Dicen los sociólogos que las sociedades occidentales se están dividiendo y polarizando, que las opiniones se están extremando, que la política, tantos años centrípeta, se ha vuelto centrífuga. ¿Puede ser que tengamos algo que ver con ello?

Creadores de opinión

Siempre me ha llamado la atención esa expresión de “creadores de opinión”. Me da por imaginar a unos señores con batas blancas destilando el elixir de la opinión en matraces traslúcidos por el uso. La prensa y demás medios de comunicación la niegan a menudo, con afectación similar a la falsa modestia, pero los políticos la tienen tan en cuenta que andan siempre revoloteando alrededor.

Antes de la revolución digital, en los periódicos, las secciones de opinión estaban separadas de las noticias. Si uno no era afín a la ideología del medio, era habitual evitar la sección de opinión para saltar directamente a la información, que se suponía más o menos imparcial. O al revés, conformarse con las conclusiones de las columnas de opinión para no tener que entrar en detalles y poder pasar sin remordimientos a la sección de deportes o a la de ofertas de empleo.

Hoy los periódicos son apenas el front-end de algún software gestor de contenidos. Noticias, opinión y, a veces, incluso publicidad tienen la misma forma, y apenas se distinguen por unas pocas etiquetas de taxonomía. Pero es que casi nadie entra a los contenidos por la página principal (el pobre equivalente a las portadas de antaño), sino que se accede a través de motores de búsqueda, agregadores y, sobre todo, redes sociales.

Eso cuando se accede: según un estudio de 2016, más de la mitad de los usuarios comparten los contenidos tras leer tan sólo el titular.

La tele sigue siendo el medio rey, pero sus cifras se desinflan año a año. Ha perdido prácticamente a los jóvenes (salvo honrosas excepciones, muchas de ellas a cargo de colaboradores de esta página), la información periodística está muy limitada y, peor aún, ha heredado de los programas de cotilleos las tertulias a gritos, la chabacanería y el morbo.

Responsabilidad social de los medios

En 1942, Henry Luce, propietario de la revista Time, estaba preocupado por el estado del periodismo en su país, muy alejado de la función como cuarto poder que se le suponía. Angelico, no sospechaba lo que vendría después. Para intentar analizar y resolver los problemas de la prensa (entonces sólo había prensa, cine y radio), encargó a un grupo de intelectuales encabezado por el rector de la Universidad de Chicago, Robert Hutchins, la elaboración de un informe que se acabaría llamando A free and responsible press (disponible en archive.org), o simplemente Informe Hutchins.

El informe señalaba varios defectos en los medios de comunicación. Pese a los años transcurridos y los cambios tecnológicos y sociales producidos desde entonces, me voy a permitir mencionar algunos:

  • Enorme poder de los medios, todo al servicio de sus propietarios y accionistas. La actividad periodística quedaba supeditada a los intereses de éstos.
  • Resistencia ante los cambios sociales
  • Tratamiento superficial y amarillista de la información
  • Falta de ética
  • Invasión de la intimidad

Todos ellos carentes de vigencia, como salta a la vista… Veamos entonces las recomendaciones que hacía para solucionarlos:

  • Veracidad, exactitud
  • Libre intercambio de críticas y opiniones
  • Representación de toda la variedad social
  • Facilitar la información, no obstaculizarla
  • Canalizar el debate social sobre asuntos públicos
  • Instrucción de la ciudadanía para que pueda participar en la toma informada de decisiones
  • Defensa de los derechos de las personas, vigilando los abusos de poder
  • Independencia económica (proponían la publicidad, pero ya sabemos cómo los anunciantes acaban controlando en gran medida los medios)

Si estas recomendaciones hubiesen tenido éxito, quizás no estaría escribiendo hoy este artículo. Pero de este informe salieron también conceptos de uso común hoy en día, como la famosa autorregulación, y dio lugar a una materia de estudio académico, la Responsabilidad social de los medios, y numerosos códigos deontológicos. Uno de ellos, el Código europeo de deontología del periodismo recomienda la redacción de estatutos nacionales vinculantes, siendo el español firmado en 2005 por los presidentes de las principales asociaciones de la prensa españolas, que empieza en su artículo 1 diciendo que “Es periodista quién está en posesión de un título”. No hay más preguntas señoría.

Hoy en día cualquiera puede ser Orson Welles y liarla parda


¿Quiénes son de verdad los medios que crean opinión?

Una definición tan restrictiva como la del Estatuto deja fuera a casi todo el mundo. Y visto que, por falta de impacto, de rentabilidad o de libertad laboral, los periodistas tradicionales tienen cada vez menos poder de “crear opinión”, ¿a quién deberíamos exigirle el cumplimento de esos códigos deontológicos? ¿A Roures? ¿A Turner? ¿A Zuckerberg?

Tengo un amigo que no soporta Novecento de Bertolucci ni las pelis de Ken Loach porque las considera “ideológicas”. En cambio, le encantan las de Christopher Nolan y Kathryn Bigelow, tan ideológicas o más. Un poco como aquella señora que no entendía que nos gustasen películas de “seres imaginarios como orcos y elfos” pero a la que le chiflaba Pretty Woman. Es aquello de los sesgos, ya saben. También en ese sentido, he escuchado recientemente a un humorista de la prensa conservadora denunciar el “humor partisano” de otros compañeros de profesión.

La ficción tiene ideología. El entretenimiento tiene ideología. El deporte tiene ideología. El humor tiene ideología. Los programas de cotilleos tienen ideología. Los concursos tienen ideología. Los anuncios tienen ideología. Los culebrones tienen ideología. Los cuentos infantiles tienen ideología.

No pasa nada. A veces, los conceptos nos entran en la mollera cuando los vemos en una pantalla o nos reímos de ellos, y no son pocas las ocasiones en las que una obra artística o un simple producto de entretenimiento inicia (o acaba) el debate social sobre alguna materia. ¿Recuerdan cómo Philadelphia, de Jonathan Demme, hizo mainstream el debate sobre el VIH? ¿O cuando Million Dollar Baby, de Clint Eastwood y Mar adentro, de Alejandro Amenábar, provocaron que todos nos posicionásemos a favor o en contra de la eutanasia? ¿Los chistes de gitanos de Rober Bodegas? ¿Recuerdan #GamerGate? (no, borra esto último)

Personalmente, mi momento “responsabilidad del artista” vino al ver la cíclica Antes de la lluvia, de Milcho Manchevski: un fotógrafo de guerra cuenta cómo su cámara provocó una muerte en pleno conflicto. Más recientemente, una escena parecida y el tono general de la serie Generation Kill, showrunneada por David Simon, planteaba un conflicto similar. El viejo proverbio árabe: eres dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras.

Cuando elegimos temas, personajes y escenarios para nuestras obras, los visibilizamos. Bien lo saben todos los políticos regionales, que andan arrastrándose para alojar algún rodaje internacional de éxito, tipo Juego de Tronos (pero luego no les pidas ayuda para producir nada local, aunque te hayas perfumado y puesto guapo…). Al visibilizar, somos en cierta medida responsables de ello. Otro ejemplo: la maravillosa playa de la película de Danny Boyle protagonizada por Leonardo DiCaprio ha tenido que ser cerrada, destruida por el turismo. Si recuerdas la peli, este resultado no puede ser más paradójico…

Por desgracia, no son tiempos de demasiadas profundidades. Otro acontecimiento paradójico que me ha ocurrido recientemente ha sido la censura por parte de Facebook de un artículo que recordaba American History X, de John Morrisey, porque en la vista en miniatura aparecía Edward Norton posando con la esvástica en el pecho. Supongo que el algoritmo no está para críticas, sátiras ni demasiadas complicaciones.


Todos creamos opinión

Una vez que se ha horizontalizado y diversificado la generación y difusión de los contenidos y la información, opino que las viejas recomendaciones de Robert Hutchins deberían aprenderse en las escuelas, en los centros culturales y por todos los medios. Igual que (no) se enseñan otros asuntos de civismo básico, tales como la educación vial, el correcto comportamiento a la mesa o que está feo tratar a otras personas como basura.

Es decir: la responsabilidad social de los medios no es ya sólo cosa de las teles y los periódicos. Si todos actuamos como medios, todos somos responsables de la información que difundimos igual que ellos.

No ignoro que esto es un brindis al sol, al fin y al cabo mi alcance es limitado, soy consciente de la escasa popularidad de la información exhaustiva y de que es mucho más fácil aprender a manejar las herramientas (o nacer aprendido) que aprender a seleccionar y filtrar la información.

Todos nos hemos creído noticias falsas, todos tenemos sesgos que nos empujan a dar mayor verosimilitud a unas fuentes que otras, todos tendemos a difundir cosas que reafirman nuestras certidumbres previas y todos tenemos placeres culpables, información basura que nos divierte… Forma parte de cómo funcionan nuestras mentes.

Encima, por poco informados que estemos, ya deberíamos tener claro que existen entidades involucradas en la difusión interesada de información falsa y dañina, que existen los Bolsonaro, los Trump y los Orban que pescan las ganancias de los ríos revueltos de opinión. La granja rusa de trolls de San Petersburgo (que ardió, casualmente, hace unas semanas), o el caso de Cambridge Analytica son sólo la punta del iceberg: las instituciones, gobiernos y empresas que usan trolls profesionales son una realidad y su crecimento, un hecho.

Le pueden poner todas las multas que quieran a Zuckerberg (por las cosas chungas que se mueven por Facebook, como si no fuese WhatsApp la mayor fuente de fake news del planeta; pero de esto ya hablé en su momento). Podemos denunciar todas las cuentas de trolls de Twitter o Instagram. Si no aprendemos nosotros mismos a distinguir lo falso o malintencionado que nos llegue, evitar difundirlo y, en la medida de lo posible, explicar al emisor su error, las fake news no se irán jamás de nuestro lado.

Unos enlaces:

Un 97% de fake news en Whatsapp: ¿campaña coordinada para que gane Bolsonaro?
https://www.elconfidencial.com/mundo/2018-10-25/jair-bolsonaro-fake-news-elecciones-brasil_1635334/

Código europeo de deontología del periodismo
http://www.asociacionprensa.org/es/images/Codigo_Deontologico_Europeo_de_la_Profesion_Periodistica.pdf

Informe Hutchins
https://archive.org/details/freeandresponsib029216mbp/page/n5

Fundación SERES. Esta fundación se dedica a difundir la Responsabilidad Social de la Empresa, pero tienen también su sección sobre medios de comunicación
https://www.fundacionseres.org

Sobre trolls profesionales, dos enlaces:

https://lifestyle.inquirer.net/236403/confessions-of-a-troll/
https://curiousmatic.com/professional-trolls/

El New York Times es pesimista: The Internet Trolls Have Won. Sorry, There’s Not Much You Can Do.
https://www.nytimes.com/2018/08/08/technology/personaltech/internet-trolls-comments.html

Preparando el artículo, me ha sorprendido descubrir que la organización más volcada en que los usuarios de redes sociales las usen de forma responsable es el estamento militar. Tiene lógica, una irresponsabilidad ahí puede ser letal y hasta traición. Como mínimo, puede llevar a tomar decisiones basadas en información falsa. De muestra, un botón, un gráfico elaborado por la Marina Norteamericana
https://www.flickr.com/photos/usnavy/16906686162

También de nuestro propio blog, me alegra no ser el único al que le preocupan estas cosas…

¡Para ese bulo!
https://innovacionaudiovisual.com/2017/10/13/para-ese-bulo/

¿Y si en vez de educar a los hijos empezamos por los padres?
https://innovacionaudiovisual.com/2017/02/20/nuevos-padres-para-nuevos-hijos/

Posverdad, mentira y liquidez
https://innovacionaudiovisual.com/2017/01/16/posverdad-mentira-y-liquidez/

¿Mercadear con la influencia? Una reflexión sobre la ‘exfluencia’
https://innovacionaudiovisual.com/2018/09/17/mercadear-con-la-influencia-una-reflexion-sobre-la-influencia-y-la-exfluencia/