Este post, casi sin pretenderlo redunda, prolonga y profundiza en las cuestiones que planteé en este mismo blog, en la entrada titulada “Los límites del mundo”. En cualquier caso, ambos pueden leerse por separado.

HISTORIAS DE GARAGE, HUELLAS DIGITALES
Siempre que las circunstancias lo permiten colaboro con Marta Ordeig. Ella es la creadora del Landscape Film Festival, un evento participativo en el que las obras a exhibir se generan ex professo para el festival, ligadas al paisaje urbano de la ciudad que lo acoge.
Marta es también la creadora de otro proyecto, tan interesante o más que el anterior: Garage Stories, otra propuesta que combina innovación, tecnología y storytelling, en este caso entorno a la realidad virtual (RV).
En todas sus propuestas, además de aportar una metodología ad hoc, el factor humano se revela como una pieza clave: los miembros que forman los grupos de trabajo no se conocen entre sí. La creación de una pieza conlleva siempre el descubrimiento de las capacidades de los demás, y el resultado de la combinatoria con las propias.
Las piezas finales son al proceso que las ha generado lo que la huella de un individuo al caminar; independientemente de la valoración de la obra como objeto, lo más valioso siempre resulta la experiencia de haberla producido.
Esto me parece especialmente interesante en el caso de Garage Stories, por las reflexiones que despierta. Aquí se dan cita algunos de los conceptos más relevantes del momento que vivimos: realidad, virtualidad, experiencia, recuerdo, memoria, narración, vivencia, inmersión…

EL OBSERVADOR Y LO OBSERVADO
Cuando aparecieron las primeras experiencias de RV se asociaron a “una nueva forma de cine”, probablemente debido a la fuerte presencia del componente audiovisual, aunque también al referente del que disponíamos. (La televisión en sus inicios se pudo definir como “un cine en casa”, aunque no lo sea.)
Como sociedad todavía no hemos superado esa barrera, y es por eso que cuando el neófito se aproxima a la creación de una pieza de RV choca con aquellos fundamentos del cinematógrafo que, por ausencia, quedan en evidencia. (Y esto es tan válido para creadores como actores y espectadores).
Para empezar, no hay encuadre. O en todo caso, éste queda en manos del usuario. Las cámaras de RV, por defecto, graban en 360º. (Para los amantes del control decir que sí establecemos la altura y lugar en los que se sitúa la cámara). Maticemos: hay ejemplos de 180ª u otras angulaciones hábiles, aunque a menudo se manipule al sujeto para que no caiga en la tentación de dirigir su atención a esa “zona muerta”, por ejemplo sentándolo en una silla.
Como ya he señalado en alguna ocasión, a pesar de que aquí hable de RV experimentada a través de visores (“las gafas”), existen otras modalidades, aunque finalmente todas evidencian que el marco ha desaparecido o, mejor dicho, que lo hemos atravesado y nos hallamos “dentro del relato”, como si fuéramos el protagonista de aquel cuento que escapó de su encierro a través del cuadro que había pintado.
La idea no es nueva, ya la expuso Lev Manovich en su “El lenguaje de los Nuevos Medios”; ése es uno de los motivos por los que este libro resulta tan importante.
Pero es que además este punto tiene una doble lectura: tanto desde el enfoque en que se fija en el objeto (lo mostrado) como en el que posa su atención en el observador (su posición y disposición, su mirada). El observador forma parte de lo observado, habiéndose colocado literalmente en el centro… o al menos en el centro de su subjetividad, porque uno de los problemas que ciertas piezas de RV plantean es la posibilidad de que el usuario llegue a sentirse como un fantasma o un voyeur impotente: como si de una Casandra digital se tratara, el espectador puede verlo todo, pero no puede cambiar nada.

VERACIDAD, VEROSIMILITUD E INMERSIÓN
Las piezas de RV ofrecen diferentes grados de complejidad: desde un simple vídeo 360º (sin esteroscopía) en el que asistimos a una proyección envolvente, pero que carece del efecto de profundidad característico de esta técnica, hasta una que incorpore un motor que nos permita interactuar y explorar el entorno que visitamos en una experiencia no lineal.
La RV es inmersiva en cualquiera de sus modalidades, probablemente mucho más que el cine, o al menos el cine como lo experimentamos hoy en día. No olvidemos que, en sus orígenes, la gente salió en desbandada de la sala de proyección donde se mostró “La llegada del tren” de los hermanos Lumière. ¿Una exageración? No lo creo. A finales de los años sesenta también los hubo que no pudieron resistir la violencia de los minutos finales de “The Wild Bunch” y abandonaron la sala con las tripas revueltas por la crudeza de unas imágenes que hoy nos parecen inofensivas. (Todavía recuerdo los comentarios de algunos espectadores horrorizados ante el visionado de “Reservoir Dogs”).
Parte de esas reacciones tiene que ver, sin duda, con el efecto inmersivo que el espectador experimenta: si no fuera así la conmoción no sería tan fuerte, ni la respuesta tan vehemente.
¿Eso quiere decir que dentro de algún tiempo veremos los montajes de RV con otros ojos? Sin duda. El “efecto Wow” es de corto recorrido. Ya lo anunciamos: la inmersión y el engagement suelen ir juntos, pero no son lo mismo.
Existe otro asunto a resolver: la paradoja de la veracidad de lo virtual . Dicho de otro modo: cuanto más creíble me resulta el entorno RV en el que me sumerjo, más falso es éste y (si lo pienso, si lo elevo a mi consciencia), rompo con la sensación de inmersión que experimentaba.
Resulta irónico, a la vez que revelador, que en estos tiempos de pos-verdad y fake news invirtamos en la creación de una gran mentira a la que escapar de una realidad tan falsa como cierta. (Parece que las aportaciones de los pensadores postmodernos siguen vigentes).

ESPACIO E INTERACCIÓN
Otro punto importante es el espacio, y mas concretamente, la relación entre el usuario y el espacio.
Si algo caracteriza a las piezas de RV es que “parece que estés ahí”. Ese ahí/aquí se convierte en una realidad ajena a la realidad, un no-espacio que, de nuevo, absorbe y contiene todos los espacios que podamos imaginar. Este asunto resulta altamente interesante, porque deriva en otro problema: la relación física con el espacio que habitamos.
El efecto de inmersión es tan potente que nuestro cuerpo olvida que asiste al visionado de una ficción, así que reaccionamos a todo aquello que sucede en el mundo virtual como si del mundo real se tratara. Esto puede llevar a caídas, choques y otros accidentes propios de aquellos que no controlan su cuerpo o la relación de éste con su entorno.
Las fronteras entre lo real y lo imaginado, lo palpable y lo virtual, se diluyen. No entraremos ahora en esto, pero los avances en la realidad mixta (RM) resultan prometedores: la posibilidad de detectar objetos del entorno real e incorporarlos “customizados” al paisaje de la RV ya es objeto de estudio. Y, en otro orden de cosas, pero explorando los mismos temas, tenemos la expansión de la experiencia de RV con la incorporación de un momento previo y otro posterior al visionado, situaciones en las que la narrativa se puede trasladar al mundo real.
En los cortos de RV que Garage Stories creó para el pasado Salón del Cine y las Series se exploró qué posibilidades ofrece la presencia de algunos elementos (en este caso, los actores) en ambos mundos, el real y el de la RV.
Los resultados son francamente interesantes: el paso de un medio a otro aumenta la sensación de inmersión en la narrativa porque, más que medios, conecta mundos (el virtual y el real) y, en tanto forman parte de la misma narrativa, los unifica o al menos les da continuidad.
El grado de inmersión y engagement del público aumenta y se prolonga (en distinto grado, según el relato escogido) y ofrece al público la sensación de participación por el mero hecho de compartir un espacio (el real) con los protagonistas de la historia. (Creo que es un efecto similar al que se lograba en “Skam” cuando los protagonistas se daban cita en el mundo real y sus fans podían asistir en vivo y en directo a esos encuentros).

DE LOS NUEVOS MEDIOS A LA FILOSOFÍA DE LA NARRACIÓN
Otra línea a explorar es, precisamente, la que desarrollamos en Sitges: en “Impro” (así se llama la obra) el usuario puede elegir entre dos visores que muestran dos experiencias diferentes, aunque complementarias. En realidad, las piezas plantean una “realidad única”, filtrada por los ojos de dos personajes, cuyos puntos de vista que un par de usuarios encara al colocarse las gafas. Sentados en dos sillas adyacentes, los asistentes ven la mirada subjetiva de uno de los personajes, al que sólo le pueden ver la cara si intercambian posiciones con quien tenga el otro par de gafas. En ambos casos lo que ocurre a su alrededor trasciende con creces una cuestión de simple posicionamiento espacial, puesto que aquello que se nos muestra viene “filtrado” por la mente del personaje, alterando la acción.
Los usuarios pueden visionar las dos piezas y experimentar esa doble vivencia que necesariamente relativiza la situación o hace que te cuestiones qué es lo que realmente has visto/ha sucedido. Otra opción es asistir sólo a una de las dos piezas y luego comentar con el compañero visitante lo que cada uno ha visto. (Tengamos en cuenta que el efecto se amplifica por la ausencia de pantalla y la posibilidad de cada uno de los usuarios de dirigir la mirada y el foco de atención según su voluntad, por lo que hay acciones que puedo no haber captado). Por último, uno puede simplemente quedarme con la experiencia personal del visionado de sólo uno de los cortos (lo que realmente supone un desaprovechamiento de la obra).
Es cierto que en todos los casos seguimos asistiendo a un visionado lineal, aunque queda claro que el peso de la obra (en su conjunto) se basa en la experiencia del usuario y en las posibilidades que la RV brinda, más que en la trama del relato.
La RV, más allá de ser una nueva tecnología (también lo fue el cinematógrafo) se configura como una nueva manera de narrar y consumir historias: si algunos la llaman “cine inmersivo” no es tanto porque lo sea sino porque es la terminología de la que disponemos hoy en día.

No creo que la RV vaya a sustituir a nada. Se trata más bien de un nuevo actor en el ecosistema de medios que, desde su propia perspectiva, explorará otras maneras de contar historias. A medida que exploremos su potencial específico iremos entendiendo y formulando de qué se trata, cual es su naturaleza y qué relación establecemos con ella. No queramos correr antes de andar.
Eso sí, seamos conscientes de que, antes o después, la RV nos enfrentará a las grandes preguntas que el Storytelling plantea y que se inscribirían en algo que podemos llamar la Filosofía de la Narrativa: ¿Quién soy yo y cómo me cuento? Y, ¿cuánto de real hay en eso que llamamos realidad?
Como señalaba al principio al referirme a mi colaboración con Marta Ordeig y su Garage Stories, sólo puedo decir que seguiremos explorando en busca de respuestas, aunque sean provisionales.

Fotografías:
Imágenes cortesía de Aida Bresolí y de los miembros del equipo “Impro”, todos los derechos reservados.

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