Discográficas multinacionales, que en muchos casos, pagan 2k, 3k, 4k por hacer un videoclip profesional de gran nivel con lo que todo eso conlleva (pagar a un equipo de 10 o 15 personas, seguros, alquiler de cámara, luz, localizaciones, transportes, comidas, vestuario, atrezo, permisos, postproducción, etc.).

Para los que nos apasiona el mundo del videoclip, amamos la música, dedicamos horas y horas de nuestro tiempo a la profesión audiovisual y llevamos muchos años en esto, cada vez se nos hace más inexpugnable poder desarrollar dignamente nuestro trabajo.

Lástima que hayamos llegado a esta situación (aparentemente sin retorno). Adaptarse a los “nuevos tiempos” no debería confundirse con trabajar en pésimas cifras presupuestarias o lo que viene siendo lo mismo: trabajar prácticamente gratis.

Malos tiempos para la lírica. Malos tiempos para el videoclip.

Y yo añadiría al testimonio de Santi, ¡MALOS TIEMPOS PARA LA CREATIVIDAD! Pero ¡MUY BUENOS PARA LA PRECARIEDAD!

Fundido a negro.

Imagen| Gkushagra-kevat

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