Star Wars nos mostró como la serenidad, la humildad y la curiosidad nos mantienen en un sano y luminoso escepticismo. Mientras que la ira, la frustración y el odio nos encabalgan sobre un cinismo que galopa hacia el lado oscuro.

Ahora mismo, mientras lees estas líneas, los timelines de muchas redes rebosarán fobia acerca de las cosas que desagradan al personal. No tienen porqué ser las mismas cosas, el nexo común es esa fobia empaquetada en distintos colores y tamaños. Es divertida la fobia hacia la piña en la pizza o las uvas pasas. Muy distinta es la ira contra una persona o unas ideas, más aún cuando entra en una centrifugadora y se propaga sin control. La sombra avanza con mensajes agresivos y excluyentes que configuran una realidad poco amable.

Cabría preguntarse acerca de quién ha normalizado unos mensajes que ayer mismo nos parecían extremos e inconcebibles. Las pruebas suelen exculpar al principal sospechoso, la gente afín a ellos. Casi todos nos guardamos de identificarnos con posiciones agresivas y nada presentables, a no ser que lleguen a normalizarse. Paradójicamente, quienes odian tales mensajes son los que no pueden evitar compartirlos en primera instancia con el propósito de dejar patente la animadversión hacia ellos.

Un cavernícola censado en Villalandia de los Infantes, con todo el respeto a nuestros antepasados y a los paisanos de este imaginario lugar, vomita cada mañana tweets. Ensucia un perfil desangelado que solo interesa a cuatro gatos de porcelana. Esto, solo sería el retrato de la impotencia de un infeliz enjaulado en sus prejuicios, de no mediar el empeño de otros por convertir las vomitonas en trending topic para reafirmar por enésima vez su asco. Para más inri, el cavernícola termina convertido en faro averiado de quienes, además de no soportar a los asqueados, celebran la oscuridad. Limpiar un borrón de tinta con el dedo siempre conduce al desastre, se mancha el dedo y se extiende el borrón. Cuanto más empeño, peor, la hoja entera se hace borrón y el dedo termina pareciendo un cuadro de Tapies. Mejor soplar, que la tinta seque rápido y, si acaso, seguir escribiendo con más tino para mejorar el aspecto de la página.

La comunicación en red también tiene su cable pelado, una polo negativo que te coloca de golpe sobre una enorme ola salvaje. No es accidental que los exabruptos sean cada vez mayores, si la inmundicia se normaliza no queda otra que doblar la apuesta para acceder, no solo a la notoriedad, sino a algo más importante, la legitimación por oposición. El lenguaje propositivo se repliega dejando atrás tierra quemada. El célebre “zasca” es una expresión clarividente, chutes de autoestima a costa de simplificar y degradar a los enemigos más enclenques. Para algunos, cabrear y ser odiado, es un atajo hacia sus objetivos. Sería pertinente preguntarse, ¿lo es también para los nuestros?

Las redes nos han dado un gran poder, lo mismo acarrea una cierta responsabilidad. Somos creadores y editores de mensajes que articulan el diálogo y la convivencia en plazas y plazoletillas públicas; ¿tenemos una línea editorial o somos meras antenas de señales ajenas?. La plaza es un bullicio maravilloso; infinidad de diálogos, imágenes y relaciones conforman una inaudita sinfonía. Si los gritos, las disputas y la exaltación de lo grotesco emborronan ese espacio hasta desdibujarlo, ya todo será imposible y, las razones que pensamos que nos asisten, serán otro grito sordo.

No podemos exigirnos el temple del Maestro Yoda, bastante tenemos con que no se nos queme el pollo del horno como para andar con florituras. Pero siempre se pueden hacer pequeñas cositas, como las que nos empeñamos en enseñar a los niños y podemos aplicarnos a nosotros mismos, «cuando algo te enfade mucho mucho y te pongas todo rojo como un tomate y hasta te salga humo por la orejas; antes de hacer nada, respira hondo, y luego cuenta muy muy despacito hasta diez”.